Ayer se volvió a celebrar esta curiosa ceremonia del 'Arrastre de Caudas' que tiene más de 500 años y solo se celebra en la Catedral de Quito, Ecuador.
Jesús Pozo
Como casi todas las celebraciones religiosas tiene su origen en algún acto pagano. En este caso, también en Roma.
La historia cuenta que su origen está en que, cuando un general del Ejército de Roma moría en combate en una batalla, su tropa conducía su cuerpo con los más grandes honores a la ciudad importante más cercana para darle sepultura. Allí el jefe de la legión batía primero el estandarte sobre el féretro para captar la valentía, los méritos y espíritu del general difunto. Luego batía ese estandarte sobre la tropa de la legión romana para transmitir a los soldados la valentía, el espíritu y los valores del general. Y ya está. La valentía del jefe muerto pasaba a sus empleados.
Más o menos esto es lo que transforma la Iglesia ecuatoriana durante la Semana Santa en una de sus actos más fervorosos: “Jesucristo es el general que da vida libre y voluntariamente por la salvación de la humanidad en el madero de la cruz liberándola del pecado, de la muerte y de la condenación eterna con una muerte dolorosa”, explica el arzobispo ecuatoriano encargado de dirigir el acto que se celebró ayer a las doce de la mañana en la Catedral de Quito. Así, la capa da vuelta al recinto para que las virtudes del Jesucristo muerto en la cruz pasen a los fieles.
Durante la ceremonia, el arzobispo es acompañado por un séquito de 24 religiosos. 8 canónigos están cubiertos por ropajes negros con unas colas largas de cuatro metros aproximadamente que simbólicamente van barriendo los pecados de la humanidad en el momento de recorrer el interior de la catedral. El arzobispo mientras recorre el templo portando en sus manos un pedazo de madera que se supone es una astilla de la cruz original en la que le crucificaron a Cristo y que fue traída a Quito desde el Vaticano.
Uno de los elementos principales de la ceremonia es una gran bandera negra con una cruz roja. El negro representa el luto de la humanidad que queda en oscuridad y el rojo el martirio de Cristo.
Una vez que la procesión interior llegó otra vez al altar, los clérigos se ponen de rodillas y luego se acuestan como representación de la muerte de Jesús, en tanto que el arzobispo ondula la bandera sobre sus cabezas (en la foto) “transmitiendo el coraje y pundonor del General caído”. Posteriormente, el arzobispo golpea la asta de la bandera tres veces en el suelo y luego los canónigos se levantan rememorando la resurrección de Cristo.