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Revista Adiós

Elodia Zaragoza, la escritora que nació en una cárcel franquista y murió olvidada en Túnez

Publicado: viernes, 04 de diciembre de 2020

Elodia Zaragoza, la escritora que nació en una cárcel franquista y murió olvidada en Túnez

Nacida en una cárcel del franquismo, de la que huyó su madre, hija de un marino de la armada republicana que escapó a Túnez, atleta en las olimpiadas de Roma, mujer de embajador, escritora y editora conocida en París, la vida de Elodia Zaragoza, de casada Elodia Turki es la de una historia de superación y olvido que daría para una película.
Un relato que preparaba con Efe en su residencia de la localidad tunecina de Sidi Bou Said pero que ya no podrá concluir: el martes pasado fue enterrada en el monte que domina la coqueta bahía de Túnez entre el dolor y el recogimiento de su familia hispano-tunecina.
"En los cincuenta fui campeona de todas las disciplinas de la natación en Túnez. Así conocí a mi marido, un día bañándonos en la playa de Hamam-Lif (al sur de la capital). Me vio y se enamoró", explicaba con su sonrisa, débil pero lúcida hasta el final de sus días.
"Es normal, era guapa", decía después, recordando con modestia en aquellos años del protectorado francés en los que ganó igualmente un título de belleza y participó en salto de altura en las Olimpiadas de Roma, representando a Francia, pese a que sus padres eran españoles.
Aquel hombre que se enamoró de ella en el mar, el mismo mar que hubo de cruzar en brazos de su madre como migrante para huir de la represión y la sevicia, de apellido Turki, se hizo después diplomático y juntos recorrieron el mundo: especialmente París, donde fue embajador y donde Elodia comenzó una prolífica carrera literaria.
 
La Xiqueta
 
Elodia, que durante años fue directora de la sección de poesía de la editorial, librería y galería Racine de París, hablaba mucho de su madre y poco de su padre: su odisea está recogida en una obra autobiográfica titulada "La Xiqueta". "La Xiqueta" se llamaba Amelia Jover, una militante anarquista, capturada en el puerto de Alicante por los rebeldes en los estertores de la Guerra Civil, y encerrada en una prisión, ya en avanzado estado de gestación, de la que pudo huir disfrazada de enfermera con Elodia recién nacida en brazos.
En pleno invierno, ambas cruzaron los Pirineos y en enero de 1940 llegaron a la playa de Argelés-sur-mer, en el sur de Francia, donde supo que su marido no había muerto en combate y se hallaba en Túnez con los cerca de 2.000 marinos de la Armada República que el 6 de marzo de 1939 escaparon del puerto de Cartagena.
Siempre dio a entender que su padre era oficial de códigos cifra del único submarino de aquella armada que Franco ordenó recuperar y que el carácter reservado de su trabajo también hacía que toda su vida fuera recóndita, casi secreta.
Como recuerda en su obituario el filósofo Santiago Alba Rico, que conoció a Elodia en Túnez, donde él también vive, "la historia de estos 4.000 refugiados republicanos es mal conocida incluso por los historiadores".
En 2018, el reportaje de Efe "Morir en el exilio, morir en el olvido" sacó a la luz un cementerio olvidado de exiliados republicanos, abandonado, con las tumbos destruidas y sucias en la ciudad de Kasserine, fronteriza con Argelia, donde una parte de esos españoles se ganaron la vida tras sufrir la humillación de los campos de concentración franceses.
 
Tres pasaportes
 
Hija de exiliados españoles, Elodia falleció a los 81 años este lunes con los tres pasaportes que compendian su vida -el español fue el último que consiguió, en 1976- en uno de los pueblos más bonitos de Túnez donde pasaba sus días paseando y escribiendo pese a que sus dedos apenas le respondían.
Hablaba un francés exquisito, un árabe envidiable y un castellano renqueante que mezclaba con el valenciano que le legó su madre, profesora en Túnez.
En francés escribió la "La Xiqueta", de la que hay una versión en castellano mal traducida, y el resto de los libros que publicó.
Amante de los juegos de palabras -compuso un precioso lipograma titulado L'infini désir de l'ombre-, mantenía un sentido del humor penetrante: la artitris le había deformado tanto las manos que apenas podía agarrar objetos -pero si teclear el ordenador con esfuerzo y pericia.
A sus nietos y a todo el que la iba a visitar le decía que se estaba transformando en pájaro. "He tenido una vida muy feliz, he sido afortunada" pese al exilio y la nostalgia del país en el que nació encerrada y al que sus padres no pudieron volver "libres y en democracia", argumentaba. "Hay que amar la vida. A mi no me robaron la vida. A mis padres sí, y a los españoles también", dijo en una de las últimas charlas, antes de que la pandemia le robara las visitas.
 
Javier Martín / EFE