jueves, 25 de abril de 2024
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Revista Adiós

CERTIFICADO DE DEFUNCIÓN / Roberto Villar

27 de enero de 2023

CERTIFICADO DE DEFUNCIÓN / Roberto Villar

Para mí, desde primer segundo estaba más que claro. Tenía y carecía de todos los síntomas que hay que tener y de los que deben faltarte. Además de una prueba irrefutable: el respirador había dejado de hacer pi… pi… pi… y pasó a hacer piiiiiiii… hasta que vino la enfermera a apagarlo. Mis familia y amigos se habían convertido en deudos, no había más que verlos -y escucharlos- llorar y, en algunos casos, contener las ganas de sonreír, al desfilar ante mi cadáver. Pero la burocracia dura un poco más que la muerte. El papeleo es el hálito que se sobrepone al aliento postrero. Hasta el último suspiro debe ser verificado por un trámite. Ahora sí, una vez sellado y firmado el certificado de defunción, estoy oficialmente muerto. Afortunadamente pude por fin abandonar este valle de lágrimas en el que he reído bastante, la verdad. La Estadística me deja en paz. A ellos todavía les hace falta hacerme pasar por el filoso procedimiento de la autopsia. Lo dice la Ley. Al parecer, el bisturí corta de maravilla, pero ya ni pincho ni corto ni río ni sufro. Pueden hacer de mí lo que quieran, porque, en realidad, no me están haciendo nada a mí, sino al que era mi cuerpo hasta el momento en que se dejó constancia escrita de que tal día, a tal hora y en tales circunstancias, la palmé. Ahora que estoy de este lado, del lado de los fantasmas -que me han recibido muy animosamente- no tengo que preocuparme por tener preocupación ninguna. Temía tener que ocuparme de lavar y plancharme la sábana reglamentaria, pero enseguida me di cuenta de que todas esas referencias, toda la humanización de lo fantasmal, no son más que construcciones culturales bastante bobaliconas y, en el mejor de los casos, metáforas más o menos infantiles para hablar de los espectros mientras aún permanecemos con vida. Las cosas son muy diferentes, menos glamurosas, en este lado. Me hicieron la consabida gracieta, eso sí -a mí me tocará hacérsela al próximo- de recibirme con una petición que es más o menos esperable cuando cruzas la frontera, cualquier frontera, y no imagino una frontera más frontera que ésta: “Papeles, por favor”, te sueltan muy seriamente. Al oírlo te quedas de piedra, pero enseguida el fantasma gracioso de turno sonríe y te tranquiliza: “Es broma”. Aquí no debes certificar nada. No te piden currículum, ni dni ni, mucho menos, pruebas de alcoholemia. Eres libre como un pájaro. Aunque no utilizan -no utilizamos- esa expresión, lo que se estila por estos pagos es decir: “Eres libre como un fantasma”. Y esa es una verdad como un templo -tampoco hay templos aquí-: no hay nada como no tener dónde caerte muerto para ser libre. Y muerto ya caí. Sin ninguna duda. Creedme: lo pone en el papelito ese que han rellenado y a mí no me hace falta para nada.