Nunca, nadie, sabe ni sabrá qué es la vida, pero todos los seres vivos saben vivirla menos nosotros.
Porque vivir es, sobre todo, convivir.
Participar en los ciclos de la vida, respetar lo diferente… compartir los principios básicos que no somos capaces de producir y ni siquiera de imitar, cuando son los que realmente nos consienten y sostienen.
Nuestra historia ha consistido y, sobre todo, consiste hoy en ir contra la historia de la vida. Considero que es una de las mejores aproximaciones a lo que somos. Con el agravante, que tan lúcidamente expreso
Albert Camus, de que somos los únicos que destruimos lo que en realidad preferimos.
Tampoco nadie, nunca, sabe ni sabrá qué es la muerte, pero todos los otros seres vivos saben morirse menos nosotros, acaso porque somos los únicos que sabemos que moriremos.
Aprender a morir es la tarea más pendiente. La que más serenidad y creatividad podría poner en este mundo si lo consiguiéramos.
Saber morir evita mucha muerte. Seguramente es un imposible, pero precisamente por eso deberíamos intentarlo por el empeño de vivificar al máximo posible todo lo relacionado con la muerte individual; es decir, siendo recíprocos con la vida y sus fuentes. Incluso se puede dejar una herencia de mucha más vida que la usada para mantenernos vivos durante el siempre tacaño tiempo que nos toque. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando plantas árboles, cuando amparas paisajes enteros, cuando consigues gastar poco o muy poco este mundo con tus formas de comer, calentarte o desplazarte.
Buena parte del pensamiento religioso y no poco del filosófico aborda el tema de la muerte intentando jugar al escondite con la misma. Incluso negándola con toda suerte de ofertas de otros tipos de vidas en el más allá.
Pero nunca, nadie, sabe ni sabrá si alguna de estas creaciones de la mente tiene lugar.
Por eso conviene recordar, porque alivia, que la que mejor enseña a morir es la propia Natura; es decir, la casa de la vida, la vida terrenal por supuesto, y de los modos y maneras de mantenerla y perpetuarla.
Algunas culturas, obviamente a través de las palabras, han conseguido algunas aproximaciones a lo que pretendo compartir con vosotros. Comienzo con el gran acierto del pictograma chino para nuestra palabra descansar, que se representa como alguien que está bajo un árbol.
(Pictograma chino para nuestra palabra descansar, que se prensenta
como alguién que está bajo un árbol)
Nuestro descanse en paz para los fallecidos debería tener presente la coherencia del sinograma mencionado. Descansar no solo bajo la mejor sombra mientras palpitas, sino también cuando lo dejes para siempre; hacerlo entre las raíces de esos mismos árboles que ya nos acompañaron con mucho más que descanso. Recuerdo que, al funcionar, los árboles consiguen que este mundo funcione.
Se nos ha querido olvidar, sobre todo en la cultura occidental, que la propuesta estaba a nuestra disposición desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, en Japón se procede al llamado “Shinrin yo ku”, eso que ahora ha devenido en ser llamado “Baño de Bosques”. En realidad, se refieren a algo tan sencillo como pasear por las arboledas para encontrar la mejor cosecha de los árboles, que es, precisamente, el sosiego. Pudo parecer a muchos que esto entraba de lleno en esos aspectos del orientalismo, místico o casi, tantas veces mal divulgado en occidente. Pero resulta que ha sido precisamente con las mejores técnicas médicas como se ha descubierto las capacidades “sedantes” de la arboleda. En concreto se demostró, tras varios miles de análisis registrados por electroencefalograma, que la ansiedad disminuía en todo tipo de personas tras un largo paseo por el bosque. No ha quedado todavía identificado del todo lo que produce ese incremento de la tranquilidad. Acaso la pureza del oxígeno, las moléculas químicas que emiten las hojas, la contemplación de nuestro primer hogar... En fin, sea cual sea la causa, lo que resulta evidente es que el árbol relaja, nos descansa, como intuyeron los primeros escritores chinos.
(foto de Jesús Pozo)
Algo que no podemos por menos que vincular a los otros centenares de servicios y regalos que nos proporcionan los gigantes vegetales. Es más, en estos momentos en los que necesitamos enfrentarnos al cambio climático, resulta todavía más oportuna la presencia de árboles en todas partes y con todos los motivos posibles, entre los que, sin duda, uno de los más hermosos es que sean últimas moradas de nuestros seres queridos. Que sobre sus restos se yergan fábricas de transparencia suma consuelo, coherencia y belleza a los cementerios.
Por todo ello no solo podemos hablar, buscar y potenciar la paz de las arboledas; tenemos que propagar al máximo posible esta sensatez hasta que todos los cementerios se parezcan lo más posible a esos surtidores de serenidad que son los bosques.
Descansemos con los que descansan en paz dejando generadores de serenidad sobre nuestros últimos restos.
Gracias, y que los bosques del recuerdo os atalanten.