viernes, 19 de abril de 2024
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Revista Adiós

Pedro Cabezuelo


Psicólogo clínico. pedrocg2001@yahoo.es

Firmas | Conciencia

22 de marzo de 2019

No te pases la vida juntando dinero, que morirse es gratis

Conciencia

Hace años, durante un viaje en coche con mis hijas, íbamos escuchando música de bandas sonoras. Les gusta jugar a ver quién acierta primero el títu­lo de la película, así que cuando comenzó el silbidito de uno de los más famosos spaghetti westerns de Sergio Leone les pregunté si re­cordaban a qué película pertene­cía. “Claro que sí, papi” -respondió rápida y ufana la mayor- “la tumba costaba dinero”. La respuesta hizo que soltáramos una carcajada y nos riéramos durante un buen rato. La genial distorsión del título origi­nal me recordó una frase que había escuchado infinidad de veces en boca de familiares o amigos: “Hay que ver el dineral que cuesta mo­rirse”. Me hizo pensar un rato sobre el asunto. ¿Cuánto dinero cuesta morirse? ¿Tengo que ir pensando en contratar un seguro de decesos? Si no lo hago, ¿dejaré a mis familia­res cercanos una carga económica elevada? ¿Qué quiero que hagan con mi cuerpo? ¿Incinerarlo? ¿Ente­rrarlo? No es un asunto agradable, pero tendremos que pensar en ello en algún momento, sobre todo a partir de cierta edad. La muerte es un hecho inevitable, y es necesario ocuparse de los muertos, de modo que existen empresas que pres­tan servicios relacionados con el momento postrero. Aseguradoras y funerarias se encargan normal­mente de asistir y asesorar sobre todos los trámites necesarios en unos momentos que no son fáciles para la familia del difunto. Empre­sas que cobran por sus necesarios e inevitables servicios.
Morirse es gratis; por lo que pagamos es por todo lo que acompaña a la muerte. Efectivamente, la tumba, como de­cía mi hija, cuesta dinero.
 
Cuánto cuesta
 
El presupuesto del último adiós va­ría enormemente. Aunque pueda existir una mínima “bajada de ban­dera”, no existe en cambio un lími­te superior de gasto. La despedida más económica podría consistir quizá en un féretro sencillo, los ser­vicios de transporte e incineración y algunas flores, prescindiendo de cualquier otro servicio adicional. El adiós más caro es difícil de concre­tar, pues la cantidad y calidad de productos y servicios que pueden contratarse es cada día más diver­sa. Féretros de distinta calidad e incluso personalizados, esquelas, velatorio, floristería, cáterin, músi­ca, un castillo de fuegos artificiales en el que irían parte de las cenizas del difunto, o incluso un diamante creado a partir de ellas, forman par­te del extenso catálogo existente en la actualidad.
Una lista que puede satisfacer desde las necesidades y los deseos más frecuentes hasta los de los bolsillos más repletos y las úl­timas voluntades más caprichosas.
Y si no se opta por la incinera­ción, hay que sumar el coste de la sepultura -definitiva o no-, lápidas, estatuas y/o panteones. El precio que puede llegar a costar es, por tanto, de difícil cuantificación, que­dando supeditado en última ins­tancia a lo que el difunto haya deja­do establecido y a lo que la familia quiera disponer. Esta será una par­te determinante a la hora de añadir o limitar los extras que se incluirán en los servicios.
Aunque se suele respetar la vo­luntad del finado, casi siempre (so­bre todo si no está pagada la factu­ra de antemano) es la familia quien dispone finalmente qué servicios se incluirán y cuáles no. Así, las últimas voluntades para el propio entierro pueden verse reducidas o, al contrario, incrementadas.
 Un entierro que el fallecido pretendía que fuera barato, íntimo y sencillo puede convertirse en un acto so­cial muy concurrido, caro y osten­toso. Al contrario, las pretensiones de ser enterrado sin escatimar en gastos pueden ser mermadas por la familia si consideran que es un gasto excesivo o que lo verdade­ramente importante debe darse y hacerse en vida. El dinero, la ca­pacidad económica, marcan inevi­tablemente cómo se desarrollará nuestro último acto social, nuestra despedida del mundo. Y las fanta­sías sobre la muerte (del difunto y la familia), también.
 
Las fantasías
 
Las fantasías son pensamientos o ideas que no están condicionados por la realidad. Sin entrar a pro­fundizar en el concepto de fanta­sía inconsciente, que tendría que ver con los impulsos instintivos, es importante añadir que el deseo (lo que nos gustaría ser o tener) tiene mucho que ver con las fantasías de cada uno. Así, una fantasía sería una mezcla de pensamiento, ima­ginación y deseo gracias a la cual nuestra mente puede desligarse de aquello que nos incomoda, huir de la cruda realidad, y pensar con casi total libertad. No son algo negativo, sino algo consustancial al ser hu­mano. Acompañan nuestra vida y experiencias cotidianas, reales. So­lo si “toman el control” de nuestra vida, dejando permanentemente en un segundo plano al control ra­cional y al juicio de realidad, pode­mos hablar de que exista algún pro­blema. Gracias a ellas, por ejemplo, se han producido muchos avances científicos y grandes creaciones artísticas y literarias. Una fantasía no es algo negativo ni sinónimo de locura, ni mucho menos.


 
En cuanto a las fantasías so­bre la muerte, conviene repetir una vez más que la muerte nos es desconocida. Por tanto, no existe más que como idea. Una idea que muchas veces aterra y ante la que se disparan las fantasías de cada uno.
Podemos decir que cada uno imaginará, fantaseará cómo será su muerte. Alrededor de esa fanta­sía construirá otras y dispondrá, si acaso, cómo quiere que sea su fu­neral  su entierro o incineración, su despedida de este mundo. Depen­diendo del dinero disponible y de la idea, fantasiosa también, que tenga de sí mismo, es lógico suponer que dispondrá un tipo de despedida u otro.
Un ego inflado, narcisista, fan­taseará probablemente con un tipo de despedida especial, que no pase desapercibido. Alguien tímido, o con sentimientos de inferioridad, querrá justamente lo contrario: que sea lo más discreto y sencillo posi­ble. Si el dinero no es problema y no se ha escatimado en gastos en vida, probablemente se encargue un panteón con estatuas de mármol que dejen bien claro que el dinero no fue un problema en vida, ni lo es una vez muerto. Si el difunto era profundamente religioso, lo dejará bien claro por medio de la imaginería o símbolos correspon­dientes a su credo.
 
 En definitiva, la realidad nos dice que morire­mos y la mente se rebelará tra­tando de mantener viva su autoi­magen mediante la fantasía. Una idea que habrá que ajustar, eso sí, al bolsillo de cada uno.