sábado, 27 de julio de 2024
Enalta
Revista Adiós

A Coruña

Cementerio de Ortigueira

El cementerio municipal de Santa Marta de Ortigueira, conocido como “cementerio nuevo” se encuentra en la parte alta de la villa, conocida como península de Requeixo, con coordenadas: 43°41'03.0"N 7°51'35.1"W (43.684154, -7.859736). Su construcción, de finales del s.XIX, se decidió por quedarse pequeño el antiguo y, sobre todo, para mejorar las condiciones higiénicas de los vecinos, pues éste se encontraba pegado a las viviendas del viejo barrio. De este modo se eligió el emplazamiento actual, no sin antes barajar varios lugares como el Campo de la Torre.

Historia del Camposanto de Santa Marta - Manel Bouzamayor.

Con la llegada del cristianismo, la gente deseaba que sus seres queridos recibieran sepultura lo más cerca posible de los santos y de los mártires, pues este hecho ayudaba a garantizar una salvación en la otra vida. Esta es la razón de que los primeros enterramientos, a partir de que el Emperador Constantino proclamase el Cristianismo como religión oficial, se hicieran alrededor de las iglesias y conventos, y también dentro de ellos, pero estos ya eran privilegiados, y como tal tenían derecho a garantizar más aún su salvación y sin embargo se aproximaban más a los santos y mártires aludidos; estamos hablando, por tanto, de los miembros de la nobleza, aristócratas y de los componentes de la familia eclesiástica.

No obstante, el crecimiento demográfico junto con las epidemias, que en más de una ocasión se relacionaban directamente con la acumulación de cadáveres, hizo que se promulgaran leyes sobre la necesidad de llevar los camposantos fuera de las poblaciones.

En nuestro caso, esa ley fue promulgada por el rey Carlos III en fecha de 3 de abril de 1787, mas fue una ley imprecisa, más teórica que práctica, a lo que ayudo el descuido de las autoridades y la escasez de fondos para su construcción; de hecho, en los años 1809, 1833, 1834 y 1840 se sucedieron otras reales órdenes cuyo único cometido era recordar la prohibición de hacer enterramientos intramuros. En este ámbito nos vamos a situar para intentar recrear la pequeña historia de nuestro camposanto de Requeixo.

Estamos en el año 1814 cuando hay una primera tentativa de hacer un nuevo camposanto, pues ya parecía pequeño el que quedaba cerca del hospital de San Roque. El hecho es que nuestro Conde, a través de un tal Alexandro Camele y Guerra, dice que «está dispuesto a ceder el campo llamado de la torre para cementerio, siempre que se pague una renta por el». De este tema nunca más se supo; no se volvió a hablar del camposanto hasta 1858, ya finalizada la época absolutista de Fernando VII y con la Reina Isabel II llevando las riendas de la nación. A estas alturas la iglesia parroquial ya era la del convento después de la desamortización del año 1833 y el Ayuntamiento, en sesión de 7 de enero, da cuenta del estado calamitoso del camposanto, por lo que acuerda dirigirse al Gobernador con la intención de que permita la demolición de las capillas mayores y colaterales de la antigua iglesia y, de este modo, proceder a la ampliación del mismo. El asunto no fue a más, pues es muy significativa la carta que el ayuntamiento le envía al párroco con fecha 18 de diciembre de 1862 sobre sus pretensiones en la manera de proceder en los enterramientos, en concreto a hacerlos en el interior de la iglesia:

como Ud no desconoce, la Autoridad local no puede permitirlo, ya por hallarse prohibido, é ya por que seria poner en peligro inminente alas personas debajo de un techo derruido y paredes arruinadas para evitar por mi, parte los males que puedan ocasionarse, he creido de mi deber pasarle la presente comunicación, manifestandole que se halla prohibido enterrar los cadaveres dentro de los templos, por los daños que puedan seguirse a la salud publica y que adema no puede la Alcaldia permitir la exposicion en que se colocan las personas que entren en un edificio que se está desplomando.

No es, sin embargo, hasta 1864 cuando se quieren dar los primeros pasos para hacer un nuevo camposanto y los acontecimientos son los siguientes: en la sesión de 18 de enero a través del lamentable estado del camposanto se decide llamar

un numero duplo ál de concejales de vecinos contribuyentes de la parroquia de ésta villa y su unida Luama en él que vengan representados las diferentes clases, á los facultativos de Medicina y Cirugía D. Juan Armada y D. Ramón Mª Almoyna y ál Sr, Cura Párroco de este mismo Pueblo D. José Mª Vila, á fin de discutir y abordar los medios correspondientes á la realización de la obra indicada

Fue el único tema a tratar en la sesión y en ella, los facultativos señalados junto con algunos de los vecinos apostaban por la idea de hacer un nuevo camposanto en otro solar, debido a las mejores circunstancias higiénicas, pero el párroco y la mayor parte de los vecinos se mostraron partidarios de ampliar el existente, sin más que derrumbar la iglesia actual (ya estaba medio derruida) y haciendo uso de ella como capilla del camposanto. Por lo tanto, la decisión tomada fue la de comunicar al Sr. Obispo que se iba a ampliar el camposanto actual haciendo uso de los terrenos y de los materiales de la iglesia vieja. Esta decisión, sin embargo, no fue más adelante pues al mes siguiente, el día 26, los vecinos Domingo Martínez, María Castrillón y Vicente Chao se oponen a la obra al considerar que sus casas, próximas de la obra pretendida, "pueden resultar afectadas por serios perjuicios".

 

Pasan otros diez años sin que se vuelva a hablar del camposanto hasta el 16 de febrero de 1874, fecha en que el ecónomo de la parroquia dice lo siguiente:

el cementerio de la misma escasea de terreno para enterramientos de adultos y párbulos, y que se hace necesario darles ensanche para ocurrir á estes inconvenientes de suma trascendencia, por no poderse verificar exhumaciones de cadaveres sin haber transcurrido determinado periodo de tiempo. 

 

Aún tuvieron que pasar otros cinco años para que la solución del camposanto, que ya se tornaba desesperante, llegara a través de la iniciativa particular. De cierto, en agosto del año 1879, varios vecinos, entre ellos el cura párroco D. Manuel Osorio tienen una junta y en ella deciden formar una comisión para trabajar a destajo en ese sentido. La primera medida a tomar es la de colaborar con dinero.

Con el tiempo, sin embargo, alguno de los partícipes reculó cuando hizo falta contar con el dinero necesario para llevar adelante la pretendida construcción, lo que hizo que se les requiriese el pago comprometido por vía de constricción. Uno de ellos fue D. José Mª Teijeiro que en el listado aparece como donante de 1000 reales; la respuesta de Teijeiro vino a través de un escrito, fechado en agosto de 1883, que nos ayuda a desentrañar lo que aconteció en la mencionada junta y que no tiene desperdicio, dejando poco a la imaginación: 

la idea de la suscripción para el nuevo cementerio surgió de una comida que tuvo lugar en una quinta que mi esposa (hija de Domingo Mones) tiene en el lugar de Brandeliz, unas veinte personas y tomó la palabra á los postres D. Fidel Villasuso sobre dicha necesidad, la idea fue acogida con entusiasmo y aplauso por todos los concurrentes, entre los que se hallaba el sr. Cura Párroco actual, y en medio de los brindis, en que tanto papel pegaba el espumoso champagne, se abrio la suscricción , ofreciendo cada uno lo que tuvo por conveniente, recordando yo que la mía fue de quince duros, y no de cincuenta, como por lo visto se ha puesto; algun error, facilisimo de cometerse en aquellos momentos de jolgorio y entusiasmo,... en todo caso, en dia de hoy, debido a mi situacion y la mucha familia que tengo que mantener no puedo ofrecer mas que los quince duros expresados. 

La Junta creada para la construcción del camposanto aceptó los 300 reales ofrecidos por el Sr. Teijeiro. Lo cierto es que el camposanto comenzó su andadura con esta Junta y recibió la bendición oficial cuando, el 15 de noviembre de 1879, se llamó a los vecinos a otra reunión, pero esta ya presidida por el Alcalde D. José Mª Romero y en la Sala de la Audiencia de primera instancia, en los locales de lo que había sido el monasterio. Tras varias juntas decidieron que los profesores de Medicina de la Villa diseñaran el lugar más adecuado para llevar a cabo su construcción. La respuesta llegó el 24 de noviembre del año 1879 y dice lo siguiente: 

... consideramos necesario recordar los funestos acontecimientos que la historia de todas las Naciones relata, como producto del hacinamiento de cadáberes en cementerios reducidos y próximos á las poblaciones, así en épocas normales como en tiempos de epidemia¡ sucesos que los Pueblos recuerdan con Terror! Convencidos pues, de que el actual cementerio es enteramente incapaz de reforma ni ensanche sin perjudicar á la salud pública, y guiados del mejor celo por el buen desempeño de nuestro cometido, hemos examinado los puntos de las afueras de la poblacion, y que por su situacion, calidad del terreno, y vientos reinantes reuniesen las condiciones que las Leyes y reglamentos del ramo sanitario exigen y estamos persuadidos que entre todos los puntos revisados, el único y mas apropósito para el referido cementerio es el terreno comprendido en la vertiente del llamado campo de la Torre, al extremo de ésta Villa, desde la huerta del Sr. Vicente Regueira inclusive, y siguientes, hasta el confin del Pueblo en el sitio denominado Requeijo; en cuyo perímetro puede servirse la Junta elegir el punto que á juicio de las personas inteligentes que la componen, reuna las condiciones económicas y de mas fácil construcion. Toda esta vertiente de halla asi mismo revestida de todas las condiciones de salubridad é higiene que para éstas obras se requiere; porque primeramente está á un extremo y á elevación bastante considerable de la poblacion, á su espalda con alguna inclinacion al Norte, alguna pendiente y oreada por los vientos reinantes Norte, Noroeste y Sur, y Nordeste, que lejos de arrastrar en sus corrientes las miasmas y emanaciones cadabéricas sobre la poblacion, las disiparán y alejarán de ella por su situacion tan apropósito: es ademas todo aquel terreno seco, compuesto de tierra vegetal y de bastante profundidad, sin que en todo su radio se obserben fuentes, rios, labaderos, ni depósitos de aguas que pudieran ser obstáculo para su construcion. Finalmente creemos que el referido terreno responderá por sus condiciones cumplidamente á las necesidades del vecindario, permitiendo la ocupacion de una extension de mas de seis ferrados, fundo suficientemente calculado para ocurrir no solo á las defunciones de tiempos normales, si que tambien en casos de epidemias, es cuanto tienen que manifestar...

La Junta aprueba el 29 de noviembre el lugar elegido y pide ayuda al perito tasador D. Jesús Dávila, padre de D. Julio Dávila, y también piden hacer «un llamamiento á nuestros hermanos de América, al objeto de que contribuyan á la piadosa obra de la construcción de un nuebo cementerio, y á algunas otras obras benéficas, de que tanto necesita esta población». Los terrenos ocupados suman un total de nueve ferrados y son propiedad de Dª Carmen Segurola, D. Antonio Durán, D. José Mª Soto, D. Julio Almoyna, José Mª Castrillón, Josefa y Joaquina Chao y Antonio Vellas; al precio de sesenta y dos pesos y medio por ferrado, recibieron la cantidad de diez mil doscientos sesenta y tres reales, más otro trozo del que era propietaria Ramona Posada, vecina del Puerto de Cariño. El siguiente paso fue ponerse en contacto con el Ayudante de Obras Públicas, D. José Peris, para que se encargara de hacer el plano que reflejara las obras previstas. Una vez que este hombre hizo el reconocimiento de los terrenos, estimó que para hacer unas obras adecuadas consideraba necesario añadir más terrenos, colindantes con los ya hablados, y de este modo también compraron las propiedades de D. Ramón Mª Villasuso; Dª Eugenia Almoyna; D. Crisanto Armada y D. Vicente Donato Villarnovo, este último como encargado de la Sra. viuda de D. Demetrio Villasuso, Dª Dolores Moscoso de la ciudad de A Coruña. Todas las escrituras quedaron reflejadas por el Notario de la villa D. José Mª Soto. Una vez conseguidos los terrenos, el señor Peris delinea los planos que habrían de servir para llevar adelante la obra prevista. Ya estamos en el año 1880, y como el dinero no era suficiente para acometer a obra en su conjunto, se decide hacer «el cercado ó cerrado que ha de contener el interior del Campo Santo y que el pliego de condiciones que se formará estará de manifiesto en la secretaria del Ayuntamiento, en la feria de San Claudio y en Puente de Mera», entre dichas condiciones se puede leer lo siguiente: el material de mamposteria se extraerá del terreno dedicado al nuebo campo Santo en la parte que este confine con el mar, y que habran de destinarse tambien los materiales de silleria y pizarras de la antigua capilla del cementerio, la altura de la tapia será de doce palmos (algo más de dos metros) á plomo sobre el talud y el espesor de 60 cm. El muro que cierra el camposanto es el único que se ha hecho de acuerdo con los planos, pues el hecho de hacer dos niveles supondría la necesidad de un movimiento de tierras cuyo coste la Junta semejaba que no podría asumir. El cierre del recinto fue adjudicado al constructor D. José García, de Cuíña, en el mes de mayo de 1881, y por la cantidad de 34.300 reales. Casi un año más tarde, el 22 de abril de 1882, las obras del cierre del terreno se dan por terminadas. Sin embargo, los problemas de la falta de dinero seguían al día, y el constructor, en el mes de junio, estaba reclamándole a la Junta el pago por los trabajos; ante esto, el Sr. Cura Párroco, como presidente de la misma «suplica que la corporacion se sirva desviar, de los fondos que tenga disponible para obgetos piados, la cantidad que le sea posible, para auxilio del pago de la tapia que se acaba de construir». El ayuntamiento acuerda «que se cancelen al suplicante con el expresado obgeto, los fondos que resulten existentes para producto de funciones ó vailes dados en el teatro de este Ayuntamiento, siempre que no excedan de 2.500 reales». El 21 de agosto del año 1883, D. José García seguía reclamando parte de la deuda, por lo que la Junta toma la siguiente decisión:

cederle todo el material constitutivo de la antigua iglesia parroquial, excepto la losa que la cubre que quedará a disposición de la iglesia parroquial actual, así como le cede también toda la piedra constitutiva del muro que cierra el cementerio actual. El mismo día, la Junta también toma una nueva decisión, pues acuerda: ceder al terreno necesario, y gratuitamente, a D. Fidel Villasuso (residente en la Ciudad de la Habana) y a D, Antonio Lopez Canto para la construcción de un nicho en el nuevo cementerio, si así fuese de su agrado, habida cuenta la consideración de ser los primeros y mas grandes sucritores.

El año de 1884 se dedicó a arreglar, lo mejor posible, el terreno del interior del camposanto, trabajo que se hizo pagando jornales a hombres y mujeres que quisieran trabajar allí, dirigidos por el capataz Fidel Rodríguez. Con esto llegamos al año 1885 cuando el Sr. Obispo se dirige al Ayuntamiento, el día 16 de febrero en estos términos:

solicita la habilitacion del nuevo Cementerio Municipal para la inhumacion de los cadáveres que fallezcan en el seno de la Iglesia. La conservacion, ornamento y decoro de tan sagrado lugar quedará á cargo del Ayuntamiento y que éste en remuneracion de los cuantiosos gastos que aun tiene que hacer en aquél santo lugar, deberá percibir de la Junta parroquial la suma de quince pesetas por cada entierro de primera clase, siete y media por cada uno de segunda y una u media por los de tercera libre de todo gasto y reservandose la Corporacion el derecho de construir y beneficiar los nichos. 

El Ayuntamiento aduce que los terrenos aún no están en condiciones de uso a caosa de

haber en él grandes apilamientos de escombros que hay que extraer, por faltar de minar su mayor parte, por ser necesaria la construccion de una muralla de sostenimiento de uno de sus dos planos con la escalinata que los ha de poner en comunicacion (aún se empeñaban en hacer la obra según el proyecto original) , por ser preciso recebar con cal las murallas para su conservacion, por tener que construir algunos nichos para dar principio á su enagenacion y por otras pequeñeces prolijas de enumerar.

Lo cierto es que el Ayuntamiento también ofreció una solución de cara a arreglar lo mejor posible el nuevo camposanto. Esta pasaba por que un maestro de obras -o cualquier particular- se hiciera cargo de ellas y fuese cobrando directamente de los fieles que habían ido comprando los nichos en propiedad. No hubo nadie que se aventurara en esta empresa y tuvo que echar mano de los ingresos de propios para conseguir las 5.500 pesetas que eran necesarias para ese cometido, así como para poder pagarle al maestro herrero D. Ricardo Cao por la construcción del portalón de hierro que daba entrada al camposanto.

Ahora el siguiente paso era poner precio a los mencionados nichos, lo cual se resolvió en la sesión municipal de 16 de marzo de la siguiente manera: 

los precios acordados para enagenar los nichos que se construirán de tres hiladas serán los siguientes: Para enagenar con separación — uno de 1ª ó sea el de la parte superior, ciento ochenta y cinco pesetas — uno de 2ª ó sea el del centro, ciento treinta y una pesetas — uno de 3ª ó sea el de la inferior ciento diez pesetas Para enagenar en grupo — uno de 1ª con los otros dos de 2ª y 3ª trescientas treinta y cinco pesetas — uno de 1ª con otro de 2ª doscientas setenta pesetas — uno de 2ª con otro de 3ª ciento noventa y cinco pesetas. 

Los problemas entre la Junta Parroquial y el Ayuntamiento debieron de quedar por fin resueltos pues el 24 de diciembre se disuelve la Junta y el Ayuntamiento se hace cargo del camposanto de forma oficial.

En el año 1886, el camposanto ya estaba en uso, pero todavía había cosas pendientes que urgía llevar a cabo; estamos hablando, por ejemplo, de la capilla, cuyo proyecto fue redactado por el maestro del Ayuntamiento D. Vicente Altesor, en octubre de este año, y que viene siendo la que hoy conocemos. Del mismo modo, se hicieron el cementerio, que empezaron a llamar neutro y el alpendre de la entrada. Estas tres obras fueron adjudicadas también a José Garcia, aunque fue Antonio Pernas quien las llevó a cabo por el importe de 1.258, 425 y 510 pesetas respectivamente. Fueron recibidas en agosto de 1887.

La capilla, por cierto, no tiene nada que ver con la inicialmente proyectada; hecho, a las claras, en el que la falta de dinero seguía llevando la iniciativa. En este caso, además, no deja de ser una lástima, pues de llevarse a cabo la capilla proyectada, con algún detalle gótico, seguro de que hoy podría pasar por ser una de las capillas del camposanto más hermosas.

Ahora, a finales del año 1887, ya podemos hablar de un camposanto con todos los elementos que le pueden dar ese nombre y, por lo tanto, los futuros usuarios comienzan a emitir las solicitudes con la fijación de hacerse con un trozo de terreno donde sus huesos habrían de tener el sosiego merecido.

El primero en hacer la petición en firme fue D. Fidel Villasuso, a través de D. Antonio López Canto, a causa de encontrarse en La Habana el interesado; en la instancia presentada al Ayuntamiento, hace valer la condición de que los terrenos solicitados para construir el panteón han de ser de balde según la decisión en su día de la Junta Directiva por ser el primero y uno de los mayores donadores. Solicita, también, que su situación sea «en el primer tramo de la derecha entrando que da frente al espacio ó plaza que hay despues de la capilla y portada, formando angulo por uno de sus lados en la calle central».

Como bien sabemos, la solicitud fue aprobada y el panteón se hizo en el espacio propuesto como así ya se podía apreciar en el plano del camposanto delineado en el año 1892. Antonio López Canto, compañero de Villasuso, y que también había puesto 10.000 reales para poder llevar a cabo las obras, tuvo que esperar hasta el año 1909, pues es en este año cuando muere en Madrid y su sucesora Rosario Peña Díaz solicita un «terreno gratuito para construir un panteón según lo acordado en su día por ser el máximo suscriptor junto con Fidel Villasuso». El lugar indicado para este panteón fue en la zona norte y cerca del panteón de su amigo Villasuso Espiñeira.

Los difuntos, por tanto, acogían su enterramiento en el nuevo camposanto y el precio acordado por el ayuntamiento fue de 51 pesetas por metro cuadrado en el caso de comprarse a perpetuidad el terreno que había de acoger la sepultura, o bien 51 pesetas de una vez para tener derecho a una concesión de cinco años. Las obras, sin embargo, aún no habían terminado y a lo largo de los años se iban haciendo según las necesidades; en el año 1894, por ejemplo, en el mes de abril surge la siguiente obra: 

arreglar el atrio del cementerio, consistente en sacar muros viejos y escombros que hay en él, rellenando á la vez la parte baja al nivel del mismo, ó sea la que hace frente á la ribera mar y ad paso al cementerio de desidentes

En todo caso, ya estaba operativo y la siguiente cuestión venía a ser la de arreglar el viejo. De hecho, en agosto de 1889, el antiguo camposanto se encuentra totalmente descuidado y buena prueba de ello es el escrito que hace el cura D. Manuel Osorio dirigido al obispo:

hallandose el antiguo cementerio de esta parroquia expuesto á continuas profanaciones, tanto por parte de los chiquillos, como de los animales que sin dificultad en el penetran... estima procedente adoptar alguna medida encaminada á impedir ten escandalosa profanacion, y el escarnio, de que á diario son objeto los restos mortales de los fieles que alli descansan.

De manera inmediata se abre un expediente con el objetivo de cerrar este camposanto por la parte norte, la cual carecía de muro circundante. Lo cierto, es que el Ayuntamiento al día 23 de marzo de 1890, y a causa de llevar cinco años sin que se hubiese hecho ningún enterramiento en él, llega al siguiente acuerdo:

1. Solicitar al Sr. Gobernador Eclesiástico la cesión del terreno que ocupa el cementerio viejo para que pueda construir en él, ó una calle, ó camino, ú otras obras que sirvan de utilidad y ornato á la poblacion,... en el caso de acceder, el propio Ayuntamiento se haría cargo del traslado de las cenizas ó restos mortales

2. En el caso de que al Autoridad Eclesiática no accediese, el Ayuntamiento procederá a cerrar dicho cementerio de acuerdo con la comisión encargada.

3. La misma comisión se encargará de marcar el terreno del nuevo cementerio en cuanto a las nuevas sepulturas, extensión y profundidad de estas.

4. Para que los particulares cumplan con lo anterior, se nombra a D. Vicente Lage Castrillón para que se encargue de la vigilancia con una gratificación anula de cincuenta pesetas.

5. Queda prohibido que en el terreno del cementerio se abran nichos con paredillas sin la autorización expresa del Alcalde, cobrandose en este caso por cada uno la cantidad de cincuenta pesetas libres de todo gasto. A los cinco años de ser ocupados dichos nichos queda caducada la concesion, de suerte que en su lugar podrá darse sepultura á otro cadáver.

6. Se llevará en la secretaria del Ayuntamiento un libro registro de las sepulturas ó nichos que á lo adelante se abran conforme á lo dispuesto anteriormente, así como tambien de los nichos que están y construidos al aire, procediendose á su numeracion y á designar los que se hallan ocupados y por quienes á fin de que se haga al cobranza del estipendio que se está adeudando por ellos.

El traslado de los difuntos, sin embargo, no se lleva a cabo hasta el año 1896 y, de este modo, sale a subasta pública en el mes de enero:

— al ser cabada la tierra se irá separando los huesos qeu aparezcan para ser conducidos a parte

— como debe procurarse que en el trayecto de uno á otro cementerio no se derrame tierra alguna, el contratista arreglará el carro ó carros que emplee para colocar en ellos cajas aproposito que por su cuenta construirá al efecto.

Vicente Gómez Martínez fue el contratista adjudicatario del traslado y por el importe de 457 pesetas.

En el mes de mayo, ya finalizado el traslado, en la sesión del día diez, se acuerda lo siguiente:

— arreglo del cementerio municipal, por haber sido trasladadas a él las cenizas y tierra del viejo

— rellenar el hoyo formado en el cementerio viejo y prepararlo para paseo, así como levantar, por subasta pública, el muro que sostenía el mencionado cementerio viejo.

Estos fueron, en síntesis, los pasos dados para poder llevar a cabo la construcción del camposanto de Requeixo y que, desde aquella fecha, forma parte de nuestro sky line, sin dejar apartada, a las claras, su verdadera función, de la cual es un buen ejemplo lo acontecido en el año 1918 cuando la última epidemia, de la mal llamada «gripe española», hizo su aparición; el número de difuntos debió ser tal que la Alcaldía, por la cantidad de 13 pesetas, mandó hacer «una andarilla ó parihuela para conducir los cadáveres de enfermos de epidemia gripal reinante al cementerio». 

Revista Adiós Revista Adiós Revista Adiós Revista Adiós Revista Adiós