Desde la antigüedad, el deseo de eliminar a una persona sin dejar huella visible ni sanguinolenta del crimen ha visto en el uso de los venenos un aliado perfecto.
Aparentemente, la muerte por envenenamiento es tanto en el homicidio como en el suicidio, muy limpia. No resulta aparatosa, no hay sangre por medio. En la antigüedad no se hacían autopsias, o no podían determinarse con la exactitud de hoy día las causas de la muerte de alguien, aunque la sospecha estuviera más que latente.
Adela Muñoz Páez ha publicado recientemente una interesante obra, “Historia del veneno, de la cicuta al polonio” (editorial Debate, 2012), en la que nos hace un ameno recorrido por los distintos venenos empleados a lo largo de la historia.
A nosotros nos van a interesar aquí aquellos personajes del mundo antiguo que fueron víctimas -o agentes activos- del veneno.
¡Cuidado con las plantas!
El conocimiento de las plantas, de las setas, y de algunos venenos extraídos de animales, como las serpientes venenosas, hizo que se dispusiera de gran variedad. Pensemos que veneno en griego es “phármakon” y que, por lo tanto, la medicina se basaba en la administración de una adecuada dosis de los venenos conocidos, lo que dio lugar a la farmacia.
En Atenas, por ejemplo, los condenados a muerte debían beber una copa de cicuta. Lo conocemos bien por el relato que nos hace Platón de la muerte de Sócrates (399 antes de nuestra era), donde describe el efecto letal del veneno en el filósofo.
Para la preparación del veneno había que extraer el principio activo de las semillas de la planta, cicuta mayor o “Conium maculata”, para lo que había que machacar y molturar las semillas en un mortero, agregarles agua y dejarlas reposar. Luego se filtraba el preparado y ya estaba listo para ser administrado.
(Cicuta)
Plinio, naturalista romano del siglo I (23-79), y su coetáneo Dioscórides, médico y toxicólogo que vivió entre los años 40 y 90, hablan de la cicuta como “koneion”. Según este último, “la cicuta engendra vahídos de cabeza, y de tal suerte ofusca la vista que no ve nada el paciente. Le sobrevienen zollipos (un cruce entre sollozo e hipo), se le turba el sentido, se le hielan las partes extremas y finalmente se le ataja la respiración y así viene a ahogarse pasmado”. El responsable de la toxicidad de la cicuta mayor es un alcaloide denominado coniína, antes llamado cicutina. La dosis letal de cicuta depende de la preparación del brebaje y de la variedad de la planta, pero se estima que 0,2 gramos del alcaloide puro es suficiente para provocar la muerte. Es poco soluble en agua, pero mucho en alcohol, por lo que se cree que a Sócrates se la dieron mezclada con vino.
Asimismo, hay información sobre venenos en las obras de Escribonio Largo (siglo I), compilador de una de las primeras farmacopeas, que recoge una lista de 271 prescripciones, Plinio el Viejo y el poeta Nicandro, que habitó en el siglo II. Estos autores citan varias plantas como cicuta, opio, mandrágora, beleño, acónito... pero también otras a las que eran aficionados los romanos, como el cólchico (Colchicum autumnale), el eléboro negro (Veratrum nigrum), el eléboro blanco (Veratrum album), el tejo (Taxus baccata) y el estramonio (Datura stramonium). Todas ellas contienen alcaloides mortíferos que en pequeñas cantidades son capaces de acabar con la vida de un adulto sano
Mitrídates VI y los antídotos
Mitrídates VI (132-63 antes de nuestra era, rey del Ponto y enemigo declarado de Roma, siempre temeroso de ser envenenado, se acostumbró desde joven a experimentar los efectos de los tóxicos con delincuentes convictos y consigo mismo, buscando un antídoto que lo mantuviera a salvo de posibles intentos de asesinato.
Lo encontró en una sustancia, que se ha bautizado ‘mitridato’ en su honor, una mezcla de sustancias vegetales y animales atribuida a su invención, que le permitió inmunizarse. Según cuenta Apiano en “Historia romana”, cuando fue derrotado por Pompeyo, Mitrídates VI intentó suicidarse ingiriendo veneno para evitar caer en manos de los romanos, pero al estar inmunizado tuvo que recurrir a uno de sus oficiales para que le diese muerte con la espada.
Dión Casio también hace referencia a su resistencia al veneno; escribe que creó un antídoto en cuya composición entraban opio, agárico, aceite de víboras y otros ingredientes. Plinio, en su “Historia Natural”, dice que estaba compuesto de cincuenta y cuatro ingredientes. Se cuenta que había colocado colmenas cerca de zonas donde crecían las adelfas, planta muy venenosa con un principio activo muy fuerte sobre el corazón en dosis pequeñas, de modo que la miel que libaban las abejas era muy tóxica.
La utilizaban mezclada con vino, en cantidades mínimas y diluida para provocar una excitación en fiestas; pero en cantidades letales para aquellos a quienes querían hacer desaparecer “dulcemente”. Pero él no ha sido el único que se ha blindado ante la acción de los venenos.
Parece que Rasputín, aquel místico ruso que ejerció gran influencia en la corte del último zar, Nicolás II, se había inmunizado poco a poco contra toda clase de venenos, de modo que cuando en la noche del 29 al 30 de diciembre de 1916 le ofrecieron un vino emponzoñado para matarlo, la dosis no surtió ningún efecto, por lo que tuvieron que matarlo a tiros.
Cleopatra y el áspid
Cleopatra VII (69-30 antes de nuestra era), última faraona de Egipto antes de que el país se convirtiera en provincia romana, y una de las mujeres más influyentes de la antigüedad, en torno a la cual se han tejido muchas leyendas, terminó sus días, según trasladó la tradición oral, tendiéndose en una cama y dejando que una cobra egipcia, también conocida como áspid de Cleopatra, recorriese su cuerpo y la mordiera.
Era el 12 de agosto del año 30; Cleopatra consiguió burlar la vigilancia de Octavio y decidió tener el control de su propia muerte para no ser llevada a Roma como trofeo. Moría la última faraona de Egipto, la única mujer que había sido capaz de seducir y enfrentarse a Roma.
Pero su muerte fue algo más: significó el fin de la dinastía de los Ptolomeos, el final de su país como reino independiente y marcó el final de la época helenística. Cuentan algunas versiones que, tras decidir acabar con su vida, Cleopatra se informó sobre las distintas formas de morir empleando venenos, tema en el que al parecer estaba versada. No le faltaban ocasiones de experimentar con sustancias mortales, ya que en Egipto las ejecuciones eran frecuentes. Al parecer, seleccionó los tres venenos que consideró más convenientes porque causaban una muerte fulminante y, en teoría, poco dolorosa: los cocimientos de las plantas beleño y estricnina, y la picadura del áspid. Comprobó que el beleño era una planta que causaba una muerte muy rápida, pero provocaba a su vez terribles sufrimientos, por lo que la descartó.
El cocimiento de la planta “Strychnos nux vómica”, cuyo principio activo es la estricnina, fue también desechado, aunque por otro motivo: si bien llevaba a la muerte en menos de una hora, producía una contracción de los músculos que habría dejado el cadáver de Cleopatra completamente desfigurado. Por ello, la hipótesis más verosímil es que eligió la picadura del áspid o cobra egipcia, la más venenosa de las cobras, que causa una muerte rápida e indolora.
El tejo, buena madera, pero...
El tejo (taxus baccata) es un árbol con marcado simbolismo funerario desde la antigüedad, debido a sus hojas siempre verdes que, como las semillas, son venenosas. Su madera es roja y muy dura. Toda la planta es tóxica, a excepción del arilo, de sabor dulce y muy viscoso, con el que se prepara un jarabe pectoral. Su potente efecto se debe a la taxina, alcaloide que actúa sobre el sistema nervioso produciendo convulsiones, hipotensión, depresión cardiaca y finalmente la muerte.
Para los celtas era puerta de entrada al mundo de los muertos. Un historiador como Adolf Schulten (1870-1960) dice que los ancianos cántabros inútiles se suicidaban ingiriendo semillas de tejo.
El historiador hispano Floro, del siglo I-II, escribió que los cántabros derrotados en el Mons Medullius se dieron muerte con tejo. Parece que los soldados celtas llevaban todos en el zurrón semillas de tejo para ingerirlas en caso de caer en manos del enemigo, y evitar de esta forma la esclavitud o incluso la traición a su propio pueblo. Julio César informa en la “Guerra de las Galias” que “Catuvolco, rey de la mitad de los eburones, que había compartido los planes de Ambíorix, agotado ya por la edad y viéndose incapaz de afrontar las penalidades de la guerra o de la huida, se suicidó con zumo de tejo, que es muy abundante en Galia y Germania, después de lanzar contra aquel, toda suerte de mal-diciones por haber sido el instigador de aquella intriga”.
(Bayas de Tejo)
Asociado desde la antigüedad a la idea de la muerte, quizás por su toxicidad o por su follaje oscuro y sombrío, ha sustituido en muchas ocasiones a los cipreses en los cementerios. Ovidio, en el libro IV de las “Metamorfosis”, representa el camino hacia el más allá agradablemente flanqueado de tejos. “Hay un camino que desciende sombreado por mortíferos tejos; conduce a las moradas infernales a través de mudos silencios; la perezosa Éstige exhala allí sus neblinas, y por allí bajan las sombras de los recién muertos y las visiones de quienes han recibido los honores del sepulcro”
Locusta, la envenenadora
¿Podríamos decir que fue la primera toxicóloga de la historia o, como piensan otros, una asesina profesional muy eficiente? ¿Cuáles eran los venenos que tan eficazmente usó Locusta?
En Roma, a lo largo de la dinastía julio-claudia (siglo I), a la que pertenecieron los emperadores Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, el veneno fue una presencia constante, y sobre todo tuvo un papel protagonista en las dos muertes que llevaron al trono a Nerón, las de Claudio y Británico (hijo de Claudio y Mesalina), ambas provocadas por la hechicera Locusta, una esclava romana proveniente de las Galias, que poseía gran conocimiento de hierbas y pócimas.
(Locusta)
La toxicología en los tiempos de la Roma imperial se reducía básicamente al conocimiento de las propiedades de las plantas, que además eran las únicas medicinas. Se conocían los efectos tóxicos de ciertos compuestos del arsénico y de algunos animales, pero las referencias que pretendían hacer los historiadores romanos respecto a las sustancias venenosas y a sus efectos no son muy precisas, pues había mucho de magia y superstición en el empleo de estas pócimas.
Agripina la Menor, madre de Nerón, salvó a aquella mujer y se sirvió de ella para conseguir hacer emperador a su hijo, porque había sido condenada a muerte por envenenadora. Se cree que las setas que le sirvieron a Claudio en su última cena fueron envenenadas con arsénico, aunque puede que tampoco hiciera falta, porque aquellas setas eran ya de por si mortíferas. Según cuenta Suetonio en la biografía de Claudio, le cambiaron las amanitas cesáreas por “amanitas phalloides”, la especie más tóxica en el mundo de la micología.
(Amanita phalloides)
Hay que decir que diecisiete siglos después el emperador Carlos VI de Habsburgo (1685-1740) murió envenenado por las mismas setas.