08 de junio de 2023
O deudos, que también se les llama así a los parientes o allegados del difunto. Tanto doliente como deudo, son palabras que no designan exclusivamente un sentimiento o un estado de ánimo -o de desánimo- que conecte con la desaparición física de alguien. Hay cuestiones que nos convierten en dolientes sin que nadie muera. Me gusta pensar que somos conscientes de estar en deuda con personas cercanas -y de dolernos por ello- mientras conservamos, y conservan, la vida. Tener esa certeza debería empujarnos sin demora a decirle al amigo que lo consideramos como tal. Estamos tardando en decir a nuestro amor que lo es. Porque hoy está -o estamos-, y mañana es un día incierto. Quedarnos con deudas cuando nos convertimos en deudos nos duele. Y mucho. No hablo de deudas monetarias, sino de otras más valiosas que las que se pueden -o no se pueden- saldar con dinero o con bienes. Aun a riesgo de caer en lo contrario al rigor mortis -¿melosa blandenguería mortis?- diré que deberíamos abonar cuanto antes las deudas de afecto. Abrazar ahora. A mí -perdón por desvelar una intimidad- me cuesta decirle que la quiero a la gente que quiero. Me echo una sonora y pública reprimenda por ello en esta página: “¡Muy mal, hecho, Roberto!” Incluso por puro egoísmo sugiero no dejar impagos pagarés de cariño a quienes se convertirán, o nos convertirán, tarde o temprano, en deudos. Paguemos en vida, porque así seremos y serán menos dolientes cuando toque dolerse por la pérdida. Estos tiempos pandémicos -largos ya- nos han enfrentado de sopetón a trágicas sorpresas que nos pillaron con el paso cambiado. Hemos recibido inesperados puñetazos que nos han hecho besar la lona impiadosamente. No dejemos para mañana lo que podamos hacer hoy. Porque mañana puede convertirse en ayer en un visto y no visto. Las cuentas claras conservan la amistad. Y dejar bien cuadrada la contabilidad del amor antes de echar el cierre de la tienda, hace que nos vayamos y/o nos quedemos, mucho más ligeros. Con las manos vacías de piedras y el corazón lleno de “tranquilidad de espíritu”, que me gusta más que “felicidad” y muchísimo más que “saldo de caja”.