Francisco de Goya es conocido por ser uno de los grandes genios de la pintura. Dominaba el color, y era capaz de plasmar en el lienzo lo más íntimo de la condición humana. Sin embargo, no fue nunca un pintor especialmente inquieto por los temas de mitología que tanto habían interesado a muchos de sus predecesores. A pesar de ello, hay un aspecto del mundo clásico al que dedicó varias obras a lo largo de su vida. Se trata de las Moiras o las Parcas que eran, según la mitología griega, tres hermanas que en el momento del nacimiento de la persona decidían cuál iba a ser su destino, así como cuándo y cómo moriría la persona.
Átropos o las Parcas”, una de las 14 “Pinturas Negras”. En primer plano, un hombre maniatado, quizás esperando que las Parcas que hay tras él decidan si acaban o no con su vida. La obra puede verse en el Museo del Prado
Cloto era la más joven de las tres. Con su rueca ovillaba los hilos de la vida. Láquesis era quien decidía el largo de la hebra de esa vida humana; es decir, cuánto iba a vivir. Y Átropos era la más terrorífica de todas. Con sus temidas tijeras cortaba el filamento de la vida; decidía el momento de la muerte. Por tanto, lo habitual en la historia del arte era representar a las tres hermanas hilando, cada una a su tarea concreta: una con las tijeras, otra con la rueca y otra midiendo el hilo.
Es un tema terrorífico y aterrador que estaba unido a la idea de que a cada ser humano se nos escribía un destino incluso antes de nacer, y sin posibilidad de escapar de él. Ese hado ineludible incluía cuándo y cómo íbamos a morir, momento en el cual entraban en juego las temidas Parcas. Son varias las ocasiones en las que, uniéndolo al tema de la brujería, la prostitución o su propia vida personal, Francisco de Goya pintó o grabó el tema de las Parcas. Es curioso que, no siendo una persona especialmente inquieta por los temas mitológicos, insistiera en la materia una y otra vez. Quizá porque se pasó la vida luchando por una sociedad mejor: defendiendo un sistema de gobierno más justo, denunciando las atrocidades de la Guerra de la Independencia, criticando la tauromaquia… muchas veces sin mucho éxito; como si las Parcas hubieran trazado ya su destino y el de sus contemporáneos en el momento de nacer, y, por mucho que combatiera, no pudiera escapar de él.
Brujas o prostitutas
Uno de los primeros acercamientos del zaragozano al tema de las Parcas lo encontramos en el Capricho número 44, titulado “Hilan delgado” (1797-1798). Aparecen tres mujeres viejas y muy feas ovillando. A la derecha, colgando de los hilos, hay un grupo de niños. Existía la creencia de que las brujas chupaban la sangre a los niños, y esta es la realidad que estamos viendo en este grabado. De hecho, la mujer de la izquierda tiene los labios muy gruesos y deformados por el esfuerzo de sorber.
Goya ha mezclado la iconografía del tema de las Parcas con un tema muy popular de la época: las brujas. Y por si nos cabía alguna duda, ha añadido una escoba detrás. Esos pequeños cadáveres, por tanto, serían el sacrificio de las brujas al demonio. Pero merece la pena fijarse en el siguiente detalle de la obra: los niños muertos están sujetos con hilos, con esa misma hebra que utilizan las Parcas para, como dice el título de la obra, hilar delgado la vida humana.
El artista aragonés pintó el tema de las Parcas, pero dándole muchísima personalidad. Es el caso de un dibujo realizado en 1796-1797 titulado “San Fernando, ¡cómo hilan!” y que hoy se encuentra en una colección particular de Bélgica.
“Hilan delgado” (1797-1798), uno de los primeros acercamientos de Francisco de Goya al tema de las Parcas.
La pintura muestra a tres mujeres que, vestidas igual, están hilando lana. Tienen la cabeza rapada, van de uniforme y, a la izquierda, se ve una gran reja. Son tres prostitutas del asilo de San Fernando, en la calle Fuencarral de Madrid. El Hospicio del Ave María y San Fernando fue creado en 1668 para acoger a los pobres sin albergue. En 1802, al cerrar un edificio creado en 1766 en San Fernando de Henares para encerrar a presos, los reclusos pasaron al Hospicio del Ave María y San Fernando, donde se creó exprofeso un departamento de reclusión. Las presas de San Fernando tejían, pero en la época lo hacían en una técnica llamada al torno. Se trataba de un aparato mecánico que se accionaba con la mano o pisando un pedal. Esto hacía girar el torno y que la lana se enrollara. Sin embargo, en la imagen las mujeres practican el hilado a rueca, mucho más antiguo, lento e ineficaz, pero que es el sistema con el que se pintaban a las Parcas de manera tradicional.
Hay un detalle, además, que nos da la clave para interpretar el dibujo: el gesto de Átropos, que corta el hilo con la boca en vez de con las tijeras. Esta forma de terminar con la vida de la persona, a lo bruto y sin miramiento, había aparecido ya en múltiples ocasiones en grabados anteriores.
Acechando a Goya
Con 73 años Goya estuvo a punto de morir. Sobrevivió gracias a los cuidados de su amigo y médico el doctor Arrieta. No sabemos con certeza qué enfermedad padeció, pero sí que Arrieta estaba especializado en fiebre amarilla, y que en esos años está documentada en Madrid una epidemia de esa patología. Una vez recuperado, le dedicó a su benefactor una pintura titulada “Autorretrato con el doctor Arrieta”, en el que escribió una larga dedicatoria que decía: “Goya, agradecido a su amigo Arrieta: por el acierto y esmero con que le salvó la vida en su aguda y peligrosa enfermedad, padecida a fines del año 1819 a los setenta y tres años de edad. Lo pintó en 1820”. En él aparece representado en primer plano Goya agonizando, con los ojos y la boca semicerrados. Sujetándole por detrás, y ofreciéndole un vaso con la medicina, el médico Arrieta. Y al fondo, en la penumbra, hay tres figuras. Son las Parcas acechando al enfermo. Goya había esquivado a la muerte, y así agradecía al médico su intercesión.
“Autorretrato con el doctor Arrieta”, pintado en 1820, cuando Goya tenía 73 años, en agradecimiento al médico por salvarle la vida. Tras ellos, acechando las Parcas.
Poco después de esta enfermedad, comenzaría la decoración las paredes de la Quinta del Sordo, a orillas del Manzanares de Madrid, y cuyo nombre se debe al ocupante anterior a Goya, no al propio Goya, como es creencia popular. Era una de las catorce escenas que conocemos con el nombre de “Pinturas Negras” por los tonos utilizados y lo “oscuro” de los temas. Allí pinta “Átropos o las Parcas”, que podemos contemplar en el Museo Nacional del Prado. En la obra aparecen cuatro figuras suspendidas en el aire. A la derecha, llevando unas tijeras, vemos a la maldita Átropos. A la izquierda está Cloto, que en vez de la rueca lleva un muñeco o un recién nacido, representando la vida. Al fondo está Láquesis, que, en vez de medir la longitud de la hebra de la vida, la contempla a través de una lente. Y delante hay un hombre de frente, con las manos maniatadas. Quizá la persona sobre la que están decidiendo las Parcas, y que nada puede hacer ante su veredicto; de ahí las manos atadas.
Es entendible que Goya pintara al final de su vida este tema de las Parcas, cuando Átropos le acechaba con sus tijeras para acabar con las pocas fuerzas que le quedaban. Decepcionado de la condición humana, de una sociedad que había intentado cambiar y una guerra entre hermanos que había devastado el país, no había conseguido eludir el destino que las Parcas le tenían marcado.
Había sido un tema recurrente en su producción, siempre tratado con muchísima personalidad y adaptado a los tiempos que corrían. Ponía de esta manera la guinda perfecta a un tema a la muerte, pero también a su vida unida y vinculada a todos los acontecimientos sociales, políticos y culturales de su tiempo. A fin de cuentas, vida y muerte forman parte de un mismo hilo.