jueves, 18 de abril de 2024
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Revista Adiós

Ana Valtierra


Doctora en Historia del Arte. Universidad Camilo José Cela.

ARTE | El 'Efecto Werther' , o la extraña pandemia de suicidios de jóvenes en los siglos XVIII y XIX

26 de febrero de 2021

El 'Efecto Werther' , o la extraña pandemia de suicidios de jóvenes en los siglos XVIII y XIX

“Efecto Werther” es la expresión que se utiliza hoy en psicología para definir la secuela imitativa de la conducta suicida. Para entendernos, con este término resumimos el hecho de que haya un incremento puntual de los suicidios por emulación de algún famoso. Por ejemplo, sabemos que se produjo un “Efecto Werther” tras la muerte de estrellas como Marilyn Monroe o Kurt Cobain.
Lo curioso es que el nombre se lo debemos a la publicación de la novela “Las penas del joven Werther”, de Johann Wolfgang de Goethe, en 1774, una historia de amor en la que el protagonista es un artista que alcanza tal nivel de sufrimiento, que termina quitándose la vida. Este libro se hizo tremendamente popular entre los jóvenes de finales del siglo XVIII y siglo XIX, hasta tal punto que muchos se suicidaron de una manera que parecía querer emular al protagonista. Tan grave fue el asunto y tanta preocupación despertó en la época, que algunos países como Alemania, Italia y Dinamarca llegaron a prohibir la novela para intentar coartar esta extraña ola de suicidios que afectó a los jóvenes de Europa. El propio Goethe le dijo a su secretario en 1821 a colación de este tema que quizá muchas personas tienen un momento en su vida en el que sienten que Werther ha sido escrito solo para ellos.
La novela, además de estar protagonizada por un artista, tuvo una gran repercusión, ilustrándose una gran cantidad de piezas con escenas del libro o personas leyéndolo y llorando desconsoladamente al conocer las desventuras amorosas del protagonista. Existen abanicos, porcelanas, pinturas, grabados y un largo etcétera con la representación de las desdichas del joven Werther.
 
El desdichado artista
 
La novela es una colección de cartas escritas por un joven artista llamado Werther, donde va narrando todos sus sentimientos con gran detalle. Así, nos cuenta cómo en un baile se enamora de una joven llamada Lotte que ya estaba comprometida con un señor once años mayor que él llamado Albert. Albert y Lotte se casan, a pesar de lo cual Werther mantiene una gran amistad con ella que le va sumiendo en una tristeza cada vez más profunda a sabiendas de que nunca podrá estar con su amada. En un desliz, Lotte y Werther se besan ¡por fin! pero la culpabilidad les carcome. Werther entiende que uno de los tres tiene que morir porque la situación es insostenible, y como no es capaz de matar a su rival, decide quitarse la vida. Con unas pistolas prestadas por el propio Albert y enviadas por Lotte para más inri, Werther se pega un tiro, pero no muere al instante, sino que está varias horas agonizando. Hay que imaginar al lector de la época: con el alma en vilo con todas las desventuras de este desdichado artista. Encima, al pobre, una vez muerto, no se le puede enterrar en el cementerio, puesto que los suicidas en esta época no podían ser sepultados en sagrado, y su lápida es colocada, desahuciada, a las afueras. Un dramón que a finales del siglo XVIII y siglo XIX causó, como digo, un gran impacto entre los adolescentes de la época convirtiéndose en un auténtico superventas.
 
El final no se toca…
 
La historia, desde luego, es desconsolada y agónica, pero más triste aún es pensar que estuvo basada en hechos reales. Efectivamente, el propio Goethe conoció en 1772 a una joven llamada Charlotte Buff (Lotte es el diminutivo de este nombre), que estaba prometida con un hombre mayor y de la que se enamoró perdidamente. Es cierto que Goethe no se suicidó, pero sí lo hizo su amigo Karl Wilhelm Jerusalem con 23 años. Lo hizo con unas pistolas prestadas al no ser correspondido en el amor por una mujer casada.
Resulta curioso pensar en las repercusiones tan grandes que tuvo este libro. No solo a nivel vital, sino entre aquellos que intentaron censurar el libro o incluso cambiar el final. Así, el escritor alemán Friedrich Nicolai quiso escribir un final alternativo por el que Albert llena las pistolas de sangre de pollo para evitar el suicidio de Werther y le cede a Lotte. Si vamos por partes, ya resulta curiosa esta idea de “ceder” a la mujer, como quien presta el coche o el apartamento de la playa. Pero también el enfado sublime que le produjo a Goethe que alguien quisiera eliminar el suicidio de su novela y sustituirlo por una chanza protagonizada por sangre de pollo, así que escribió un poema llamado “Nicolai en la tumba de Werther”, en el cual Nicolai defecaba en el enterramiento del compungido artista. Fue el comienzo de una no tan bonita enemistad.
El arte de finales del siglo XVIII y siglo XIX representó de manera reiterada pasajes relacionados con esta tragedia en los objetos más cotidianos, como por ejemplo platos y vasos de porcelana que eran auténticas obras de arte. Quizá nos sorprenda pensar que durante muchos años tomarse un “fish and chips” (seguro que comían algo mejor) en un plato, o un té en una taza donde se representaba a Charlotte ante la tumba de Werther era habitual. E incluso puede que nos impresione más pensar que esas piezas de vajilla se hacían en China a finales del siglo XVIII. Así, por ejemplo, en el British Museum conservamos una copa y un plato de porcelana representando a Charlotte en la tumba de Werther, perteneciente a la dinastía Qing de esos años.
 
Satirización del suicidio
 
Esta pandemia de suicidios que asoló Europa y provocó que incluso algunos países publicaran decretos para prohibir su lectura alegando una emergencia de salud pública, también incitó la reacción contraria en la pintura, donde autores como Leonardo Alenza satirizaron esta especie de moda por el suicidio. Pintó en 1839 su “Sátira del suicidio romántico”, con un incisivo tono irónico que criticaba los excesos del romanticismo con respecto a esta situación. El óleo muestra en primer plano a un hombre exageradamente escuálido vestido con camisa blanca y descalzo. Su complexión esquelética hacía alusión a la moda por tener una apariencia enferma en el siglo XIX, que hizo que incluso algunos jóvenes contrajeran enfermedades como la tuberculosis a propósito. Va a suicidarse tirándose por un barranco, pero lleva un puñal en su mano izquierda por si esquiva a la muerte con la caída por el precipicio, asegurándose así morir con el arma blanca. A su lado hay papeles, libros y un tintero alusivo a su actividad como escritor; una laurea sobre una cruz en alusión a la fama y la calavera como símbolo de la muerte. Al fondo, en segundo plano, se muestran otros dos suicidios: uno ahorcado en un árbol y otro que yace entre su propia sangre en el suelo.
Leonardo Alenza fue más allá, pintando el mismo año “Sátira del suicidio romántico por amor”, que, iconográficamente hablando, está ligado a la novela sobre el joven Werther, de Goethe. En esta pintura los ancianos protagonistas son un hombre y una mujer esqueléticos con el rostro desfigurado que están en el cementerio, marcado por un mausoleo y un ciprés. Él está encañonándose en el cuello con una pistola, buscando la compasión de su amada mientras suplica su amor. Al lado hay un frasco de veneno, manuscritos, una espada y un puñal que son alegorías de la muerte que hacen de nuevo alusión por parte del pintor a los excesos cometidos durante el romanticismo en materia de suicidios; en este caso por amores no correspondidos.
Mi madre decía siempre que nadie se muere de amor, y como ella (casi) siempre tiene razón, es innegable que el amor en sí mismo no mata, sino que revitaliza. Pero es cierto que la angustia por su pérdida, no produciendo tu muerte, sí que puede hacer insostenible la vida hasta tal punto de no quererla. Hemos hablado de la ola de suicidios que produjo la publicación de la novela “Las penas del joven Werther” en 1774, pero quisiera concluir remarcando la idea de Goethe de que esa ola se inició porque muchos jóvenes se sintieron identificados en sus sentimientos con los del protagonista del libro. También, con los prejuicios que provocó el hecho de hablar del suicidio hasta tal punto que quisieron cambiarle el final. No obstante, el intentar invisibilizar el suicidio no hace que desaparezca, como bien sabían los artistas y escritores de finales del siglo XVIII y siglo XIX.
 
La ilustración es “Suicidio romántico”, de Leonardo Alenza, Museo Romántico, donde un joven escritor se lanza por un precipicio para suicidarse con un cuchillo en la mano, por si falla la caída.