jueves, 28 de marzo de 2024
Enalta
Revista Adiós

Javier del Hoyo


Escritor y Profesor Titular de Filología Latina en la Universidad Autónoma de Madrid.

| El Valle de las Tumbas de Palmira

11 de abril de 2016

El autor del artículo ha visitado en varias ocasiones Palmira. En este texto de 2006 publicado en Adíós Cultural describía el lugar tal y como estaba antes de la semi-destrucción realizada por los terroristas del Daesh.

El Valle de las Tumbas de Palmira

Fotografía realizada por el autor en 2006. Vista general del conjunto arqueológico de Palmira.

He tenido recientemente la oportunidad, y fortuna al mismo tiempo, de poder visitar Siria, un país con un atractivo especial que ofrece sorpresas en cada uno de sus rincones. Una de las mayores, sin duda, ha sido la visita detenida a la ciudad de Palmira, situada en el corazón del desierto más extenso del país (Badiet al Sham), que sobresale por sus ruinas arqueológicas. Cuenta actualmente con unos 30.000 habitantes y vive del turismo que visita lo que fue su pasado. Situada a unos 150 kilómetros al oeste de Homs, era pausa obligada en las caravanas que intentaban llegar al Éufrates (este) o al Mediterráneo (oeste). En medio del desierto brotaba un manantial de agua (Afka), de donde se formó un riquísimo oasis donde crecían las palmeras que dieron nombre a la ciudad, Tadmor en árabe, que significa ciudad de los dátiles, y posteriormente Palmira (v. foto 1). Subir al atardecer al castillo medieval de Ibn Maan, desde donde se pueden divisar desierto, oasis, palmeral, ruinas y Valle de las Tumbas, para ver la puesta de sol, es un espectáculo inolvidable (v. foto 2).
De Palmira se podría decir lo mismo que Mark Twain expresó a propósito de Damasco: “Damasco no mide el tiempo por días, meses y años, sino por imperios que ha visto nacer y desmoronarse”. Pero, sin duda, el período más interesante y conocido de la ciudad es el de la reina Zenobia (260-273), que llegó a ponerse al frente de su ejército y a retar al propio Imperio romano. Soñó con un imperio sirio independiente, conquistó el Egipto Inferior (donde acuñó monedas palmireñas, como en Alejandría y en Antioquía) y llevó a cabo la guerra contra el ejército romano. El emperador Aureliano se la llevó en calidad de prisionera a Tívoli, donde murió en el año 273 d.C.
Pero quizás lo que más interesa aquí y ahora es hablar de la necrópolis de Palmira, probablemente la más grande y más rica del mundo grecorromano. Pueden constatarse en la ciudad dos necrópolis distintas: el Valle de las Tumbas, que se encuentra al oeste de la ciudad, y otra necrópolis al sur del oasis. El Valle de las Tumbas está considerado el más valioso del mundo en su género después del Valle de los Reyes en Egipto. Desgraciadamente, a lo largo de los años muchas de estas tumbas han sufrido el saqueo de árabes y europeos en busca de tesoros, y hoy se encuentran en un estado muy deteriorado. Se encuentra muy cerca de la ciudad antigua, de forma que se puede llegar a ella caminando.
Existen en Palmira varios tipos de enterramientos, de los que cuatro son los principales:
1) Tumbas – torre. Se comenzaron a utilizar al comienzo de la época helenística. La última tumba de este tipo se construyó en época del emperador Adriano, en concreto en el año 128 d.C., pero se siguieron utilizando hasta el siglo III d.C. Se trata de torres de planta cuadrada, construidas sobre un podium, en cuyo interior se presentan varios pisos comunicados por una escalera interior. Pequeñas ventanas permiten la ventilación y dejan pasar tímidos rayos de luz.
Dentro de este tipo destaca detrás del campo de Diocleciano, la tumba - torre de Jamblique, construida en el año 83 d.C. 500 metros más al oeste se encuentra la más importante y mejor conservada de todas ellas, la de Elahbel (v. foto 3), cuyo nombre deriva de uno de los cuatro fundadores. Está datada en 103 d.C., y cuenta con cerca de cuatrocientos nichos para albergar los cuerpos de otras tantas personas. Dispone de cuatro pisos altos y bien conservados. El inferior estaba destinado a los varones, el segundo a las mujeres, el tercero a esclavos y servidumbre ligada a la familia, y el cuarto y último -donde pueden verse nichos muy pequeños- a los niños. En la parte superior tenía una terraza, a la que todavía hoy puede accederse y desde la que se divisa buena parte de la necrópolis en medio del desierto (v. foto 4).
Las techumbres de cada piso se cubrían con ricos estucados polícromos. En la torre de Elahbel podemos ver aún casetones de estuco decorados con una roseta. En el centro de la composición destacan cuatro bustos, dos de ellos corresponden a sacerdotes, como se deduce de su tocado cilíndrico (v. foto 5). Cada nicho se cerraba con una lastra que contenía el busto correspondiente al difunto, y una inscripción escrita en palmireno que detallaba el nombre y la edad del difunto/a. Esta lengua, propia de la ciudad de Palmira, se escribía de derecha a izquierda en un alfabeto semítico derivado del arameo, pero contenía muchas palabras relacionadas con el griego. En el foro y en algunas zonas públicas de la ciudad la información se escribió en inscripciones bilingües, palmireno y griego, lo que indica el buen nivel cultural de sus ciudadanos y las relaciones comerciales con el mundo griego. Algunas inscripciones contienen interesante información acerca de distintas prácticas relacionadas con las tumbas, como la venta de un sepulcro por parte de su propietario. Todo ello ha puesto de relieve las operaciones especulativas que se llevaban a cabo por parte de las familias más pudientes de la ciudad.
2) Hipogeos. Construidos bajo tierra, tienen cierto parecido con las tumbas fenicias o egipcias. Se trata de cámaras sepulcrales subterráneas que solían albergar varias tumbas. Su construcción se desarrolla entre los años 81 y 251 d.C. El plano de este tipo de tumba es muy similar en todas: una T invertida, es decir un pasillo principal cortado por dos estancias laterales. Las paredes aparecen recubiertas con estuco decorado con motivos geométricos, vegetales o con escenas mitológicas. El fundador de la dinastía suele aparecer enterrado en un lugar preeminente, en la cabecera de esa T, ya parece representado por una estatua en compañía de su esposa y de sus hijos.
Aparte del hipogeo de Aténatan, excavado en el año 98, quizás la tumba más interesante es la de los Tres Hermanos, que se encuentra al oeste de la carretera, a unos 150 metros del hotel Cham Palace. En ella el conjunto de los frescos imita decoración arquitectónica. Además ofrece rica decoración de pintura mitológica, en concreto el panel principal representa a Aquiles descubierto por Ulises y Diomedes en la isla de Esciros; o las diosas aladas de la victoria que sostienen los bustos de los difuntos en los espacios intermedios destinados a la inhumación de los cuerpos.
Una de estas tumbas puede verse hoy día en el Museo Nacional de Damasco, adonde fue trasladada desde Palmira y reconstruida íntegramente en 1935. Se trata del hipogeo de Iarhaï, según se desprende de una inscripción que recuerda que “Iarhaï, hijo de Barikk, ha fundado este hipogeo en abril del año 108 d.C.”. Parece que sus descendientes siguieron utilizando la tumba hasta el siglo III. La puerta de entrada está compuesta de dos hojas monolíticas, labradas exteriormente a imitación de las puertas de madera, y tienen un peso de tres toneladas. Las paredes del interior están llenas de nichos en que aparece el busto del difunto o difunta y una inscripción alusiva al mismo en palmireno.
La decoración de la tumba principal de cada hipogeo es muy importante para estudiar la vestimenta y algunos hábitos sociales de la cultura palmirena. Vemos por ejemplo, a diferencia de las tumbas romanas contemporáneas (pensemos que en este siglo II d.C. que estamos comentando Palmira es una ciudad del Imperio romano) o de las etruscas de algunos siglos atrás, que en Palmira aparece el varón reclinado en primer plano, y la mujer a sus pies, como puede verse en algunas sepulcros del Museo Arqueológico de Palmira (v. foto 6), o en los que presiden aún hoy los hipogeos. En los nichos suele aparecer la mujer con un velo que le cubre la cabeza, pero le deja libres las orejas. La mano izquierda sale de la túnica y agarra un huso, como símbolo de las labores femeninas que llevó a cabo en vida; la derecha aparece o abierta saludando o cerrada (v. foto nº 7). Normalmente exhibe diversas joyas, grandes collares y pendientes de notable tamaño. El hombre suele sostener un papiro enrollado, como símbolo de su participación en la vida ciudadana.
A lo largo del siglo XX se han encontrado algunos de estos hipogeos, a veces de forma totalmente fortuita. Uno de ellas fue hallado inesperadamente en 1957 al realizar las obras para hacer pasar un oleoducto cerca de la ciudad. Se trata de la tumba de Artaban y data de la segunda mitad del siglo I (v. foto 8).
3) Hipogeos - torres. Se trata de enterramientos mixtos en cuanto a su estructura, ya que son a la vez hipogeos y tumbas torres. Se edificaron en una época de transición cuando la moda de las tumbas - torres comenzaba ya a declinar en provecho del nacimiento de los hipogeos. Muy cerca de la torre de Elahbel, se encuentra uno de los mejor conservados de este tipo, en la orilla del camino de arena, desde cuya terraza se ofrece al atardecer un bonito panorama sobre la ciudad.
4) Templos funerarios. Es el tipo más tardío de construcción. Se construyeron entre el 143 y el 250 d.C. Desde el exterior estas tumbas parecen templos, si bien su disposición interior los asemeja a casas con peristilo. Uno de ellos se encuentra a la salida de la ciudad, enfrente del conocido como campamento de Diocleciano. Se trata del templo tumba de Ailami. Pero quizás el más conocido es otro templo hexástilo, con seis columnas en el frente, coronado por un frontón. Bastante bien conservado al exterior, se encuentra al final de la gran columnata (v. foto 9), y cierra el cardo o calle principal. Su construcción es del siglo III. El muro se cerraba en su parte delantera con pilastras; la única conservada presenta una rica ornamentación con elegantes hojas de parra.
Una recomendación muy particular para el visitante, no deje de madrugar bastante para ver amanecer desde las propias ruinas. Ver cómo ese millar de columnas va cobrando vida a medida que la luz las va iluminando es indescriptible. Aparte de la emoción estética, podrá contemplar la ciudad sin apenas turistas, que quizás no compartan la idea de levantarse a las 3’30 de la madrugada para ver cómo el sol da luz y color a todo el conjunto.
 
Este artículo fue publicado en la revista Adiós Cultural número 57 (marzo-abril 2006)