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Revista Adiós

Así llegamos al verdugo desde la vara

07 de abril de 2018

Algunos verdugos han llegado a ser muy famosos, como Marcel Chevalier, último responsable de la guillotina en Francia.

Así llegamos al verdugo desde la vara

Traemos a colación este término relacionado con la muerte, de tinte truculento, por su interesante derivación semántica, ya que en un principio verdugo significó simplemente ‘vara, especialmente la que se corta de un árbol’, para pasar luego a indicar ‘azote que se da con un verdugo de árbol’, y finalmente ‘alguacil que ejecuta la pena de azotes’ o bien ‘el que ejecuta el tormento o la pena de muerte’.
Como la persona que ejecutaba la sentencia de muerte solía llevar la cabeza cubierta por un gorro de lana que dejaba ver tan sólo ojos, nariz y boca, de ahí que también esa prenda adquiriera el nombre de verdugo.

Dependiendo de las culturas y las épocas, la figura del verdugo ha sido representada por distintas personas. Entre los romanos la sentencia capital solía ser llevada a cabo por los lictores. Entre el pueblo judío, sin embargo, la condena a muerte la ejecutaba todo el pueblo, no una persona concreta (pensemos en la lapidación, como hoy en algunos pueblos islámicos). Entre los celtas ejercían el oficio de verdugos los druidas o sacerdotes.
A lo largo de la Edad Media y debido a la mala reputación de la profesión, se convirtió en un trabajo que se heredaba de padres a hijos; los matrimonios se celebraban entre familias de verdugos.

Algunos verdugos han llegado a ser muy famosos, como Marcel Chevalier, último responsable de la guillotina en Francia.

Digamos finalmente que Luis García Berlanga filmó en 1963 El verdugo, un exquisito producto de cine negro español en que se criticaba la existencia de la pena de muerte. Un empleado de la funeraria se casa con la hija de un verdugo, con quien nadie quiere emparentar. Éste, que ya va a jubilarse, convence a su yerno para que entre en el gremio y así pueda optar a un piso oficial. Dada la escasez de condenas y de indultos, el nuevo verdugo piensa que con un poco de suerte nunca tendrá que ejercer el oficio, hasta que un día la Guardia Civil acude a él para una ejecución.
 
Autor: Javier del Hoyo