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Revista Adiós

Carlos Santos


Periodista y escritor

Firmas | "Sapanta", el cementerio alegre

10 de abril de 2019

Sapanta, el cementerio alegre

El alegre cementerio de SAPANTA
Insólito que el “Cementerio Alegre” esté precisamente en Rumanía, el país más triste de la tierra según presumen los propios rumanos en las encuestas. Más insólito todavía que esté en una región aislada del mundo, Maramures, por la que no han pasado los siglos ni el progreso; una región poblada por campesinos que rezan en iglesias de madera, se desplazan en carretas tiradas por caballos y presumen, con razón, de ser fi eles a las más antiguas y rancias tradiciones.



Es insólito, pero es lo que hay. En la región rumana de Maramures, a un paso de la frontera con Ucrania y en un pueblecito llamado Sapanta, está el Cimiterul Vesel: el Cementerio Alegre o Alegre Cementerio, según prefiera el traductor. Es uno de los más populares atractivos turísticos de Rumania y es, según establecieron los participantes en un Simposium de Monumentos Fúnebres celebrado en Es-tados Unidos en 1998, el segundo más importante de la tierra, detrás del imponente Valle de los Reyes egipcio.



A diferencia de otras joyas funerarias universales, ésta es bastante reciente. Nació en los años 30 del siglo pasado cuando un artesano local, Stan Jon Patras, especializado en la talla de cruces de madera, le dio por pintarlas de azul, que en Ruma-nía es color de esperanza, y por dar a cada una un toque personal: la imagen del difunto acompañada por un poemilla relativo a su vida, sus aficiones, su familia... Mientras los textos alternan el sentimiento de dolor con comentarios de indudable gracia, las imágenes están llenas de vida y de color; en lugar de ser meros retratos del difunto lo sitúan en el paisaje donde vivió, con árboles y pajarillos incluidos, y en actividades esenciales de su existencia: trabajando, cazando, tomando copas con los amigos...



En algún caso, el tallista opta por plasmar el accidente que terminó con su vida. Cuando murió Patrás se encargó de seguir haciendo ese trabajo, con una media de unos diez clientes por año, su discípulo Dumitru Pop. Sorprendentemente, los muy conservadores habitantes del pueblo, todos de arcaicas costumbres y estricta religión ortodoxa, en lugar de echar a gorrazos a los atrevidos artistas los dejaron trabajar en paz.




Quien hoy recorra ese cementerio (lo hacen cada año decenas de miles de turistas) caminará por un bosque de tallas de madera donde imágenes de campesinos, ganaderos, panaderos, soldados, tractoristas, funcionarios, músicos y mujeres cocinando, hilando o rezando, conviven con las de jóvenes bailando, niños ahogándose y paisanos en el momento mismo de ser atropellados por un coche o un tren.



El cementerio de Sapanta es, en fin, un singular territorio donde la vida se impone de manera taxativa sobre la muerte. Donde, en lugar de subrayar las ausencias, como es costumbre, mantienen vivas las existencias, el recuerdo de aquello que uno fue y que queda para siempre, menos mal, en la memoria de los demás.
De algún modo revive en Maramures la tradición de la Roma precristiana, donde el anuncio del último tránsito no se hacía diciendo “ha muerto” sino “vivió”, vixit. De eso se trata y en eso es este cementerio ejemplar: la memoria del que se fue prevalece sobre el dolor del que se queda. Visto en su conjunto, el Cementerio Alegre de Sapanta es además un tratado abierto de etnografía y antropología cultural. Quien repasa las tallas repasa la vida de esta comarca y sus habitantes en el último siglo y en todas sus dimensiones: económica, social, lúdica, creativa, sentimental...



No es casualidad que se haya convertido en una de las más recomendables visitas turísticas de un país que además está en un excelente momento para ser visitado. No solo este cementerio: toda Rumanía mantiene una notable virginidad, tanto en lo que atañe a la conservación de la naturaleza (es el territorio con más proporción de bosques y, desde luego, de osos de Europa) como a la conservación de tradiciones y de ingente patrimonio cultural.A un español de edad media recorrer las carreteras de Rumanía, con sus postes de la luz a un lado y sus árboles con franjas blancas en el otro, le hará recordar la España de Cuéntame, la España rural de los años 60, a la que todavía no habían llegado, ni se esperaba, el desarrollo tecnológico. Carros, arados, parvas de avena, templos repletos de fieles (bellísimas por cierto las iglesias de madera de Maramures, que por sí mismas justificarían la visita) y productos agrícolas cultivados con técnicas medievales a los que no han llegado siquiera los insecticidas o los abonos...



Es fácil acceder a ese ingente patrimonio antropológico, histórico y natural. Uno puede recorrer a su aire y sin problemas Rumanía con un coche de alquiler o transporte público, reservando el hotel directamente al llegar a cada ciudad o la víspera por internet, que ya está activo en toda la red hostelera del país...con wifi gratis, dicho sea de paso y para que aprendan otros más cercanos, en casi todos los establecimientos. Por todas partes conseguirá hacerse entender y en todas será recibido con amabilidad.

En todas partes, además, comerá muy bien, en un país donde el dios de la mesa es el cerdo, como en el nuestro, y donde la cocina centroeu-ropea se encuentra sin complicaciones con la del cercano oriente. Magníficas sopas (imprescindible la de callos, la muy popular ciorba de burta), buenos platos de caza, abundantes seburta), buenos platos de caza, abundantes se-burtatas, guisos de pollo y otros emparentados con el goulash junto con algunos platos, como las alubias con cerdo o costillas con patatas, que te harán sentir en casa. Los vinos son prescindibles, aunque los hay dignos; valor más seguro es la Ursus y demás cervezas locales. Para rematar, un aguardiente, el popular tuica casero, con ciruelas, o el palinca, que en Transilvania hacen con peras, ciruelas y albaricoque.

A la hora de diseñar el viaje, lo suyo es guardar un par de días, con sus noches para la capital (pueden ser los dos primeros o los dos últimos, claro) donde, además del rehabilitado barrio central, atiborrado de turísticas terrazas, y del megalómano parlamento de Ceaucescu, del que solo podrás ver un cinco por ciento pero ya es más que suficiente, deberías visitar la solitaria Galería Nacional de Arte, en el antiguo palacio real, con una impresionante colección de iconos y una sorprendente sala de Brancusi.

La visita a Transilvania es imprescindible y debe incluir parada y fonda en al menos tres ciudades históricas, Brazov, Sibiu y Sighisoara, que es la mejor conservada y la que entusiasma a Carlos de Inglaterra, visitante habitual y gran promotor de las bondades turísticas rumanas. Obligada es también la visita a Bucovina, con sus monasterios pintados; ahí el cuartel general lo puedes instalar en Bucevita.
Si el tiempo lo permite, muy conveniente también la visita al Delta del Danubio, que después de pasar por otros nueve países desemboca aquí, en Ruma-nía, en un estuario espectacular donde, además de su especial flora y fauna, lo mismo puedes encontrar pueblos de pescadores a los que solo se puede acceder por agua que casas con techos de paja lejanamente parecidas a las barra-cas de la albufera valenciana o ciudades greco-romanas antiquísimas.
Lo suyo es instalarse en Tulcea (en el hotel Delta de tres estrellas, frente al rio) y apalabrar las visitas con algunas de las lanchas atracadas enfrente... aunque buena parte de la comarca la puedes recorrer también por carreteras locales, muy entretenidas como todas las carreteras rumanas.Y, desde luego, antes de que el turismo de masas lo estropee, tu itinerario por Rumania debe incluir la visita a la lejana región de Maramures, con sus iglesias de madera y su cementerio de Sapanta. Una alegría.