sábado, 20 de abril de 2024
Enalta
Revista Adiós

Javier Gil Martin


Colaborador de la revista Adiós Cultural.
Sección poesía

30 ANIVERSARIO DE SU MUERTE | JAIME GIL DE BIEDMA / POEMAS PÓSTUMOS

15 de enero de 2021

El director del Instituto Cervantes, Luis García Montero junto con la sobrina del escritor, Inés, depositaron hoy un legado en la Caja de las Letras de la institución en Madrid

JAIME GIL DE BIEDMA / POEMAS PÓSTUMOS

De entre todos los poetas españoles del siglo XX pocos, como bien señaló Francisco Brines, tienen una obra con tal cantidad de poemas y versos memorables como Jaime Gil de Biedma. Las personas del verbo, que aglutina, depurada, su obra poética, ha sido un ejemplo para muchísimos de los poetas posteriores por su contención y por la estrecha vinculación que consiguió entre el hombre y la obra: “Muy pobre hombre ha de ser uno si no deja en su obra —casi sin darse cuenta— algo de la unidad e interior necesidad de su propio vivir. Al fin y al cabo, un libro de poemas no viene a ser otra cosa que la historia de un hombre que es su autor...”.
 
Contra esta afirmación, el poeta dice no ser directamente el protagonista o la persona que hay detrás del poema, pero, por ejemplo, Juan Ferraté —gran amigo del autor y hermano del mítico poeta catalán Gabriel Ferraté— lo desmiente diciendo que detrás de sus poemas siempre hay un hombre: Jaime Gil de Biedma.
 
Este intento de ocultarse puede tener que ver con la doble vida que tuvo que llevar en su ámbito personal; por un lado, como alto cargo de la Compañía de Tabacos de Filipinas a la que estaba vinculada su familia y, por otro, como homosexual fogoso y temerario. Reflejo de esta doble vida es su magnífico libro Diario del artista en 1956, donde aparecen sin tapujos sus escarceos amorosos y eróticos y que no vio la luz, por expreso deseo del poeta, hasta después de su muerte. La encargada de su publicación fue Carmen Balcells, a la que Jaime Gil de Biedma había encargado la gestión y administración de sus derechos de propiedad intelectual. El heredero de este legado fue Josep Madern, última pareja del poeta, que se encargó de cuidarlo durante su convalecencia como enfermo de sida hasta su muerte. Cuatro años después de la muerte de Gil de Biedma, murió él de la misma enfermedad.
 
Otra escisión en la vida del poeta se da también entre su pensamiento político cercano a la izquierda —intentó, de hecho, entrar en el clandestino partido comunista— y su realidad social de alto burgués, casi aristócrata, que lleva una forma de vida muy alejada a la de la mayor parte de la sociedad española de su tiempo.
 
Esta tendencia izquierdista le llevó a cultivar la poesía social, igual que algunos de sus amigos, como Ángel González, que sí pertenecía a la clase trabajadora y había perdido a su hermano asesinado en la Guerra Civil, pero siempre con una clara conciencia de que en su comportamiento había algo de intrusismo: “Y a la nostalgia de una edad feliz / y de dinero fácil, tal como la contaban, / se mezcla un sentimiento bien distinto / que aprendí de mayor, / este resentimiento / contra la clase en que nací, / y que se complace también al ver mordida, / ensuciada la feria de sus vanidades / por el tiempo y las manos del resto de los hombres. / /Oh, mundo de mi infancia, cuya mitología / se asocia —bien lo veo— / con el capitalismo de empresa familiar”, dice en su poema “Barcelona ja no és bona, o mi paseo solitario en primavera”. Y al final de este: “Sean ellos sin más preparación / que su instinto de vida / más fuertes al final que el patrón que les paga / y que el salta-taulells que les desprecia: / que la ciudad les pertenezca un día”. Ese ellos deja claro que esa lucha no es por él, y mucho menos por su clase; todo lo contrario, de esa lucha ha de salir victorioso el obrero, el trabajador.
 
En su último poemario, Poemas póstumos, al que pertenece su poema “Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma”, la poesía social se ve desplazada por la desilusión y el poeta se enfrenta a sí mismo, a sus sucesivas máscaras, a la desnudez anterior a la muerte que aún se encuentra lejana. Ya el título del libro —que vaticina su silencio poético posterior, ya que dejó de escribir bastantes años antes de su muerte real— denota esta preocupación existencial y trágica. En el poema, un Gil de Biedma que ha pasado una gran crisis personal: “Luego vino el invierno, / el infierno de meses / y meses de agonía / y la noche final de pastillas y alcohol / y vómito en la alfombra”, se enfrenta a aquel que vivió antes del último verano de nuestra juventud (como recuerda en el poema que le dijo a su amigo Juan Marsé). Hay un antes y un después de este poema, hay dos Gil de Biedma —de nuevo la escisión—, uno joven y esperanzado y otro que lo ha suplantado. Pero el suplantador se queda con el recuerdo de ese día feliz y entre amigos.

DESPUÉS DE LA MUERTE DE JAIME GIL DE BIEDMA
 
En el jardín, leyendo,
la sombra de la casa me oscurece las páginas
y el frío repentino de final de agosto
hace que piense en ti.
 
El jardín y la casa cercana
donde pían los pájaros en las enredaderas,
una tarde de agosto, cuando va a oscurecer
y se tiene aún el libro en la mano,
eran, me acuerdo, símbolo tuyo de la muerte.
Ojalá en el infierno
de tus últimos días te diera esta visión
un poco de dulzura, aunque no lo creo.
 
En paz al fin conmigo,
puedo ya recordarte
no en las horas horribles, sino aquí
en el verano del año pasado,
cuando agolpadamente
-tantos meses borradas-
regresan las imágenes felices
traídas por tu imagen de la muerte...
Agosto en el jardín, a pleno día.
 
Vasos de vino blanco
dejamos en la hierba, cerca de la piscina,
calor bajo los árboles. Y voces
que gritan nombres.
      Ángel,
Juan, María Rosa, Marcelino, Joaquina
-Joaquina de pechitos de manzana.
Tú volvías riendo del teléfono
anunciando más gente que venía:
te recuerdo correr,
la apagada explosión de tu cuerpo en el agua.
 
Y las noches también de libertad completa
en la casa espaciosa, toda para nosotros
lo mismo que un convento abandonado,
y la nostalgia de puertas secretas,
aquel correr por las habitaciones,
buscar en los armarios
y divertirse en la alternancia
de desnudo y disfraz, desempolvando
batines, botas altas y calzones,
arbitrarias escenas,
viejos sueños eróticos de nuestra adolescencia,
muchacho solitario.
                             Te acuerdas de Carmina,
de la gorda Carmina subiendo la escalera
con el culo en pompa
y llevando en la mano un candelabro?
 
Fue un verano feliz.
                               ...El último verano
de nuestra juventud, dijiste a Juan
en Barcelona al regresar
nostálgicos,
y tenías razón. Luego vino el invierno,
el infierno de meses
y meses de agonía
y la noche final de pastillas y alcohol
y vómito en la alfombra.
                                   Yo me salvé escribiendo
después de la muerte de Jaime Gil de Biedma.
 
De los dos, eras tú quien mejor escribía.
Ahora sé hasta qué punto tuyos eran
el deseo de ensueño y la ironía,
la sordina romántica que late en los poemas
míos que yo prefiero, por ejemplo en Pandémica...
A veces me pregunto
cómo será sin ti mi poesía.
 
Aunque acaso fui yo quien te enseñó.
Quien te enseñó a vengarte de mis sueños,
por cobardía, corrompiéndolos.  
 
                        De Poemas póstumos (Poesía para todos, Madrid, 1968)
                        En Las personas del verbo (Seix-Barral, Barcelona, 2000)
                        Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-1990)
 
Fotografía de Jesús Pozo del panteón familiar del poeta en el pueblo de Segovia en el que vivió y está enterrado, Nava de la Asunción.