sábado, 21 de junio de 2025
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Revista Adiós

Ginés García Agüera


Periodista especializado en cine. Colaborador de "Adiós Cultural" desde el número 1.

Firmas | Stanley Kubrick

09 de agosto de 2019

Sigue vivo 20 años después

Stanley Kubrick

Aunque las leyes que rigen en el Condado de Hertfordshire, cercano a Londres, apenas a cuarenta kilómetros de la capital británica, prohíben taxativamente enterramientos en propiedades privadas, el concejo local de ese espacio administrativo inglés hizo una excepción. Seguramente llevado por la relevancia mundial del personaje, permitió hace veinte años, por marzo de 1999, que los restos del cineasta neoyorquino Stanley Kubrick pudieran inhumarse dentro de la finca llamada Childwickbury, propiedad del director de “La naranja mecánica”- Allí permanecen todavía hoy, junto a un árbol y un dolmen tumbado en el que se puede leer: “Aquí descansa nuestro amor Stanley. Nacido en Nueva York el 28 de julio de 1928 muerto en casa el 7 de marzo de 1999”.

Childwickbury, es una construcción señorial que data de mediados del siglo XVII. Tiene más de cien habitaciones entre baños, dormitorios, salones, vestidores, cocinas y almacenes de lo más variado.
Su terreno abarca casi 80.000 metros cuadrados, con jardines amurallados, accesos controlados, garajes, graneros y decenas de naves esparcidas por la propiedad, en las que se almacenan recuerdos, utillajes, vestuarios, decorados y deshechos de joyas de la historia del cine como “El resplandor”, “Barry Lindon”, “2001, una odisea en el espacio”, “La chaqueta metálica”, “La naranja mecánica” o “Eyes Wide Shut”, algunos de los títulos entregados el siglo pasado por Stanley Kubrick.

El director compró la finca en 1978, allí vive su viuda Christianne Kubrick, allí está enterrado el cineasta, y allí también se encuentran los restos de su hija mayor, Anya, fallecida diez años después que el propio Kubrick.


 
En ese lugar apartado, que hasta 1970 fue testigo de infinitas actividades agrícolas y ganaderas, y de crías de caballos de carreras, granja de sementales y fábrica de productos lácteos, Kubrick huyó de cierta mundanidad, trabajó en sus incontables proyectos y fabricó su existencia arropado por su familia, mascotas, íntimos colaboradores y amigos incondicionales, labrando cierta leyenda carente de sentido que lo tachaba de huraño e intratable, cuando los que pudieron conocerle de cerca supieron que era un ser tierno, enamorado de su mujer, hijas y numerosos nietos, que siempre inundaban de buenos sonidos cada rincón de Childbury Manor.
Ahora se han cumplido veinte años de la muerte de Stanley Kubrick, y el aniversario parece como iniciar un recuento de la obra de este autor prácticamente inclasificable, que trabajó siempre impregnando su obra de un perfeccionismo que muchos han calificado de enfermizo, pero que en realidad respondía a algo tan sencillo como al deseo de hacer de una creación cinematográfica, lo mejor posible para el público y productores que invertían en su inventiva.
Y baste aportar que los resultados de sus películas, salvo pequeñas e insustanciales excepciones, tuvieron, por una parte, una siempre nutrida acogida del público a la hora de comprar entradas en las taquillas; y por otra parte, el en-riquecimiento económico indiscutible de las productoras, que renegaban de las exigencias del director mientras veían crecer sus cuentas corrientes gracias al resultado económico de las películas de Kubrick en los cines de medio mundo.


(Stanley Kubrick fue enterrado en los terrenos de su mansión de Childwickbury Manor, Herfordshore Inglaterra, bajo su árbol favorito. Diez años después. le acompañó su hija. Los dos nombres están grabados en la gran roca que encabeza la sepultura)

El escritor y cineasta ilicitano Vicente Molina Foix, el que fuera traductor al castellano para los actores de doblaje y los subtítulos de las películas de Stanley Kubrick a partir de “La naranja mecánica” (1971), acaba de sacar al mercado una pequeña gran publicación de título “Kubrick en casa” en la que rememora su relación profesional y personal con el director de “El resplandor”. Entre sus páginas, se pueden leer unas harto aclaratorias palabras respecto a la leyenda de hombre presuntamente exigente, obsesivo y perfeccionista del cineasta: “Le respeté mucho y pronto entendí que ese complejo mecanismo que aplicaba a su obra, en el que yo entraba con la traducción, pertenecía a alguien que no sólo poseía un gran talento cinematográfico, sino que se tomaba muy en serio la relación con los demás. En el caso de Kubrick, ese demás era el público”.

Lo cierto es que, veinte años después de la desaparición de Kubrick, aún siguen vigentes apreciaciones sobre su obra que afirman que reinventó el cine de ciencia ficción con “2001, una odisea en el espacio”; que los mecanismos del género de terror nunca fueron mejor diseñados que en “El resplandor”; que no hay película de romanos que pueda superar al esplendor de “Espartaco”; que el humor surrealista fusionado con la estupidez de la clase política no ha llegado nunca ni a los talones a “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú”; que el estudio de la naturaleza humana no ha alcanzado mayores dosis de profundidad como en “Lolita”; que nadie se ha fundido en el infierno de la guerra como Kubrick en “Senderos de gloria” y “La chaqueta metálica”; que el cine llamado “de época” jamás ha conseguido la plasticidad casi pictórica de “Barry Lindon”; y que pocos han indagado en las relaciones de pareja como nuestro cineasta en su póstuma obra “Eyes wide shut”. Sí, probablemente Stanley Kubrick fue una especie de ogro que se obsesionaba con la perfección de su creación cinematográfica. Si ello fue así, eso que llaman “fin que justifica los medios”, alcanza su mejor respuesta en la obra de un tipo irrepetible, que sigue vivo en sus películas, veinte años después.