Cuando nos llega la hora -una menos en Canarias-, nos aliamos con pequeños “seres” que en vida nos han resultado algo molestos, o decididamente repugnantes para, juntos, celebrar el último y gran acto de reciclaje. Un conjunto de insectos sale entonces de parranda. Como quien recorre junto a su panda de amigos las sucesivas paradas por los garitos más o menos cercanos, probando tapas, bebidas y risas, se pasan la noche contribuyendo a la esqueletización de nuestro cuerpecito. Ningún proceso natural tiene nada de asqueroso: ellos nos devoran inmisericordes, vengando así a los cientos de mosquitos, moscas, cucarachas y demás congéneres suyos que nos hemos cargado a lo largo de nuestra vida. Es la Naturaleza, amigos. Llegó la hora de los bichos. Ellos no tienen piedad con ninguno de nosotros. Ni siquiera con los entomólogos.