martes, 23 de abril de 2024
Enalta
Revista Adiós

Castellón (nuevo cementerio)

Castellón

El epitafio
 
Cuando Dora vio aquel epitafio, los ojos se le salieron de las órbitas. Llevaba años haciendo un trabajo de investigación sobre el cementerio de San José de Castellón en el cual los epitafios eran un capítulo muy interesante; de hecho, entre los que había conseguido recopilar le faltaba el que podría llamarse “festivo o de humor negro”. De pronto, cual no fue su sorpresa encontrar uno que reunía todos los requisitos para poder ser catalogado como tal. Y es que, en un nicho de la fila quinta del cuadro viejo, había una lápida completamente ilegible por el paso del tiempo y acompañada de un pequeño pedestal de granito donde había grabado un texto que a nadie dejaría indiferente y que rezaba así:
TU SOBRINO J.LLORENS DE VILA.REAL
TELF. 96453---- LLÁMAME — 1-7-2004
A partir de ese día, Dora lo incluyó tanto en su trabajo como en las visitas guiadas que hacía de vez en cuando por el cementerio. Inmediatamente pudo comprobar cuán impactante resultaba entre el público que acudía a ellas leer el pedestal, al tiempo que observó la cobardía de la gente que no se atrevía a llamar al susodicho teléfono; de hecho, ni ella ni nadie lo hizo hasta que pasados más de dos años, entre los visitantes se encontraba una pizpireta joven que no lo dudó ni un momento y realizó la tan temida llamada. El resultado fue una conversación que finalmente Amparo, que así se llamaba la intrépida joven, le traslado a Dora quien un tanto inquieta se puso el teléfono al oído. Por la voz, pudo comprobar que se trataba de un señor mayor que en pocas palabras le explicó que el motivo de esa inscripción era por si en un momento dado tenían que trasladar los restos de su tía abuela Ángela —que así se llamaba la difunta— al osario, le avisaran a ese teléfono. A Dora se le cayó el mundo a los pies… ¿para qué habrían llamado? Con lo fantástica que era la intriga del epitafio y ahora, debería quitarlo de su trabajo y evidentemente ya no lo podría mostrar con la misma satisfacción¡¡
Cuando volvió a la realidad, escuchó que el señor le preguntaba por las visitas y se apuntaba a la siguiente. Juan Bautista Llorens que así se llamaba el sobrino-nieto en cuestión, acudió a la cita con una sonrisa de oreja a oreja y fue escuchando muy atento las explicaciones de Dora hasta que llegaron al nicho del extraño epitafio y esta le pidió que les contara a los allí presentes quien era la difunta ya que el texto de la lápida —como hemos dicho anteriormente—, era ilegible.
A medida que el hombre iba contando la historia de Ángela, a Dora se le abrían cada vez más las orejas y es que al final, tenía dos historias fantásticas, la del anecdótico epitafio y la de Ángela que no tenía desperdicio y que era la siguiente:
 
 
 
Cubana de nacimiento, su padre, Pascual Moreno Chabrera, había dejado España para guerrear en Cuba donde se casó con Gertrudis, una cubana de 15 años que casualmente era sobrina de Máximo Gómez, uno de los patriotas cubanos que lucharon y consiguieron la  independencia de Cuba. Fue él quien mandó que durante la boda, las campanas de la iglesia tocaran a muerto y aunque durante años, Máximo respetó la vida del esposo de su sobrina, tan pronto este enviudó, dio órdenes de atentar contra él. Ante el peligro que corría su vida y después de 22 años de guerrear y conseguir gran cantidad de condecoraciones, Pascual decidió volver a su pueblo con sus siete hijos y un baúl lleno de monedas de oro, botín que había conseguido durante años de saqueo.
A sus 56 años Pascual se casó de nuevo en Villarreal con una joven de 18 años y, de nuevo las campanas tocaron a muerto aunque en esta ocasión fueron los hijos los que dieron la orden. Con su segunda esposa, Pascual tuvo seis hijos más.
Ángela, hija de su primera mujer estaba felizmente casada pero tuvo la desgracia de enviudar y volver a casarse con su cuñado, hermano del difunto marido. Desgracia puesto que el segundo “Montoya” se casó con ella por la gran fortuna del suegro. Cuál no fue su sorpresa y  la de todos cuando poco antes de morir, el patriarca decidió desheredar a los hijos de la primera esposa dado que los de la segunda eran mucho más pequeños. Aunque la legítima ya era una cuantiosa fortuna para aquella época, el cuñado, ahora marido de Ángela, al morir el suegro comenzó a maltratar físicamente y de manera sistemática a Ángela. Desde 1906 hasta el día 14 de enero de 1922 la mujer aguantó las palizas pero ese día, aprovechando que el marido estaba durmiendo, cogió un hacha y comenzó a asestarle hachazos. El Montoya, a pesar de tener prácticamente el cuello fuera del tronco, le quitó el arma y la hirió en diversas partes del cuerpo. Finalmente el marido murió y la mujer fue encarcelada con la mala fortuna que al ser diabética y debido a la poca atención médica que se le dio, acabó muriendo poco tiempo después, exactamente el día 12 de marzo, a los 52 años debido a un coma diabético.
La prensa de la época tachó al maltratador de “infeliz” y el hecho de que la mujer lo hubiera asesinado indignó sobremanera a la población, a fin de cuentas según uno de los periódicos lo mató “por dos malos tratos que recibió de este”.
Después de 86 años, la lápida de Ángela está decolorada pero su historia ha salido a la luz y Dora se encarga de contarla cada vez que tiene ocasión.

Documentación acreditativa:
http://www.revistaadios.es/UserFiles/DOCUMENTACIONRELATOEPITAFIO.docx
 

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