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Revista Adiós

Nieves Concostrina


Redactora jefa de Adiós Cultural.

Firmas | JUDY GARLAND, la muerte que abrió armarios

06 de noviembre de 2019

JUDY GARLAND, la muerte que abrió armarios

Tuvo que suicidarse Frances Ethel Gumm para que, sin haberlo previsto, comenzaran a abrirse miles de puertas de armarios.
Tenía 47 años recién cumplidos, iba por su quinto marido y no había conseguido desengancharse de los barbitúricos con los que la atiborraron desde pequeñita.



Para que rodara sin parar, para que descansara y pudiera volver a rodar, para que no engordara, para que no se deprimiera... Había que proteger el rentable personaje de la niña prodigio Judy Garland aun a costa de destruir pastilla a pastilla a Ethel, la mujer que iba creciendo dentro.

El 22 de junio de 1969 encontraron a Judy, a Ethel, muerta; sentada en el retrete de su casa de Londres, con la cara arañada y con signos de que, esta vez, se le había ido la mano. No está claro si voluntariamente o por un mal cálculo de la dosis. Da igual. Había intentado suicidarse tantas veces, que este detalle perdió importancia. Lo importante es que Judy Garland había muerto y que la comunidad gay, especialmente la neoyorquina, entró en shock. Se les había ido su santo y seña: Dorothy.El colectivo LGBTi de 1969, silenciado y oprimido, cuando ni siquiera podían imaginar el reconocimiento del más mínimo derecho, llevaba años adueñándose de la niña protagonista de “El Mago de Oz” para comunicarse.



 La frase “Soy amigo de Dorothy” se convirtió en una especie de guiño en los años 50 y 60 para identificarse discretamente, para reunirse, para entrar a locales...Así que, la prematura muerte de la niña Dorothy, la mujer Ethel y el personaje Judy, cayó a plomo entre los gais. El cuerpo de la actriz, amortajada con el vestido de novia que había lucido apenas tres meses antes durante su quinta boda, voló de Londres a Nueva York para que se pudieran despedir en la famosa funeraria Campbell su familia, los artistas, sus amigos y todos los gais que pudieron reunirse, frenados por las vallas, en los alrededores del 1076 de la Avenida Madison. Calcularon que hasta 20.000 criaturas, con absoluta discreción, se congregaron para decirle adiós a Judy cuando salió de la funeraria un féretro literalmente forrado con rosas amarillas, el mismo color de aquel camino de baldosas que siguió Dorothy para llegar hasta el Mago de Oz y poder volver a casa.


Dorothy. Fue la primera y multitudinaria concentración LGBTi, y la provocó aquella niña que huyó con su perro para buscar ese lugar, “más allá de donde se pone el arco iris, donde el cielo es azul, y los sueños que te atreves a soñar se hacen realidad”. A Judy Garland la enterraron en el cementerio neoyorquino de Ferncliff el 27 de junio de 1969. Ethel había muerto definitivamente para la vida y para la muerte, engullida por el personaje, porque fue el nombre artístico el que inscribie-ron en la lápida (en 2017, la familia trasladó los restos al cementerio Hollywood Forever, en Los Ángeles, y tampoco hasta allí viajó Ethel).
Aquella noche, la primera sin Judy, acabó derivando en una madrugada de copas y duelo en los locales de ambiente de Nueva York. Y ni siquiera aquel día la policía respetó el luto del colectivo gay. Las habituales redadas en los bares solían discurrir sin incidentes, con los clientes obedeciendo a los agentes del Escuadrón de la Moral Pública (ridículo nombre para un cuerpo policial), identificándose, levantándose las faldas para que pudieran comprobar quien las llevaba... Pero aquella madrugada, no.
El 28 de junio de 1969 plantaron cara. Volaron taconazos, vasos, botellas... hubo contusionados, detenidos...

Ganaron. Ganamos todos. Ganó el mundo.

El 28 de junio quedó fijado como el día del Orgullo, el que llegó para quedarse con la muerte de Ethel. De Judy. De Dorothy. Pueden estar orgullosas.