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Revista Adiós

Nieves Concostrina


Redactora jefa de Adiós Cultural.

| El hombre que nunca existió: Operación Carne Picada

15 de enero de 2018

El primero de mayo de 1943, un pescador encontró en aguas de la bahía de Huelva el cadáver de un militar británico. Llevaba atado a la cintura un maletín con los planes de los aliados para desembarcar en Grecia y Cerdeña. Franco se hizo con los documentos

El hombre que nunca existió: Operación Carne Picada

El primero de mayo de 1943, un pescador encontró en aguas de la bahía de Huelva el cadáver de un militar británico. Llevaba atado a la cintura un maletín con los planes de los aliados para desembarcar en Grecia y Cerdeña. Franco se hizo con los documentos, se los pasó a sus amigos nazis… y Hitler tomó buena nota de los planes secretos del enemigo. Pero el militar británico era en realidad un mendigo; los documentos eran una trampa, y Franco y Hitler hicieron exactamente lo que los británicos pretendían que hicieran. El 30 de abril de 1943 se puso en marcha una de las mejores maniobras de distracción de la Segunda Guerra Mundial. “Operación carne picada”.
El farsa alzó el telón el 30 de abril de 1943, pero los servicios de inteligencia británicos llevaban preparando la obra en Londres desde tiempo atrás. El objetivo era engañar a Hitler, hacerle creer que las tropas aliadas iban a desembarcar en un sitio, cuando en realidad lo iban a hacer en otro. El cebo era un muerto, y los peces tontos que tenía que picar el anzuelo eran Franco y sus chicos, que como eran unos correveidiles de los nazis, les harían llegar esa información falsa. El principal protagonista de esta historia, el héroe que lo fue sin saberlo, el muerto que engañó a Franco y a Hitler, se llamaba Glyndwr Michael y fue cuidadosamente seleccionado en un casting en el depósito de cadáveres de Londres.
No servía cualquier muerto para la causa. Tenía que ser uno que diera el pego, que no hiciera sospechar, un cadáver que no reclamara nadie. Un mendigo sería perfecto. Y teniendo en cuenta que ese muerto iba a ser encontrado en el mar, tenía que parecer ahogado por si les daba por hacer la autopsia a las autoridades españolas. El mendigo Glyndwr Michael podía colar porque murió de neumonía, con los pulmones encharcados, luego pasaría perfectamente por ser un ahogado.
Siguiente paso, adornarlo, crear una identidad. Se peinó y se aseó al cadáver, se le abrieron los ojos para hacerle una foto de carné, se crearon los documentos falsos, se le inventó una familia, se le abrió cuenta en un banco, le metieron en la cartera una foto de su supuesta novia, las entradas de un espectáculo de Londres… y bautizaron al muerto como el oficial William Martin, de la Marina Real británica. Paso siguiente, vestir al muerto. Sus botas, su traje, su gabardina, su chaleco salvavidas como si fuera víctima de un accidente aéreo… Y lo más importante: un maletín repleto de supuestos documentos secretos.
Así fue como el cadáver de un mendigo disfrazado de oficial fue soltado desde un submarino frente a las costas de Huelva. Pero ¿por qué en Huelva?
Porque allí cerquita están Gibraltar y Portugal, y en esa zona trabajaba uno de los superespías más listos de Hitler, Adolf Clauss, y era fundamental que él se enterara de la aparición del cadáver. Así que, una vez soltado el muerto, el submarino se fugó sigilosamente y ya solo quedaba esperar a que lo encontraran.
No tardaron mucho. El 1 de mayo, un pescador pescó un cadáver en vez de unos salmonetes. Lo llevó a tierra, avisó a las autoridades y empezaron los trámites. Se dio aviso al cónsul británico y dos días después enterraron al pobre “ahogado” en el cementerio de La Soledad de Huelva. Hasta la supuesta novia del muerto envió una corona de flores, y en “The Times” apareció el oficial William Martin en las listas de los caídos de guerra. Todo según lo previsto.
El maletín con los documentos quedó, también según lo previsto, en poder de los militares españoles. Si habían encontrado a un militar británico con un maletín sospechoso, lógico es que quisieran saber lo que guardaba. Pero por si acaso los españoles resultaban no ser lo suficientemente curiosos, los británicos les picaron un poquito reclamando el maletín… pero disimulando, sin ponerle muchas ganas no se fueran a mosquear. No hay que olvidar que estamos en todo el mogollón de la Segunda Guerra Mundial, donde había espionaje, contraespionaje, agentes dobles y triples… tíos muy listos que sabían engañar, pero también sabían cómo no caer en un engaño o cómo darse por engañados. Pero, afortunadamente, los españoles pican. Un maletín atado a un militar británico no se puede dejar pasar, por eso, antes de devolver los documentos, los españoles abrieron los sobres, fotografiaron los documentos y volvieron a colocarlo todo muy bien para que no se notara que habían sido manipulados. En esos papeles lo que se recogía eran los planes aliados para desembarcar en Grecia y Cerdeña.
Pero, ¿cómo pudieron saber los británicos que los españoles habían caído en la trampa si los documentos les fueron devueltos intactos, sin signos de manipulación? Porque no dejaron nada a la improvisación. Colocaron en los documentos unas pestañas, unos pelitos del párpado, que se desprenderían en cuanto los manipularan. Si esas pestañas seguían ahí cuando les devolvieran los papeles, malo, eso es que no habían abierto los sobres. Pero las pestañitas no estaban. Hasta ahí todo iba bien, pero todavía quedaba confiar en que los nazis pidieran a los franquistas ver esos documentos y que Franco se los diera. A ver si iba a resultar que de verdad era neutral.
Ese detalle, sin embargo, no era posible confirmarlo. Imposible saber si los falsos planes llegarían finalmente a su destino, a manos de los nazis. Había que correr el riesgo y esperar, irremediablemente, hasta que llegaran al final del plan, y el plan era desembarcar en Sicilia, no en Cerdeña y Grecia como ponía en los papeles. Si Hitler se llevaba el grueso de sus tropas a Cerdeña y Grecia para esperar allí a los aliados y dejaba más desprotegida Sicilia, significaba que los falsos documentos habían llegado a alto mando alemán. Y así fue. Los aliados tomaron Sicilia mientras los alemanes los estaban esperando en otro sitio. Pero los británicos solo tuvieron la total seguridad de que la operación “carne picada” había funcionado cuando terminó la Segunda Guerra Mundial; cuando husmearon en los archivos alemanes y ahí estaban los falsos papeles británicos.
Y por cierto, estos papeles los recuperó y los llevó a Gran Bretaña Ian Fleming, el creador de James Bond, que antes de meterse a escritor fue miembro de la inteligencia. Por eso le salían los libros que le salían.
La maniobra de distracción funcionó a la perfección, pero también se supo que estuvo en un tris de irse al garete en dos ocasiones. Una, porque los británicos menospreciaron a los forenses españoles. Pensaron que no estaban tan preparados para descubrir que el cadáver del mendigo en realidad no había muerto ahogado, pero se equivocaron. El forense que examinó el cadáver se mosqueó porque el cuerpo, cierto, tenía los pulmones encharcados, aparentemente por un ahogamiento, pero situó el momento de la muerte diez días antes, y era muy raro que un cadáver que llevara en el mar, flotando en agua salada 10 días, no estuviera picoteado por los peces y que la piel, el pelo y la ropa estuvieran como si ese hombre llevara en el agua solo un día. Pero al lado del forense mosqueado estaba el cónsul británico, que estaba en el ajo y le quitó importancia al asunto. Enredó al forense para que firmara el informe cuanto antes.
La segunda vez que estuvo en riesgo la operación fue cuando la Marina se hizo cargo del caso. Ni la Policía ni la Guardia Civil. Esto era una faena, porque los oficiales de la Marina española eran los que menos simpatizaban con los nazis, estaban más de parte de los aliados, y el juez que se hizo cargo del cadáver y de los documentos, era juez de la Marina además de bastante honrado, y estaba dispuesto a hacer lo que debía; es decir, entregar el maletín sin abrirlo a sus legítimos dueños, que eran los británicos. Con esto hubo mucho lío, muchas idas y venidas, pero finalmente al juez le obligaron a soltar el maletín.
El falso oficial William Martin fue enterrado en el cementerio de Huelva, bajo la misma identidad con la que le enterraron, solo que después se añadió el nombre del verdadero muerto. La lápida está escrita en inglés y repleta de mentiras en la parte superior, porque dice: William Martin, las dos fechas de nacimiento y muerte inventadas, amado hijo de fulanito y menganita, y una frase en latín que dice “Es dulce y honroso morir por la patria”. Debajo de todo ello pone: Glyndwr Michael sirvió como el comandante William Martin en la Royal Navy”.
El cadáver de aquel mendigo fue el perfecto cebo para una de las más brillantes operaciones de inteligencia de la Segunda Guerra Mundial. La apasionante historia del hombre que nunca existió.