viernes, 19 de abril de 2024
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Revista Adiós

Joaquín Araújo


Naturalista, geógrafo, escritor y agricultor.
http://joaquinaraujo.com

Firmas | Naturaleza, descansar con los que decansan en paz

21 de marzo de 2019

Naturaleza, descansar con los que decansan en paz

Nunca, nadie, sabe ni sabrá qué es la vi­da, pero todos los seres vi­vos saben vivirla menos nosotros.

Porque vivir es, so­bre todo, convivir.

Parti­cipar en los ciclos de la vida, respetar lo diferen­te… compartir los princi­pios básicos que no somos capaces de producir y ni si­quiera de imitar, cuando son los que realmente nos consien­ten y sostienen.

 Nuestra historia ha consistido y, sobre todo, con­siste hoy en ir contra la historia de la vida. Considero que es una de las mejores aproximaciones a lo que somos. Con el agravante, que tan lúcidamente expreso Albert Camus, de que somos los únicos que destruimos lo que en realidad preferimos.
 
Tampoco nadie, nunca, sabe ni sabrá qué es la muerte, pero todos los otros seres vivos saben morir­se menos nosotros, acaso porque somos los únicos que sabemos que moriremos.
Aprender a morir es la tarea más pendiente. La que más sereni­dad y creatividad podría poner en este mundo si lo consiguiéramos.

 Saber morir evita mucha muerte. Seguramente es un imposible, pe­ro precisamente por eso debería­mos intentarlo por el empeño de vivificar al máximo posible todo lo relacionado con la muerte indi­vidual; es decir, siendo recíprocos con la vida y sus fuentes. Incluso se puede dejar una herencia de mucha más vida que la usada pa­ra mantenernos vivos durante el siempre tacaño tiempo que nos to­que. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando plantas árboles, cuando amparas paisajes enteros, cuando consigues gastar poco o muy poco este mundo con tus formas de comer, calentar­te o desplazarte.

Buena parte del pen­samiento religioso y no poco del filosófico abor­da el tema de la muerte intentando jugar al es­condite con la misma. In­cluso negándola con toda suerte de ofertas de otros tipos de vidas en el más allá.
 
Pero nunca, nadie, sabe ni sa­brá si alguna de estas creaciones de la mente tiene lugar.
Por eso conviene recordar, porque alivia, que la que mejor enseña a morir es la propia Natu­ra; es decir, la casa de la vida, la vi­da terrenal por supuesto, y de los modos y maneras de mantenerla y perpetuarla.
Algunas culturas, obviamente a través de las palabras, han con­seguido algunas aproximaciones a lo que pretendo compartir con vosotros. Comienzo con el gran acierto del pictograma chino para nuestra palabra descansar, que se representa como alguien que está bajo un árbol.
 
 

 (Pictograma chino para nuestra palabra descansar, que se prensenta
  como alguién que está bajo un árbol)

 

Nuestro descanse en paz para los fallecidos debería tener pre­sente la coherencia del sinograma mencionado. Descansar no solo bajo la mejor sombra mientras pal­pitas, sino también cuando lo de­jes para siempre; hacerlo entre las raíces de esos mismos árboles que ya nos acompañaron con mucho más que descanso. Recuerdo que, al funcionar, los árboles consiguen que este mundo funcione.

Se nos ha querido olvidar, so­bre todo en la cultura occidental, que la propuesta estaba a nuestra disposición desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, en Japón se procede al llamado “Shinrin yo ku”, eso que ahora ha devenido en ser llamado “Baño de Bosques”. En realidad, se refieren a algo tan sencillo como pasear por las arbo­ledas para encontrar la mejor co­secha de los árboles, que es, preci­samente, el sosiego. Pudo parecer a muchos que esto entraba de lleno en esos aspectos del orienta­lismo, místico o casi, tantas veces mal divulgado en occidente. Pero resulta que ha sido precisamente con las mejores técnicas médicas como se ha descubierto las capa­cidades “sedantes” de la arboleda. En concreto se demostró, tras va­rios miles de análisis registrados por electroencefalograma, que la ansiedad disminuía en todo tipo de personas tras un largo paseo por el bosque. No ha quedado to­davía identificado del todo lo que produce ese incremento de la tranquilidad. Acaso la pureza del oxígeno, las moléculas químicas que emiten las hojas, la contem­plación de nuestro primer hogar... En fin, sea cual sea la causa, lo que resulta evidente es que el árbol relaja, nos descansa, como intuye­ron los primeros escritores chinos.


(foto de Jesús Pozo)

Algo que no podemos por me­nos que vincular a los otros cente­nares de servicios y regalos que nos proporcionan los gigantes vegeta­les. Es más, en estos momentos en los que necesitamos enfrentarnos al cambio climático, resulta todavía más oportuna la presencia de árbo­les en todas partes y con todos los motivos posibles, entre los que, sin duda, uno de los más hermosos es que sean últimas moradas de nues­tros seres queridos. Que sobre sus restos se yergan fábricas de trans­parencia suma consuelo, coheren­cia y belleza a los cementerios.

Por todo ello no solo pode­mos hablar, buscar y potenciar la paz de las arboledas; tenemos que propagar al máximo posible esta sensatez hasta que todos los cementerios se parezcan lo más posible a esos surtidores de sere­nidad que son los bosques.

Descansemos con los que des­cansan en paz dejando generado­res de serenidad sobre nuestros últimos restos.
 
Gracias, y que los bosques del recuerdo os atalanten.