viernes, 19 de abril de 2024
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Revista Adiós

Seol

01 de enero de 1970

El Antiguo Testamento utiliza nada menos que 65 veces la palabra ‘seol’ para designar el “Reino de los Muertos”.

Seol

El Antiguo Testamento utiliza nada menos que 65 veces la palabra ‘seol’ para designar el “Reino de los Muertos”. Es, por lo tanto, una denominación extraña a nuestra cultura occidental, pero para quienes tengan cierto contacto con el judaísmo, e incluso con los libros bíblicos, el nombre les será familiar. Aunque no tenemos una descripción uniforme de este recinto en el Más Allá, a partir de las menciones bíblicas podemos ir deduciendo cómo es.

Por el libro de Job sabemos que es un lugar donde reina densa oscuridad (Job 38, 17), y en la que el polvo es una de sus manifestaciones (17,16). La presencia de los muertos en el seol se caracteriza por una suspensión de toda actividad, y de todo goce (Eclo 14,12). Los muertos ignoran lo que pasa en la tierra (Job 14, 21), aunque en la literatura posterior se percibe, sin embargo, la idea de que los justos sí saben lo que ocurre en la tierra e incluso pueden rogar por los vivos (2 Mac 15, 12-16). El seol es la tierra del olvido (Sal 88, 13). Lo mejor que tiene es el descanso (Job 3, 17-19), por lo que a veces es preferible la muerte a la vida.

 Como otros pueblos de la antigüedad, los israelitas se imaginaban que el seol estaba bajo tierra, bajo el gran océano o abismo sobre el que flota la tierra como un disco plano, según la imaginación semítica.

Por lo tanto, los muertos habitan bajo el agua (Job 26,5). Varias veces aparece la triple división de los seres y de los espacios: arriba en el cielo, abajo en la tierra y en el agua bajo la tierra, es decir, cielo, tierra y seol o reino de los muertos. Los muertos son los únicos moradores del seol, ni siquiera Satán es colocado nunca en él.

 No hay ninguna referencia concreta que nos informe de que la entrada al seol se halle en occidente, como la imaginaban los babilonios. A veces se habla de las puertas del seol (Mt 16,18), pero no se concibe como una ciudad.

Tampoco se habla nunca de un río o de rey. No hay tampoco actividad que prolongue la vida de la tierra.

Autor: Javier del Hoyo