Klimt, irreverente y sorprendente siempre, pintó entre 1910 y 1915 una curiosa obra a la que llamó “Muerte y Vida”. Hoy se expone en el Museo Leopold de Viena como una de las obras más reputadas e impactantes de este artista que vivió entre 1862 y 1918.
Representa el conflicto entre la existencia y la extinción, siempre bajo la óptica más que peculiar del pintor austríaco más famoso de todos los tiempos.
A la izquierda se ve a la Muerte representada como un esqueleto del que sólo vemos la calavera, con una mirada irónica. Cubre su cuerpo con un sudario oscuro decorado con cruces, quizá como alusión a la vida futura o la resurrección, y lleva en la mano una garrota. Es una reinterpretación moderna y con mucha personalidad de Klimt de un tema muy antiguo: las danzas macabras medievales. Es la idea de que la muerte te va a alcanzar, da igual si eres un rey, un cardenal o un campesino, porque llega a todos sin distinción.
La muerte es un elemento unificador de toda la humanidad.
Esta Muerte de Klimt tiene un aspecto amenazante, y observa con avidez la vida, representada por la montaña de cuerpos de diferentes edades que aparecen a su derecha. Hay mujeres, niños, ancianos...e incluso un bebé, porque ni siquiera los más jóvenes escapan de ella. Son generaciones y generaciones que han sido y son víctimas de la Muer-te. Sus cuerpos se superponen unos a otros, se agolpan sin fuerza, caen a plomo, como si tuvieran sueño. De hecho, todas las figuras tienen los ojos cerrados, inconscientes en el disfrutar de la vida de cómo esa muerte les acecha con su cruel garrote a cada paso que dan. Este es un detalle importantísimo en la pintura, porque solo dos pares de ojos permanecen abiertos. El recién nacido los tiene entreabiertos, ajeno todavía a la idea de que la vida es algo caduco, y los de la mujer están exageradamente abiertos, mirando fijamente a la cara de la Muerte. Tiene un aspecto delirante, casi enloquecido, porque solo los locos miran a los ojos a la Muerte y no la temen.
Los gestos de esta amalgama humana también son fundamentales. En la parte alta, una madre abraza a su hijo para protegerlo. Abajo, un hombre hace el mismo gesto con una mujer. Es el amor que todo lo salva, que todo lo puede.
La vida se representa como algo caótico y en movimiento, como un remolino que arrastra a familias y seres queridos. Así, la Muerte avanza lenta pero inexorablemente hasta alcanzarlos a todos. Toda esta arquitectura de cuerpos destaca por su colorido, al más puro estilo Klimt. Flores y estampados que representan la alegría de estar vivos.
Pero ¿quién era Gustav Klimt y por qué dio esta particular visión de la Vida y la Muerte?
Personalidad controvertida
En la Viena de finales del siglo XIX se fraguó uno de los movimientos artísticos más importantes: la Secesión Vienesa. Fue fundada en 1897 por un grupo de artistas que quería renovar el arte en contra de lo que se hacía en la Academia.
Era, para hacernos una idea, lo “urderground”, lo alternativo, y uno de sus fundadores y presidente fue Gustav Klimt. Pero para llegar a este punto, Klimt había pegado un vuelco un tanto sorprendente a su carrera de extremo a extremo.
Para hacernos una idea, con 28 años le habían dado el premio Emperador, la distinción más alta que otorgaba el imperio austrohúngaro en las artes. Ese premio implicaba que eras un artista canónico, que ibas por el camino recto, que seguías los pasos de lo que el Estado consideraba correcto. Era el artista de moda. Fruto de esa distinción, le encargaron unas pinturas para el Aula Magna de la Universidad de Viena. Tenía que exaltar algunas de las carreras más prestigiosas que allí se enseñaban, como Medicina y Filosofía. Sin embargo, presentó unas pinturas muy unidas al mundo de lo onírico y donde lo que más predominaba eran vaginas y penes. El escándalo no se hizo esperar: le acusaron de pornógrafo y pervertido, y el asunto llegó hasta el Parlamento austríaco. A partir de ahí no quiso volver a pintar para el Estado, y siguió su camino artístico en la vanguardia de este movimiento que le catapultaría a la fama.
De esta manera, “Muerte y Vida” se mete de lleno dentro de la producción prototípica de este pintor, pero relacionada con los últimos años de su vida, cuando ve cada vez más cerca la muerte. Efectivamente, tenía una salud quebradiza y murió de manera prematura.
“ El beso y su último aliento”
Gustav Klimt murió muy joven, quizá demasiado, con tan solo 55 años. Había sufrido un infarto y una posterior apoplejía que se le complicó con la epidemia de gripe que asolaba Europa en 1918 y una neumonía. La mal llamada gripe española está considerada la pandemia más mortífera de la historia, pudiendo matar hasta a 100 millones de personas en todo el mundo.
"El beso", una de las más célebres obras de Klimt, pintada entre 1907 y 1908. Se expone en la Galeria Belvedere en Viena (Austria)
A su muerte, catorce personas reclamaron la paternidad de Klimt. Sí, ese hombre enjuto, con poco pelo, pero muy revuelto, y que siempre iba vestido con túnica y sandalias, era un auténtico depredador sexual que causaba furor entre las mujeres de la época.
Tuvo multitud de amantes que destacaban de él su “olor animal” Sin embargo, estando en su lecho de muerte, enfrentando “Muerte y Vida”, como la pintura que tan sólo había hecho unos años antes, sólo se acordó de una: Emilie Flöge. Era una reconocida diseñadora de moda de la época con la que tuvo una relación, como mínimo, de amistad íntima. Es una mujer fascinante, una de las personas más influyentes de la bohemia vienesa de finales del siglo XIX, y una revolucionaria en moda.
Frente a la vestimenta tipo Sissi que estaba tan en boga, de las cinturas de avispa y los corsés, defendió un tipo de ropa que liberase al cuerpo femenino. Que permitiera el movimiento y ser libres. Su propuesta eran vestidos amplios y con bonitos estampados. Muchas de las modelos que salen en las pinturas de Klimt llevan puestos sus vestidos. Incluso los especialistas especulan que la mujer que aparece en su famosa pintura de “El beso” sea ella, su gran amiga, a la que él mismo besa. Tanto cariño le tenía, que, estando en su lecho de muerte, fue a quien llamó. Sus últimas palabras fueron “ve a buscar a Emilie”. Es decir, de entre todas las mujeres que el genio admiró, o con las que tuvo una relación, fue a Emilie Flöge a la que le dedicó su último aliento.
También la mitad de su herencia fue a parar a ella.
Emilie Flöge y Gustav Klimt, quizás los dos protagonistas de "El beso"
Desgraciadamente, en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial se perdieron, destruidos por el fuego, no solo la colección de la genial diseñadora, sino también todos estos objetos provenientes de la herencia de Klimt.
Klimt es, sin lugar a duda, una fi gura trascendental del arte contemporáneo. Un valiente que, aun teniendo la aprobación estatal y el prestigio para vivir cómodamente y sin ahogos económicos, giró su arte para hacer las cosas según le dictaba el corazón. Sin embargo, la salud no le acompañó, y pocos años antes de fallecer decidió enfrentar la Muerte y la Vida como mejor sabía, pintando. Porque su cuerpo no podría escapar a ella, pero su arte sí, y permanecerá siempre.