17 de diciembre de 2024
Marisa Paredes no era una actriz. Marisa Paredes era la actriz. Así que cuando alguien escriba, comente o desarrolle argumentos sobre “una” de las actrices más importantes, sobre “una” de las actrices más versátiles, o sobre “una” de las actrices más descomunales de la historia del cine español, ni puto caso. Marisa Paredes era “la actriz”, determinando el artículo, porque nadie como ella ha sido capaz de abalanzarse sobre el imaginario colectivo llevando consigo esa estela aterciopelada e insobornable de las estrellas que ya forman parte de eso que seguimos llamando eternidad. Hay que ser muy lista, avezada, dotada del talento de la mejor estirpe y entregarse en cuerpo y alma al oficio de los cómicos, para construir una carrera, trayectoria, coherencia y resultados que van a quedar en eso que dice y habla de la memoria, de la mejor memoria.
La Paredes ha muerto, la Paredes se va, claro, y se apuntarán destellos de historia, talento, trabajo, galardones, presencias, momentos imponderables de la historia del cine, la tele, el teatro. También, de la ensoñación del recuerdo, del trayecto de una mujer que supo entender su trabajo como una militancia en la que no cabía nada más que la pasión y el amor para transmitir eso en lo que tan solo participan los elegidos. Ella lo era. Única. Heredera de esa cosa tan indefinible como interpretar, doblegarse a un personaje, dar hueso y carne a tantas y tantos seres, apropiarse de almas y conductas, expresar sensaciones y dejarse llevar por la locura de la verdad y la fantasía. En esos tronos no se sientan reinas. En esos espacios no caben reyes, nobles, tontas y tontos. Ahí van a estar las estrellas inmortales.
Marisa Paredes es una de ellas. Y a nivel personal (manda huevos, como si lo anteriormente escrito y descrito no fuera de índole personal), me queda la actriz que supo dibujar de azul con su mirada, los estudios unos de los años sesenta pasados. Bellísima. Seductora. Dueña de la gran pantalla. Que supo diseñar el drama y la tragedia como si la acompañara un coro de alientos y desamparo a la hora de declamar en el silencio, que supo acercarnos a las contradicciones, los desvaríos, la fragilidad de lo que somos. Nos aproximó como nadie a la verdad. La Paredes desprendía un hálito de veracidad, todas y cada una de las veces que se atrevió a ejercer su oficio delante de una cámara o en las tablas de cualquier teatro. Es que ella, era la actriz.
Hace algunos años, compartí con la Paredes una cena sosegada durante la presentación o la promoción de alguno de sus trabajos, no recuerdo cual. Jamás olvidaré su mirada, su voz susurrante y el hecho de haber compartido con ella momentos y espacios cargados de ternura y entendimiento. Creo que nunca la olvidaremos.
Fotografía publicada por la Academia de Cine en su red social X, sin cita del autor de la imagen.