sábado, 27 de abril de 2024
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Revista Adiós

Manuel Pérez Perálvarez


Memoria | El pequeño cementerio civil del XIX en la Sierra Sur de Jaén

11 de enero de 2022

Que en la España del siglo XIX se construyese un cementerio civil no era nada común; que dicho cementerio tuviese carácter municipal y mancomunado da idea de un espíritu bastante moderno en aquellos tiempos donde imperaban unas profundas influencias ecles

El pequeño cementerio civil del XIX en la Sierra Sur de Jaén

Hay mil historias que tapizan la geografía de Jaén. Relatos que se adentran en tiempos remotos, y otros que apenas acaban de nacer, pero en ambos casos construyen un puzzle prodigioso al que, por suerte siempre le quedan nuevas piezas para finalizar el cuadro de una provincia en continua construcción.

En el municipio de Alcalá la Real, plena Sierra Sur, se yergue desde 1881 un pequeño cementerio que por sí solo es una gran historia. Enclavado en una pequeña colina, domina la vista de todos los núcleos urbanos y diseminados del entorno cual torre vigía de las muchas que dejaron los árabes en la zona. Si considerásemos sus muros como ojos, estos estarían mirando a todos aquellos que algún día reposarán en el lugar. Es en San José de la Rábita, otrora enclave de gran importancia ya que llegó a tener hasta su propio cuartel de la Guardia Civil, y hoy sumido en la cruel despoblación, apenas quedan un centenar de habitantes.

Que en la España del siglo XIX se construyese un cementerio civil no era nada común; que dicho cementerio tuviese carácter municipal y mancomunado da idea de un espíritu bastante moderno en aquellos tiempos donde imperaban unas profundas influencias eclesiásticas. Que un lugar perdido, remoto y casi aislado se adelantase casi un siglo a muchos otros de ciudades bastante más importantes, es un hito digno de destacar.

El cementerio de San José de La Rábita dio cobijo, y sigue haciéndolo, a aquellos que habitaron la zona y hoy descansan eternamente. Hay difuntos de La Rabita, núcleo principal y más poblado, del propio San José, Los Canales, Fuente Álamo, Las Grajeras, La Laguna e incluso de El Escarchalejo, ya en el término municipal de Alcaudete, lo que da idea de un diseño atrevido, dar servicio a una comarca a la vez que racionalizar medios y abaratar las infraestructuras. Unos muros originales de piedra y argamasa que perduran aún, donde se abre una pequeña puerta de forja, dan la bienvenida al lugar. Un grifo con una pequeña pila siempre pulcra para aquellos que quieren adecentar las lápidas, nos indica que son habituales las visitas al lugar. Tras esa entrada, una hilera de cipreses hace de humilde avenida central; a ambos lados, las tumbas en el suelo dan idea del origen de los que allí reposan. A la izquierda humildes barandillas, cruces sencillas y la tierra. A la derecha panteones que, sin ser exquisitos, dan idea de una mejor una posición económica de las familias allí enterradas.

No fue hasta los años 70 del siglo XX cuando en el lateral sur del muro se construyeron nichos, curiosamente todos de espaldas al sol, no sé si por casualidad o con algún interés de esos que moran muchas veces en la memoria colectiva de las gentes. La última ampliación en lado oeste ha quitado una belleza y encantos intrínsecos al lugar -los cementerios también tienen un encanto especial si se vence la idea primaria del miedo a la muerte- pero al mismo tiempo se ha conseguido más espacio para enterramientos ya que la zona vieja estaba colapsada.

Ver el apellido Perálvarez en las lápidas no resulta inusual. Allí reposa mi madre, tras una lápida de mármol blanco, que destaca entre el resto en mi mirada, mis abuelos, mis tíos, algún primo...

Dicen que la memoria se asienta en mil sitios, pues en aquel recinto está parte de la de mi infancia, las personas que quise, aquellas que conocí, las que me vieron jugar, también muchos de los que me regañaban cuando hacía alguna travesura propia de la edad.

Este cementerio es famoso como punto de referencia en multitud de estudios de psiquiatría, pero esto no toca en el relato de hoy.

Pretendo con estas líneas reivindicar la memoria de aquellos que supusieron algo en mi vida, los familiares y los que sin serlo eran vecinos y conocidos. Soy de los que piensan que uno debe velar por la historia de los que se fueron, pero sobre todo de los que hicieron algo para convertirme en lo que soy. En ese cementerio de San José, una construcción avanzada a su tiempo, hay parte de mí. La visita era obligada no solo por lo que fui, por lo que soy, por lo que pueda llegar a ser, sino también por los que allí descansan para la eternidad y viven en mi memoria.

Si visitan la zona, si transitan por ella, levanten su vista hacia San José. Sobre un promontorio que domina toda la zona se alzan unos cipreses, alguien decidió en pleno siglo XIX construir algo tan sagrado al margen de la Iglesia, poca broma entonces.