lunes, 23 de junio de 2025
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Revista Adiós

De cómo Miguel Hernández fue engañado por el cura de la cárcel para su boda religiosa 24 días antes de morir

Publicado: martes, 29 de marzo de 2022

De cómo Miguel Hernández fue engañado por el cura de la cárcel para su boda religiosa 24 días antes de morir

Jósant Ferrándiz, conocido estudioso e investigador de la vida y de la muerte del poeta, relata en este artículo escrito para ‘Adiós Cultural’ cómo contó Josefina Manresa, con la que Miguel Hernández estaba ya casado civilmente, la mentira del cura de la cárcel de Alicante para conseguir celebrar una boda religiosa: “El cura de la cárcel, Salvador Pérez Lledó, me mintió al decirme que Miguel había pedido casarse aceptando la ley franquista, cuando él siempre me expresó que lo habían obligado a una ceremonia innecesaria para querernos”.

 

 “Miguel Hernández, ‘túnel sin salida’: casarse por la iglesia, el 4 de marzo de 1942

Miguel y Josefina se habían casado por lo civil (9 de marzo de 1937, en Orihuela, en plena guerra). Pero cuando los clérigos y los golpistas, que controlaban la cárcel de Alicante, comprobaron que había suplicado el traslado al sanatorio de Porta Coeli (Valencia) y que le quedaban pocos días de vida, le propusieron que se casase por la iglesia, ya que, según la ley franquista, seguían siendo solteros.        

Miguel, de mala gana, accede solo cuando es consciente de que le van a dejar morir sin atención sanitaria y de que su “necesaria poesía” (la expresión es de Antonio Buero Vallejo, Un poema y un recuerdo, Ínsula 168, noviembre 1060) ayudaría a la futura situación legal y económica de su esposa y de su hijo Manolillo.

“Total, que a estas horas somos una pareja de tórtolos”, escribe, indignado y sarcástico, en una carta a Josefina, y añade: “De lo que me dices de si es por voluntad mía o no, te digo que no”.

Josefina escribió en 1980: “El cura de la cárcel, Salvador Pérez Lledó, me mintió al decirme que Miguel había pedido casarse aceptando la ley franquista, cuando él siempre me expresó que lo habían obligado a una ceremonia innecesaria para querernos”.

Ramón Pérez Álvarez, testigo presencial, que antes había estado condenado a muerte, escribió: “Entre los curas que pululaban por la prisión con tal de que los internos se convirtieran al nacionalcatolicismo, Luis Almarcha Hernández (que ayudó al joven Miguel, pero que, tras la guerra, lo habían ascendido a vicario y, más tarde, obispo de León) delegó en el jesuita Joaquín Vendrell, de nefasta memoria para quienes estuvimos condenados a muerte, y eso que Almarcha sabía que era (literal) una carcoma: fijaos si sería canalla que hasta se burlaba en la tapia del cementerio de quienes segundos después serían fusilados”. Y sigue escribiendo sobre la opinión que Luis Almarcha tenía de la situación terminal de Miguel: “Una vez casado y considerada salvada su alma, Miguel podía morir en la cárcel o donde fuera”.

El vicario Luis Almarcha Hernández invitó al general militar Máximo Cuervo Madrigales, director general de Prisiones, y a su subalterno José Sánchez de Muniain, director de Redención, periódico para lavar los cerebros de los presos (antes había sido secretario de Herrera Oria, luego cardenal; Cuervo y Sánchez pasaron después a dirigir la BAC, siglas de Biblioteca de Autores Cristianos) a que estuvieran pendientes de que el poeta de Orihuela relajara su firmeza ideológica de cara a que su destino fuese el purgatorio o el cielo, y no el infierno. De aquí, que entendamos el sentido de la carta que Manuel Guerrero, director del Reformatorio de Adultos de Alicante, escribe a José Sánchez de Muniain, donde le informa del cambio experimentado del recluso Miguel Hernández Gilabert: “Hoy se halla en crisis espiritual. Titubeante, ha rechazado hasta ahora los consuelos religiosos; pero hoy mismo me dicen que desea hablar con el capellán de este Reformatorio, el jesuita Vendrell. Desde luego, no se encuentra en condiciones de escribir, aunque sea ganado por dios”.

Luis Fabregat Terrés fue testigo presencial de lo que el jesuita Vendrell, en nombre de Luis Almarcha, le dijo a Miguel después de una breve operación que le hicieron: “Nosotros no vamos a conseguir de usted lo que queremos, pero tampoco usted conseguirá lo que pretende”. (O sea, que sin determinadas condiciones -muestras de fe, de conversión, de casarse por la iglesia-, no había traslado).

Testimonio de Elvira Hernández: “Cuando supe que hasta el influyente Luis Almarcha se había atrevido a hacerle una visita a mi hermano, fui a verle a la cárcel para preguntarle esperanzada si la visita iba a influir para su posible salida en prisión atenuada o el traslado a un sanatorio. Miguel dejó pasar unos instantes y, como si hablara consigo mismo, le oí decir con palabras entrecortadas: ‘Sí, ha venido Almarcha…, y me ha mandado a un jesuita…; necesito curarme… y me hablan de la fe y del alma…; han venido… como a comprobar que ya no saldré de aquí…, como si temieran que algún día pueda salir…’”. (Conclusión: que lo que ellos temían es que saliera de la prisión para que siguiera escribiendo).

Solo a partir de entonces y tras dejar resuelto el matrimonio canónico, comenzaron a revisar las órdenes a favor de su traslado.

Testimonio de su compañero Ramón Pérez Álvarez: “Solo su fuerza natural le hizo vivir y sufrir algún tiempo más. Estaba absolutamente agotado. Su respiración era un estertor. Yo le vi por última vez horas antes de morir y era espantoso verlo sufrir así, pensando en quién era y en cómo había sido”.

Testimonio de Josefina Manresa: “Luis Almarcha se ofreció a agilizar los trámites, pero me insinuó que quería ver los manuscritos originales que había dejado Miguel, sobre todo, los de Viento del pueblo. Rotundamente, le dije que no”. (Como autor de este artículo, me pregunto: “¿Quería los manuscritos, como hicieron los inquisidores y los nazis, para quemarlos?; porque tiene bemoles la petición de quererlos ver y tocar”).

La ceremonia católica se realizó en la enfermería de la cárcel alicantina el 4 de marzo de 1942.

Testimonio de Josefina Manresa: “El día anterior fui a la iglesia de San Nicolás, donde el jesuita Vendrell ejercía de confesor. Ya arrodillada en el confesionario, no me decidí a confesarme porque, en la situación en la que nos encontrábamos, lo consideraba más bien como pecar. Vendrell, al rato de esperar el ‘ave, maría purísima; padre, me acuso’, cortó mi silencio: ‘Vamos’. Y ahí fue cuando le hice mi verdadera confesión: ‘Lo único que puedo decirle es que mi marido se está muriendo en la cárcel y yo estoy sufriendo mucho’. Él me contestó: ‘Hija, la iglesia no tiene la culpa de eso; la culpa la tienen los hombres’. Me marché sin contestarle”.

La boda fue oficiada por el capellán de la prisión, Salvador Pérez Lledó, con la presencia de Elvira, hermana de Miguel, y de dos reclusos que hicieron de testigos: Fausto Tornero Castillo y Teodomiro López Mena (republicano azañista).

Testimonio de Elvira Hernández, hermana de Miguel: “Apenas nos atrevíamos a mirarnos, ni a pronunciar palabras. Sentíamos sobre nosotros el ruido mortificante de la respiración entrecortada de mi hermano, que miraba fijamente a Josefina (…) con ojos sin parpadear, como si todas sus sensaciones se concentraran en su pensamiento, en el fondo de sus sentimientos”.

Epílogo

Miguel no pasó por la resignación, ni menos por la sumisión a un dios que abanderaban aquellos fanáticos, dogmáticos y mentirosos que le habían llevado a esa situación tan injusta. Él y Josefina se negaron a confesarse antes de la boda.

Como autor, declaro que si no hubiese leído 50 veces el artículo de Antonio Buero Vallejo (Un poema y un recuerdo, ‘Ínsula’, nº 168, noviembre, 1960), jamás me hubiese atrevido a escribir este artículo, pues nadie mejor que Buero pudo sintetizar literariamente el sentido trágico y, a la vez, esperanzado de la vida y, en concreto, de los últimos días y de la muerte del poeta oriolano. Él hace memoria de su convivencia con Miguel, cuando ambos coincidieron en la cárcel Conde Toreno: Miguel “reafirmaba su voluntad de trascender la muerte, si a ella se llegara, como ‘polvo enamorado’, con aquella fatal vocación de vida que tantas veces le llevó en sus poemas a recordar la fosa. Poeta vital y, por ello, trágico, en aquella circunstancia trágica encontraría su cumbre: la de sus incomparables poemas últimos. Asumir conscientemente un destino trágico es faena para pocos. […]. Ya había dicho antes: que

el morir es la cosa más grande que se hace”.

Las fotografías y el certificado de matrimonio

La propiedad de las dos fotos que aparecen en este artículo era de la Dirección General de Prisiones, y digo "era", porque esta Dirección fue muy generosa con la familia de Miguel, su nuera, Lucía, y sus nietos. Hace   años cedió los derechos de todos los documentos (muchos inéditos) y fotos que tenía en sus archivos a los herederos de Miguel Hernández.

Con respecto al documento que abre esta información, se trata de “un documento, desconocido hasta hace poco, del expediente matrimonial que realizó el cura del Reformatorio de Adultos de Alicante (2 hojas: portada y cara de dentro). En el original se aprecia en la firma de Miguel Hernández que lo firmó con la mano temblorosa: le quedaban tres semanas de vida. Días antes le había escrito a Josefina (textual): ‘La próxima vez que vengas, no me traigas comida, sino gasas y algodones, porque los compañeros me tienen que limpiar las heridas con trapos de cocina, que es lo único que tienen’.

Nota final del autor de este artículo.

Todo lo escrito es verdadero: personas, sus palabras, sus obras, circunstancias y precisiones reseñadas en la redacción… Algunos textos entrecomillados han sido sintetizados, aunque respetando el sentido original, para que el artículo fuese más breve.

Documentación de veracidad: 1) Josefina Manresa, Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, Ediciones de la Torre, 1980 (existen varias ediciones posteriores): Joan Pàmies (familiar lejano del padre de Josefina -Manuel Manresa Pàmies-) y Manuel (hermano de Josefina) se encargaron de transcribir este libro respetando el estilo y el habla de Josefina. 2) Agustín Sánchez Vidal, Miguel Hernández, desamordazado y regresado, Planeta, 1992. 3) Pedro Collado, Miguel Hernández y su tiempo, Editorial Vosa, 1993.

Fotografías

Abajo, Luis Almarcha, ya obispo de León, saluda al dictador Franco. La foto (propiedad de los Herederos de M. H.) está hecha cuando los restos del “poeta del pueblo”. Llevaban más de 25 años en el nicho 1009.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Abajo, Josefina ante el camastro donde murió Miguel. Foto realizada en 1985.