27 de febrero de 2025
Cumplió noventa y cinco años hace unos días y su presencia actoral en la historia del cine es todo un regalo para los sentidos. Ford Coppola lo eligió para dar alma, físico y aliento a su personaje Harry Caul.
Harry Caul dice no temer a la muerte, pero sí hacerlo con el asesinato, y no necesariamente el suyo. Harry Caul es…, ¿un espía?, ¿un técnico de sonido?, ¿una especie de mercenario que graba momentos ajenos al servicio del mejor pagador? Harry Caul dice desentenderse del contenido de los audios propios de su oficio, porque lo importante es que la grabación sea perfecta. Eso dice, y es el mejor. Mientras tanto, mientras Harry Caul bucea en almas ajenas, vestido de frialdad y desapego, hay otro Harry Caul que deambula por ahí atrapado por la soledad, la timidez, el desamparo. Guarda entre sus recuerdos algo terrible que sucedió hace unos años. Gracias o por culpa de uno de sus trabajos, tres seres inocentes perdieron la vida. Nuestro hombre asiste a oficios religiosos, es asiduo de confesionarios, rezos y plegarias por el bien de su alma y, probablemente, no tema a la muerte y sí a las consecuencias posiblemente mortales, sin duda morales, de su quehacer. Ahora anda grabando a dos trabajadores de una empresa, un hombre y una mujer, que pasean por una plaza de San Francisco, rodeados de palomas, mimos, músicos callejeros, vagabundos que dormitan en un banco y fuentes de agua que hacen prácticamente imposible captar el sonido de su conversación. Gracias a su oficio, Harry Caul consigue entresacar la realidad que captan sus micrófonos, y el contenido obsesiona al espía. ¿Ha grabado una fantasía? ¿O quizás a la propia muerte y su inminencia?
Hace ahora cincuenta años, un tipo de nombre Francis Ford Coppola, creó el personaje de Harry Caul, dicen que influenciado en ese entonces por el escándalo del Watergate, aquella trama corrupta de espionaje promovida por un triste y nefasto fantoche de nombre Richard Nixon. Pues bien, Francis Ford Coppola, que terminaba de estrenar “El padrino” y preparaba el rodaje de “El padrino II”, dicen que aprovechando el espacio temporal entre esas dos obras maestras, decidió fabricar una obra menor, y entonces escribió, produjo y dirigió “La conversación”. ¿Una obra menor? Logró un prodigio para la historia del cine, una película contenida, sobria, dotada de un pulso narrativo arrollador, una obra creada alrededor de la desolación de un ser doblegado y atrapado por las consecuencias de su oficio, un documento fidedigno de la aprehensión de la fantasía, la realidad, o quizás la muerte.
Y para colmo de bienes, Ford Coppola eligió para dar alma, físico y aliento a su personaje Harry Caul, a un actor de talento descomunal, nada más y nada menos que Gene Hackman. ¿Lo recuerdan? Hoy es un anciano que vive retirado en Santa Fe, Nuevo México, dedicado a la pesca y la lectura. Cumplió noventa y cinco años hace unos días y su presencia actoral en la historia del cine es todo un regalo para los sentidos. Es imposible olvidar sus creaciones en películas como “Arde Mississippi”, “The french conettion”, “Bonnie and Clyde”, “Testigo accidental”, “Poder absoluto”, “Enemigo público”, “Cámara sellada”, “La tapadera”, “Superman”, “La noche se mueve”, tantísimas otras. Y naturalmente, queda en las entrañas de cualquier espectador aquel sheriff, de nombre Littel Bill Daggett, despiadado, brutal, cínico, temible, cabronazo, que le regaló Clint Eastwood en la emblemática obra maestra “Sin perdón”. Gene Hackman contribuyó con su inconmensurable oficio a engrandecer hermosas muestras de la cinematografía que ahora se nos antojarían inexistentes sin su presencia en cada una de ellas. Maestro Hackman, actor total.
“La conversación”, pues, cumple cincuenta años. Apuntan historiadores y entendidos que Ford Coppola se inspiró para su creación en otra película inolvidable, “Blow Up”, que en España se llamó tontamente “Sueño de una noche de verano”, obra dirigida por el gran Michelangelo Antonioni, y que, a su vez, estaba basada en un relato breve de Julio Cortázar, “Las babas del diablo”. El denominador común de las aportaciones literarias y cinematográficas apuntadas, es la aprehensión de la muerte, valiéndose el fotógrafo, el traductor o el espía, de artilugios que en su intención inicial, pudieran ser mecánicos, objetivos, inapelables. La captación del movimiento, las palabras y la tragedia de unos seres elegidos, por azar, en el caso de “Las babas del diablo” y “Blow Up”, o por encargo como sucede en “La conversación”, conducen a la reflexión, a la visión del mundo como real, imaginario y en cualquier caso atrapado por el desamparo. La última secuencia de “La conversación”, nos muestra a un triste Harry Caul, tocando el saxofón en un apartamento desmantelado por un dueño temeroso de ser espiado, violado en su intimidad. Y Gene Hackman desgrana notas de Duke Ellington, empapado en sudor y absorto en su soledad.
Coda: Mientras redactábamos la crónica arriba expresada, mientras recordábamos el inmenso trabajo actoral de Gene Hackman en una carrera descomunal, nos golpea la noticia de su fallecimiento. Su cuerpo, junto al de su compañera, la pianista Betsy Arakawa, y su mascota, un perro sin nombre conocido, han aparecido sin vida en su casa de Santa Fe. Las causas y entresijos de este suceso serán conocidos cuando las aguas apacigüen titulares, especulaciones, dimes, diretes, qué sé yo. Ahora nos queda recordar a uno de los más grandes de la historia del cine. No te olvidaremos jamás.