28 de julio de 2024
"No se dejó encorsetar jamás. Vivió, trabajó y respiró en libertad, primero, y a su pesar, en una industria acomplejada y llena de secretarias, chicas con minifalda y amas de casa resignadas".
A Teresa Gimpera (en la foto en 2012), la catalana más guapa de la historia del cine español, le privaban las tapas de sesos de cordero que preparaba Fina, y le servía la simpatiquísima Ana en el desaparecido y añorado bar Mirrín, que regentaba mi amigo Diego García Jódar en la calle Musso Valiente de Lorca. Visitó la Gimpera esta ciudad murciana, allá por 2003, para asistir a una serie de actos que conmemoraban los treinta años del alumbramiento de la película “El espíritu de la colmena”, de Víctor Erice, en la que la actriz interpretaba a la madre de las niñas Ana e Isabel, y esposa de Fernando Fernán-Gómez. Una obra inmortal rodada en 1973 en Hoyuelos, Segovia, lugar que guarda todavía escenarios que permanecen intactos desde entonces, como la casa donde vivía la familia, el edificio de la escuela en la que las niñas aprendían anatomía humana, o la inolvidable sala de proyecciones donde las niñas veían “Frankenstein”, hoy convertida en almacén del único bar del lugar. Teresa Gimpera habló de la película, claro, recordó anécdotas del rodaje, y habló de su relación con Erice, con Fernán-Gómez, con las niñas Isabel Tellería y Ana Torrent, pero aprovechó también su visita para dejar un halo de simpatía, belleza y complicidad inolvidables. Venía acompañada de su marido, el guapo actor norteamericano Craig Hill, que había rodado grandes películas en su país, como “Eva al desnudo”, pero un día apareció por Barcelona, se enamoró de la Gimpera (como el resto de los mortales, no era para menos), y ya se quedó en España, donde falleció hace ahora diez años.
Teresa Gimpera se fue el otro día a hacerle compañía en el más allá. Los telediarios y notas de obituario, la han señalado, y bien, como lo que fue. Una mujer dotada de una inmensa belleza, que cultivó con acierto y elegancia una amplísima carrera en el mundo de la moda, la empresa, la televisión, la publicidad y el cine. La vamos a recordar en centenares de apariciones que se guardan en el imaginario colectivo de tanta gente. También, como musa de una izquierda “divina” y burguesa catalana, que la adoptó como modelo de sus propios deseos. Pero ella no se dejó encorsetar jamás. Vivió, trabajó y respiró en libertad, primero, y a su pesar, en una industria acomplejada y llena de secretarias, chicas con minifalda y amas de casa resignadas. Luego, al lado de otros cineastas que rompieron lanzas por un cine de avanzadilla más seria en lo formal y en lo ideológico. Ella siempre brilló con la luz de una presencia y un talento arrolladores.
Espero que, a su muerte, le hayan pintado los labios de un rojo carmín brillante, tal y como ella hubiera deseado. Yo siempre la recordaré escribiendo una carta al lado de un ventanal por el que entraba una luz de color miel, dejando una carta en una estación de posguerra, mientras un tren se marcha cargado de melancolía, quitándole los lentes a su marido en duermevela, y peinando a su “hija” Ana Torrent mientras ambas susurraban sobre fantasmas y espíritus. Y claro, alrededor de unas cervezas, unas risas y las tapas de sesos del Mirrín. Hasta siempre, Gimpera.