A veces incluimos en la sección de nuestro “Diccionario funerario” palabras o expresiones aún no admitidas en el Diccionario de la Real Academia.
Una de ellas la que hoy presentamos, gestada en la dictadura de Augusto Pinochet en 1973 en Chile. En efecto, “Caravana de la muerte” es el nombre con que se conoció a una comitiva que viajó por distintos puntos del país para acabar con los opositores que podían ofrecer un mayor enfrentamiento al régimen recién instaurado por Pinochet.
El general Augusto Pinochet había dado un Golpe de Estado el 11 de septiembre, derrocando así al gobierno del presidente Salvador Allende. Desde el primer momento se mostró partidario de eliminar de forma radical cualquier brote de oposición. Para dirigir esta campaña colocó al general Sergio Arellano (1921-2016) al mando de las operaciones, que comenzaron poco después de llegar aquel al poder, el 30 de septiembre de 1973. A bordo de un helicóptero Puma, y acompañado por un grupo de fieles colaboradores compuesto por oficiales y suboficiales, Arellano recorrió hasta finales de octubre de ese año las ciudades de Calama, Antofagasta, Copiapó, la Serena, Cauqueras, Linares y Valdivia.
En cada destino, los esbirros detenían y asesinaban sin más contemplaciones a las personas que habían sido previamente señaladas. Comenzaron en Calama, donde el 19 de octubre asesinaron a sangre fría a veintidós opositores de un golpe. El balance final de la Caravana de la muerte ascendió a noventa víctimas, negro balance de una dictadura que había de durar casi 17 años, pues fue el 11 de marzo de 1990 cuando fue depuesto el general Pinochet.
Parece que el general Arellano quedó muy confuso al término de aquella operación y en noviembre de 1974 envió una carta muy crítica a Pinochet en la que le reprochaba haberse olvidado “de lo que significan los derechos humanos fundamentales” y en la que denunciaba la existencia en Chile “de una verdadera Gestapo”. Pinochet quiso entonces alejar a Arellano del país ofreciéndole el cargo de embajador de Chile en España, pero Arellano se negó por dos veces sucesivas, por lo que le pidió su renuncia al Ejército.
La cifra de noventa víctimas fue solo el comienzo, ya que los datos globales de aquel régimen hablan de 2.298 personas ejecutadas y 1.209 desaparecidas. A ese número hay que añadir además 28.259 víctimas de la represión política o de la tortura.
Texto de la sección 'Diccionario funerario' del profesor Javier del Hoyo en Adiós Cultural.