jueves, 25 de abril de 2024
Enalta
Revista Adiós

Lourdes Cacho Escudero


Escritora.

Memoria | La osera era otro cantar

04 de noviembre de 2022

La osera era otro cantar

No sé si las tibias de la osera nos hicieron piratas en aquellas tardes en las que buscar entre los huesos se convertían en pequeñas lecciones de anatomía o en el descubrimiento de un tesoro que abriríamos más tarde, en esa otra clandestinidad de la memoria que hace que el tiempo vivido se comprima en un fotograma. Eso debe ser recordar o andar descalzo por aquel lugar de enterramientos al que solíamos acercarnos también solos cuando la puerta, de un azul desgastado, se abría al recibimiento de las flores.

Las manos de las madres hacían cruces de colores y abrillantaban los nombres, que a veces, habían sido erosionados por el tiempo.

La osera, estaba en la parte en la que los niños, un día sí y otro también, morían de cualquier cosa que les produjera fiebre. Medir el fémur de aquellos tiempos en los que los pequeños se enterraban en un sitio común, sería medir la pobreza o la miseria de otro fotograma polvoriento, la cuarentena constante de la enfermedad, los pétalos de la suerte antes de formar parte de una cruz.

El cementerio era una costumbre con sol y con lluvia, un recordatorio, un acercamiento a los hombres y mujeres que, en las fotografías, nos mostraban aquel instante feliz en el cual sonrieron y se quedaron quietos ante la cámara de alguien que ocupó el oficio de retratarlos. Yo imaginaba ese instante de estudio, de ciudad, de ropa de domingo para la ocasión… Andábamos de puntillas porque era un sacrilegio pisar las tumbas, un pecado mortal, la invasión de otro terreno del que aún no conocíamos el significado. Sin embargo, la osera, era otro cantar, un revoltijo de células y minerales que permitían el arte de la adivinación o el aprendizaje. Como pétalos de colágeno y calcio.

Foto Jesús Pozo.