lunes, 07 de octubre de 2024
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Revista Adiós

Sirenas

30 de mayo de 2018

Símbolo de seducción y muerte

Sirenas

Javier del Hoyo

Si hablamos de sirenas, a todos nos vienen a la mente unos seres míticos que encantaban con sus canciones, que reunían en sí todo el poder de seducción femenino. Nos las imaginamos mitad mujeres, mitad pez, y vinculadas al mundo acuático. Así nos las han pintado en películas actuales como “1, 2, 3… Splash”, de Ron Howard (1984) o “Mermaids”, de Richard Benjamin (1990).
 
Probablemente no las situemos ligadas al mundo funerario o como generadoras de un mal que llevaba a la perdición a los hombres. La figura de las sirenas es, sin lugar a dudas, de todos los híbridos que aparecen en la mitología clásica (centauros, hidra, esfinges, quimera, basiliscos,
harpías, lamias, etc.), la de mayor rendimiento e inspiración tanto en la literatura como en la iconografía, con especial profusión de referencias en la Antigüedad y Edad Media gracias al rico simbolismo que estos seres fabulosos mujer-pájaro, transformados en mujer-pez en el medievo, presentaron al universo intelectual.
 
Identidad
 
¿Quiénes eran?
 En un principio debieron ser jóvenes doncellas, amigas y compañeras de juegos de Perséfone. Según recoge Ovidio en “Metamorfosis”, cuando Perséfone fue raptada por Plutón, pidieron a los dioses que les diesen alas para poder ir en busca de ella.
 
Otros autores, como Higino en su “Fabulae”, aseguran que fue Deméter quien las castigó con esa transformación por no haberse opuesto al rapto de su hija.
 
Una tercera versión recogida en un comentario a la “Odisea” cuenta que fue Afrodita quien les arrebató su belleza por haber despreciado los placeres del amor. Una última narra que osaron competir con las Musas para ver quién tenía voz más armoniosa. Ganaron el concurso las Musas, que castigaron a las Sirenas arrancándoles sus alas y colocándoselas en la cabeza a modo de penacho, tema muy repetido en sarcófagos romanos del que un ejemplo muy interesante se encuentra actualmente en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Pero sea cual fuere la causa de su metamorfosis, lo cierto es que ya en las primeras fuentes de la literatura clásica aparecen como seres con cabeza y torso de mujer, y con alas y patas de ave. Y así se muestran también en los testimonios plásticos más antiguos, como en la hidria
de Caere conservada en el Louvre, que presenta dos aves con cabeza de mujer y una de ellos va acompañada de la inscripción “sipen eimi” (yo soy la sirena). Del mismo modo, algunas sirenas formaban parte ya en el siglo V a.C. de la decoración externa de algunas tumbas griegas, cuyos
ejemplos encontramos en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
 
¿Cuántas eran?
Aunque el número de sirenas es variable, la idea más aceptada es que eran tres, número simbólico (tres son las Gracias, las Gorgonas, las Moiras, las Horas, etc.), considerado por Pitágoras número perfecto. Según la tradición más aceptada, eran hijas del dios-río Aqueloo y de Estérope. Sus nombres más conocidos son Parténope, Leucosia y Ligia. Leucosia, o “blancura y limpieza de alma”, “que pretextan las malas mujeres para cubrir sus embustes”. Ligia significa “círculo”, “dando a entender los lazos con que tienen enredados a sus amantes”, y Parténope o “aspecto de virgen”, “la doncellez que fingen las rameras”.
 
Localización y funciones
 
Vivían junto a la costa, en los arrecifes o acantilados del mar Tirreno, en un lugar no precisado pero próximo a Nápoles, probablemente en el golfo de Sorrento, “en una isla” desierta llamada Antemóesa. Perfectamente organizadas, como si de un conjunto musical actual se tratara, tenían distribución de funciones. Según Apolodoro, una tañía la cítara, otra cantaba y la tercera tocaba la flauta.
Pérez de Moya escribe: “La una cantaba de garganta la otra tañía una cítara; la otra una flauta”,  lo que indica que aquello por lo que han llegado a ser famosas, su canto, lo efectuaba tan sólo una de ellas. De este modo las vemos en un mosaico del siglo III procedente de Dugga (noroeste de Túnez) y conservado en el Museo de El Bardo de ese país, en una pintura mural de Pompeya del sigloI conservada en el Museo Británico, o en un vaso ático de figuras negras del 500 a.C., conservadoen el Museo de Estocolmo.
Queda patente, por tanto, la complejidad de estos seres que pertenecen, por una parte, al mundo subterráneo del Hades (mejor que de los infiernos), por otra al mundo celeste de la música, y por otra al universo marino de los navegantes.
 
Los inicios de su poder seductor
 
La primera mención que tenemos de ellas es en la “Odisea”, donde Homero las describe como “encantadoras” y “magas”. Con su música y melodioso canto atraían a los navegantes que pasaban cerca de la costa, a una distancia tal que podían percibir su canto, “no más que el
alcance de un grito”.
 
Su canto resultaba terriblemente atractivo. “Doncellas aladas, hijas de la tierra, Sirenas Melodiosas” las llama Eurípides en “Helena”. Los marineros, misteriosamente impulsados por aquel sonido dulce, se acercaban peligrosamente a la costa rocosa de la isla y zozobraban.
 
Armas, víveres y riquezas iban al fondo del mar. Era el momento en que las sirenas los devoraban. “La playa está llena de huesos y de cuerpos marchitos con piel agostada”. Desde un primer momento representan, pues, la personificación de los peligros del mar bajo una superficie en calma. Y también las incertidumbres y sorpresas que la costa de Italia meridional
suponía para quienes se aventuraban en ella. Probablemente, al pasar frente a Sorrento los vientos soplaban impetuosamente hacia la costa rocosa, donde algunas naves naufragaban, lo que originó el mito. En este sentido, el canto de las Sirenas puede entenderse como “mitologización del ruido sonoro de los arrecifes, y de las alucinaciones de los marineros debidas a las reverberaciones del mar”.
Cuenta Apolonio de Rodas que los argonautas pasaron cerca de ellas, pero Orfeo cantó tan melodiosamente que interfirió con sus acordes “la voz de lirio que emitían sus bocas”, y los héroes no sintieron la tentación de acercarse más de lo debido.
 
Precisamente una de las misiones por las que Orfeo se embarca en la nave Argo es por la profecía
que había pronunciado el centauro Quirón, que hablaba de la necesidad de que el poeta-cantor los acompañara para combatir el peligro del canto de las sirenas.
Mucho más conocido es el paso de Ulises y sus compañeros por aquel paraje. A Ulises le había advertido la maga Circe del peligro de las Sirenas. Curioso por escuchar aquel canto, Circe le proporcionó el remedio para pasar a su lado y escucharlas sin perecer. Taponó los oídos de los
marineros que le acompañaban con “masa de melosa cera”. Él, en pie, erguido, se hizo amarrar al mástil de pies y manos, con orden de que nadie lo desatase por insistentes que fuesen sus ruegos, sino que cuanto más pidiese ser desatado más fuertemente lo amarrasen. Cuando comenzó
a percibir el canto de las sirenas, Ulises sintió un invencible deseo de ir hacia donde ellas estaban, pero sus compañeros se lo impidieron. Así lo vemos en una terracota del siglo II a.C.

Las sirenas, tras este fracaso, se precipitaron al mar y perecieron ahogadas, pues ya había vaticinado un oráculo que su vida peligraba si dejaban escapar ileso al mortal que pasase de largo. Un estamno ático de fi guras rojas del siglo VI a.C., procedente de Vulci (antigua ciudad etrusca, en la Italia central), y conservado en el Museo Británico, nos presenta a tres sirenas a punto de arrojarse desde la roca al mar. Las olas las llevaron, al menos a una de ellas, Parténope, hasta las playas situadas frente a Nápoles, ciudad que a veces fue nombrada por los poetas latinos como Parténope.
Plinio llega a escribir que allí se conservaba la tumba de esta Sirena.
 
La sirena-pez
 
Es evidente que la figura de la sirena que ha llegado a ser más popular no es la de mujerpájaro, sino la de mujer-pez, que entra en relación desde el punto de vista iconográfico con tritones y nereidas. Literariamente, el primer testimonio de la sirena como mujer-pez está en el “Liber monstrorum de diversis generibus”, de fines del siglo VI, si bien iconográficamente aparece ya en un recipiente cerámico del siglo II a.C. descubierto en Atenas en 1947, y en una lucerna romana conservada en el museo de Canterbury (Reino Unido), fechada en el siglo I/II d.C. En una y otra imagen aparece Ulises atado al mástil de su nave, rodeado de sus compañeros.
Junto a la nave pueden verse unas sirenas con torso de mujer y extremidades de pez.
¿Por qué este cambio repentino respecto a la tradición anterior? En esta segunda metamorfosis se han juntado varios factores. En primer lugar, porque habitan en la costa. En segundo, porque el episodio en que aparecen en la “Odisea” precede inmediatamente al encuentro del héroe con Escila y Caribdis y a Escila la describe Virgilio en la “Eneida” como un ser que “hasta la ingle es humana en su rostro y doncella en su hermoso pecho; pero la parte inferior es de monstruoso pez, unido pormedio de colas de delfines a sus ijares de lobomarino”. Escila, que simbolizaba los remolinos del Estrecho de Mesina, debió ser relacionada en la mente de los escritores con las sirenas.
Iconográficamente, estos dos modelos de sirenas convivieron a lo largo de toda la Edad Media, y es frecuente la aparición de uno y otro en el románico, incluso conviviendo en capiteles de un mismo claustro monástico, o en representaciones dentro de una misma iglesia. Así también aparecen conviviendo uno y otro modelo en los Bestiarios medievales.
 
La sirena-pez de cola bífida
 
Dentro de este modelo iconográfico merece especial atención la sirena de doble cola, que habitualmente muestra en alto cada una de las dos partes de la misma, sostenida cada una por una mano. Probablemente se deba a razón tan simple como su mejor “adaptación al marco arquitectónico que ocupaba”, y que “respondía mejor a las exigencias impuestas por la simetría románica”.
Así la encontramos en el claustro de San Pedro de la Rúa (Estella, Navarra), en el de San Pere de Galligants (Girona) o en Santa María del Rivero (Soria), por citar sólo algunos ejemplos. El sentido de imágenes como las de San Pedro de la Rúa en que la sirena es atacada por un centauro es claramente erótico, puesto que el centauro y la sirena, especialmente en esa postura en que parece abrir sus genitales, son símbolo de lujuria.
Este motivo decorativo de la sirena-pez de cola bífida tan repetido en el románico tiene precedentes orientales. De este modo podemos observar que en el mundo clásico los tritones estuvieron en un principio dotados de una sola extremidad marina, y que desde el siglo IV a.C. sufrieron un proceso de transformación por el que adquirieron una extremidad marina bífi da, semejante a la de los gigantes.
 
Simbolismo
 
Aparte de simbolizar los peligros del mar, desde un primer momento a las sirenas se les han atribuido otras dos funciones, aunque no en igual medida ni proporción. Una es la escatológica, por la que las Sirenas fueron consideradas como divinidades del más allá, que cantaban para los bienaventurados.
Pasaron a representar las armonías celestiales y, como tales, aparecen en algunos sarcófagos y en urnas cinerarias etruscas. Antiguas creencias griegas consideraban a las sirenas como los espíritus de los muertos. Aparecían como una de las expresiones mitológicas de la concepción más
extendida del alma-ave. Como el alma, en la vida oscura de ultratumba, tiene necesidad de alimento para no perecer, se convertirían en una especie de vampiresas ávidas de sangre que habitan en las sepulturas y revolotean alrededor de ellas,atrayendo a los hombres con su melodiosa voz para convertirlos en sus víctimas. Por ello, el arte de los siglos VI y V a.C. sitúa con cierta frecuencia sobre las tumbas a la sirena música o a la sirena plañidera arrancándose los cabellos.
 
Finalmente nos acercamos a la función que más las caracteriza y que desde un principio debió estar presente en la mente y en la pluma de los escritores de la Antigüedad y Edad Media, la de seductoras del hombre. En la sirena se suman la feminidad y la atracción sexual, que tientan al hombre en el camino -navegación- de la vida. O sea, la mujer con canto de pájaro representa a la mujer y su atractivo sexual. Dicho de otra forma: si se representa el atractivo sexual de la mujer por medio del canto nupcial de los pájaros, surge la sirena.
Su canto fascina a los hombres. Este poder ya aparece en Homero. Quien por imprudencia se acerca demasiado a ellas y escucha su voz “nunca más de regreso el país de sus padres verá ni a la esposa querida, ni a sus tiernos hijuelos que a su alrededor le alegran el alma”. Por ello Ulises, al haber salvado este obstáculo en su camino, pasa a ser considerado entre los escritores precristianos como “el prototipo del sabio que no se deja seducir por los atractivos de los placeres engañosos y funestos”. La presencia de este pasaje en algunos sarcófagos romanos simboliza el triunfo de Ulises sobre la muerte. Los autores cristianos, por su parte, adoptaron este simbolismo cambiando al sabio por el cristiano. Clemente de Alejandría llega a decir:
“Rehuyamos, pues, la costumbre del pecado [...] como a las Sirenas del mito. Naveguemos para dejar atrás la canción que significa la muerte.
Con tu resolución habrás vencido a la destrucción; atado al madero de la cruz, vivirás libre de toda corrupción”.
A lo largo de la Edad Media, sin embargo, no muestran en la iconografía expresamente las dos características que presentan en la documentación literaria antigua y medieval, y que les son propias, “su voz encantadora y su inquietante belleza”,sino la seducción. Hemos de pensar en la seducción en general, no sólo lujuriosa, sino comosímbolo de codicia, ambición, engaño; es decir, la voz engañosa de los falsos doctores cuya elocuencia “encanta” primero a quienes la escuchan, pero que les induce fi nalmente a errores mortales.
 
La sirena pasa a ser un signo de advertencia para el hombre precavido y así el el autor anglonormando Guillaume le Clerc escribe en 1210: “La Sirena, que canta tan bien que embruja a los hombres con su voz, da ejemplo para que se enmienden aquellos que han de navegar por
este mundo. Nosotros, que cruzamos este mundo, somos engañados por un canto similar: por la gloria, por los placeres de este mundo, que nos dan la muerte cuando amamos el placer: la lujuria, el bienestar del cuerpo, la gula, la embriaguez, el deleite del lecho y la riqueza, los palafrenes, los hermosos caballos y la hermosura de los tejidos suntuosos. Siempre tendemos hacia ellos; nos corre prisa alcanzarlos. Tanto nos demoramos en loplaceres, que por fuerza nos dormimos. Entonces nos mata la Sirena: es el demonio que nos lleva al mal, que nos hace sumergirnos tan hondo en los vicios que nos encierra en sus redes”.
 
A lo largo de toda la Edad Media la sirena aparece en la literatura con este sentido seductor.
Siglos antes, Aquiles Tacio (siglo II-III d.C.) escribe en su novela “Leucipa y Clitofonte” que “ese es el placer que nos dan las mujeres, y es bien semejante al de la naturaleza de las Sirenas, pues también ellas asesinan con el deleite de su canto”.

Mosaico de Ulises y las Sirenas (Museo del BArdo, Túnez)