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Revista Adiós

Cómo afrontar la muerte de un niño como Gabriel

Publicado: lunes, 12 de marzo de 2018

Cómo afrontar la muerte de un niño como Gabriel

Equipo de Psicología Álava Reyes. Unidad de Duelo

No hay palabras! A veces la vida golpea de un modo cruel y despiadado…y otras veces no es la vida la que golpea, sino que son las personas, con nombres y apellidos, las que hieren de forma tan inhumana. Desde la psicología y desde la criminalística se ofrecen distintas explicaciones a los comportamientos llenos de maldad de algunos individuos, pero en esos momentos, nada importa. Sólo importa lo que hemos perdido, y ya no está. Nuestra vida no volverá a ser la misma. Y hay que lidiar con ello.
 
El duelo tras la muerte de un hijo
 
Freud, en una carta a Binswanger escrita tras la muerte de un hijo de éste, dice. “Sabemos que el dolor que sentimos después de una pérdida semejante llegará a su fin, pero permanecemos inconsolables y nunca encontraremos un sustituto”. Porque la vida y la muerte se suceden, sabemos que es así, pero cuando la muerte alcanza a nuestros hijos, la vida se desgarra en un día que parece que nunca se acaba… y parece no encontraremos nada ni nadie que sea capaz de llenar ese hueco. No podemos cuantificar el dolor, ni la muerte, pero la pérdida de un hijo es especialmente delicada ya que afecta, directamente, a nuestra identidad. Y es que no estamos preparados para que ser padres sea algo “temporal”. “Somos” padres, nos convertimos en padres, y madres, y, asumir que ya no lo somos más (aunque tengamos más hijos) es, en principio, inasumible. Ya no tenemos presente y ya no tenemos futuro. Ya no seremos padres de esa persona…nunca más.
Pero no podemos comparar un duelo con otro. Nos enfrentamos a la pérdida cada día, de una manera u otra, y no podemos, ni debemos, ponderar el dolor por la pérdida de un ser querido. No caigamos en la trampa de pensar que una muerte anunciada es más o menos dolorosa que otra; sin embargo, sí que es cierto que las emociones tras una pérdida traumática, como la acontecida a nuestro pececito Gabriel, son otras, son diferentes.
Cuando la muerte llega inesperada y repentinamente puede causar en primer lugar lo que conocemos como “shock”; esto es, una incapacidad para creer lo que ha pasado, para darse cuenta, incluso, de lo que realmente ha pasado y de reaccionar consecuentemente a ello. Por esto, las personas en shock se muestran abrumadas, sobrepasadas y desconectadas de la realidad. El shock no es más que otro mecanismo de afrontamiento cuando la realidad nos supera. Y la realidad nos supera porque es difícil entender, de esa manera tan brutal, que cosas así de malas nos pueden suceder.
Y nuestra visión sobre el mundo puede cambiar así de fácil: “Somos vulnerables”, o “son vulnerables”, o “era vulnerable y debíamos protegerle”, son algunos de los pensamientos que pueden pasarnos por la cabeza en esos momentos. Indefensión, auto-reproches, venganza o ira, son emociones y sentimientos perfectamente entendibles y frecuentes en estos casos.  Por otra parte, es increíblemente difícil adaptarnos a esas emociones naturales y espontáneas rápidamente, lo cual nos vuelve, además, especialmente susceptibles a otros factores y pensamientos estresantes, como por ejemplo la rabia o la culpa ante la imposibilidad de habernos despedido de esa persona, de haber cerrado o resuelto algún problema, de haber protegido de ese peligro, o de haber dicho siquiera un último “te quiero”.
 
El duelo en el homicidio
 
Dentro de las muertes traumáticas, la muerte por homicidio ocupa un lugar especial, y más si se trata de un menor. Estos duelos son especialmente complicados. El propio sistema de valores de la persona se tambalea terribles descubrimientos como “la gente es malvada y capaz de hacer daño a los más indefensos” o “el mundo no es justo así que “¿por qué tengo que serlo yo?”. Negación, ira, remordimiento o culpa por no haber podido proteger a la persona son sentimientos posibles y naturales que deben aceptarse para permitirnos avanzar en el proceso del duelo. Porque el duelo es eso, un proceso largo, que debe vivirse y en el que no conviene apresurarse.
El duelo, como sabemos, es un camino que atraviesa por distintos momentos y, en los duelos por homicidio, existen distintos factores que pueden dificultar recorrer este camino naturalmente. La falta de apoyo por parte del sistema de justicia criminal o la actuación más o menos responsable de los medios de comunicación pueden complicar el duelo. Por eso creemos que es importante estar correctamente informados sobre las reacciones esperables y naturales ante estas situaciones y sobre cómo podemos actuar:
¿Qué podemos sentir?
-Negación: Muchas personas pueden negarse a creer lo que ha pasado, es normal ya que, decirlo, o reconocer que el asesino ha sido una persona concreta, cercana o familiar, es inasumible emocionalmente.
-Rabia: Se sentirá rabia, frustración, ira, enfado…y es importante permitirnos sentirla ya que se trata de una reacción espontánea y evolutiva a un acontecimiento traumático. No debemos negarnos sentir este tipo de emociones consideradas negativas, lo único que debemos es ser conscientes de cómo elegimos expresarla.
-Culpa: Es fundamental culpar a alguien por la muerte, por la pérdida irremediable de esa persona y por el cambio que supondrá en nuestras vidas. En los casos de asesinato, no por encontrar al culpable necesariamente los supervivientes se librarán de la (auto)culpa, ni de la impotencia. “Debí haberlo sabido” “debí haberle protegido” “debí salvarle” o, los famosos “y si…” “y si le hubiera acompañado” “y si hubiera estado más atento..”  son auto-reproches frecuentes y es importante saber redirigir la culpa a los auténticos culpables, a los causantes.
-Dudas: Es importante, para aceptar una pérdida y decir adiós, tener algo a lo que decir adiós. Por eso, los duelos en casos en los que no aparece el cadáver son especialmente sensibles y complicados. La causa de la muerte y las condiciones (si sufrió o no sufrió) son importantes para reconocer la pérdida y, no encontrar las respuestas, redunda en más dudas y en sentimientos negativos que no ayudan a avanzar en la superación de la pérdida. Muchas veces, personas bienintencionadas intentan “proteger” a los familiares de la verdad, cuando es más bien al contrario. Si las personas necesitan saber y piden saber, entonces deben saber.
-Desesperación: No existe una palabra mejor para explicar la muerte traumática de un hijo. Es normal y es natural sentir desesperación y debe permitirse su expresión en la medida en que la persona lo necesite de un modo sano…¿y cómo sabemos cuándo es sano? ¿cómo podemos ayudar a alguien que vive una pérdida traumática?
 
-Permítete y permítele que exprese su dolor. No trates de imponer formas de proceder en ningún sentido. Respeta sus tiempos y sus reacciones.
 
-Recuérdale que la magnitud y la duración de la reacción emocional no determinan su cariño por la persona fallecida. Es un error pensar que volver a disfrutar de la vida, en algún momento, será faltar a su recuerdo.
 
-No aconsejes “cambiar de aires”. No enfrentarse a la realidad no lo hará más fácil. Si es necesario mudarse o viajar se hará cuando se deba hacer pero no para escapar o evitar el dolor. Recuerda que, tapar y bloquear las emociones negativas, hará que se desborden por otro lado.
 
-Tampoco ayudará deshacernos de las pertenencias y los recuerdos de la persona fallecida. Limpiarlo todo “cuanto antes” es igual de malo que dejarlo todo exactamente igual como si nada hubiera pasado. Es incluso recomendable guardar algunas pertenencias de la persona  ya que nos permitirán volver a ella cuando estemos preparados.
 
¿Cómo actúan los psicólogos en estos casos?
 
En los primeros momentos la ayuda psicológica irá destinada a permitir y validar la emoción espontánea que la persona necesite expresar así como a ayudarle a aceptar la realidad, viviendo conscientemente esos momentos, desde que se enteran de la noticia hasta el funeral y los homenajes de despedida. Permitirles recobrar su identidad y dar sentido a su vida, será el fin último de la intervención.
La pérdida de Gabriel es la peor noticia imaginable para su familia, pero también para nosotros, para todos. Hechos como el asesinato del pequeño entran en conflicto, no sólo con los valores de sus familiares, sino con los de la sociedad en conjunto. Darnos cuenta, de repente, de que eventos terribles pueden suceder, y suceden, puede causar estrés, depresión, angustia o, incluso, reproducción de violencia (pidiendo, por ejemplo, la cabeza de la persona culpable en redes sociales o manifestando conductas explícitas de odio hacia los colectivos que la asesina, en este caso, representa).
Por eso la reacción de Patricia está siendo tan ejemplar y tan valorada. Porque, aceptando su rabia y su dolor, ella decide voluntariamente actuar de un modo coherente con su identidad y su sistema de valores.  “Que nadie retuitee cosas de rabia. Ese no es mi hijo y ésa no soy yo” son sus palabras. Ninguno de nosotros la hubiera culpado si hubiera clamado venganza, dejándose llevar por la masa que en las televisiones y redes sociales se ceba con el dolor y la rabia ajenos. Es lo más normal y la entenderíamos y apoyaríamos. Pero Patricia nos ha dado una lección a todos. Una lección de honestidad, de valentía y de coraje. Porque siempre podemos escoger quiénes somos.
“No sé cómo voy a volver a la normalidad. Espero que la gente me ayude a dar pasitos. Estoy intentando dar la vuelta a esto, pero no sé cómo lo voy a hacer” decía…y no está sola. Ni ella, ni Ángel, el padre del pequeño, destrozado también de un modo inimaginable tras el rumbo que han tomado los acontecimientos. Pero volverán a la normalidad, con cariño y paciencia, y con el pasar de los días...sólo nos toca a nosotros respetar su camino, no contaminar con nuestro odio su propio camino, respetar su decisión y sus tiempos y estar aquí, para lo que sea que necesiten de nosotros. Estar aquí, siempre.