viernes, 04 de octubre de 2024
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Revista Adiós

HOGUERA

11 de diciembre de 2019

HOGUERA

Escrito por Javier del Hoyo


Hay palabras nobles, útiles, que salvan vidas, que evocan recuerdos...
 Quien se ha calentado, aterido de frío, en un refugio de montaña en invierno junto al fuego de la chimenea, sabe bien de lo que hablo.

El fuego ha servido desde los tiempos más remotos para calentarse, para asar y cocinar los alimentos, para doblegar a los minerales en el horno...
Pero un día a alguien se le ocurrió que, en vez de poner encima de una hoguera un pez, un jabalí, o un cordero, podía deshacerse de un enemigo chamuscándolo en ella.

La leyenda dice que san Lorenzo fue quemado en una parrilla tres siglos antes de nuestra era. Con el tiempo, son muchas las personas que han muerto de esa forma tan cruel, ya que la hoguera ha sido uno de los modos de ejecutar a una persona condenada a pena de muerte.

En 1184, la Iglesia legisló que la quema iba a ser el castigo oficial por herejía. Se pensaba que así el condenado no tendría cuerpo con el que resucitar en el juicio fi nal. Ese decreto fue posteriormente confirmado por el IV Concilio de Letrán en 1215. Así murió Juana de Arco en 1431, cuando tenía 19 años. El 24 de mayo, en el cementerio de Saint-Ouen en Ruan, el tribunal que la juzgó escenificó un simulacro de hoguera con el fin de asustarla y de que reconociera públicamente los hechos de los que se le acusaba. Firmó su confesión bajo presión, pero al ver que regresaba con los ingleses al mismo recinto en el que había estado, se consideró engañada y se retractó de lo firmado.
El 30 de mayo de 1431, tras haber confesado y comulgado, Juana de Arco, escoltada por los ingleses, fue llevada hasta la plaza del Viejo Mercado de Ruan. Leída su sentencia, fue guiada hasta la hoguera.
Tras su muerte, los ingleses apartaron los trozos de madera empleados en la hoguera para asegurarse de que no había escapado y de que el cuerpo desnudo era el de la condenada. El fuego se avivó con brea y aceite y permaneció durante varias horas hasta que lentamente el cuerpo fue reducido totalmente a cenizas. La metódica cremación del cuerpo pretendía evitar el culto posterior.

Así murió Giordano Bruno (1548-1600), acusado también de herejía porque su pensamiento científico no encajaba en las mentes eclesiásticas. Y así murió también el científico, Miguel Servet (1509-1553), que participó en la Reforma Protestante y desarrolló una cristología contraria a la Trinidad. Repudiado tanto por los católicos como por los protestantes, fue arrestado en Ginebra, sometido a juicio y condenado a morir en la hoguera por orden del Consejo de la ciudad y de las iglesias reformadas de los cantones, cuando en ellas predominaba la influencia de Juan Calvino.