Escrito por Javier del Hoyo
El garrote vil es una de las formas de ejecución de la pena de muerte, propia de España, que estuvo vigente desde 1832 hasta la Constitución de 1978.
Fue establecido porque se consideraba que el ahorcamiento era excesivamente cruel, ya que el lapso hasta la muerte era más largo. La guillotina, sin embargo, era rápida pero parecía poco respetuosa con la persona porque se separaba la cabeza del tronco. Cuando se instauró el garrote en el siglo XIX, este argumento pareció válido. Poco después los ingleses perfeccionaron la técnica del ahorcamiento convirtiéndolo en un procedimiento más rápido y limpio.
El uso del garrote se generalizó a lo largo del siglo XIX, favorecido por la simplicidad de su fabricación. Mediante decreto de 24 de abril de 1832, el rey Fernando VII abolió la pena de muerte en la horca y dispuso que, desde entonces, se ejecutase a todos los condenados a muerte mediante el garrote.
Su mecanismo consistía en un collar de hierro atravesado por un tornillo que acaba en una bola; al girarlo, causaba a la víctima la rotura del cuello. La muerte del reo se producía por la dislocación de la apófisis odontoides de la vértebra axis sobre el atlas en la columna cervical. Si la lesión aplasta el bulbo raquídeo o rompe la cervical con corte medular, se produce un coma cerebral y la muerte es instantánea. Pero esto depende de la fuerza física del verdugo y de la resistencia del cuello del condenado; la experiencia demostró que no siempre sucedía así; la muerte solía sobrevenir por estrangulamiento, resultante de una serie de lesiones laríngeas. Se dieron casos en los que se prolongó la agonía del condenado. Por ejemplo, el informe médico de la ejecución de José María Jarabo en 1959 decía que la muerte no se había producido de forma instantánea, sino con “excesiva lentitud”; el fallecimiento se demoró veinticinco minutos, tras una verdadera tortura. Jarabo tenía un cuello musculoso y su verdugo, Antonio López Sierra, era bastante débil.
Los últimos en padecer el garrote fueron el anarquista catalán Salvador Puig Antich, en la cárcel Modelo de Barcelona, y el delincuente común Georg Michael Welzel en la de Tarragona, ambos en 1974. Aún hubo un condenado más en 1977, José Luis Cerveto, “el asesino de Pedralbes”, condenado a morir por garrote por un doble asesinato, si bien fue indultado. La última mujer ejecutada en España por garrote fue Pilar Prades Expósito, la presunta envenenadora de Valencia, en 1959.