Si pensamos en artistas cuya imagen se haya asociado a lo oscuro, lo siniestro y la iconografía de la muerte, probablemente los más populares que nos vengan a la mente sean The Cure.
La banda británica tuvo unos comienzos cercanos al post punk, pero rápidamente evolucionó hacia terrenos más pausados y opresivos y se convirtió en un icono del after punk más sombrío, principalmente durante la primera mitad de los ochenta. Aunque en discos posteriores fueron alejándose de esa temática, varios de los mejores trabajos de la carrera de los de Crawley (Inglaterra) están estrechamente ligados a toda aquella oscuridad muchas veces relacionada con la muerte, y esos fueron los años en los que se les empezó a tomar en serio. Por lo tanto, aunque su trayectoria ocupa ya cuatro décadas y en ella se han vislumbrado canciones felices y luminosas, el gran peso que tiene en su carrera, su imagen y su música esta etapa de penumbra es incuestionable.
(Robert Smith)
Robert Smith (cantante, guitarrista y principal compositor de la banda) me dijo cuando le entrevisté en el año 2000 que había dejado de hablar de ciertos temas en las canciones de The Cure porque se dio cuenta de que había gente que encontraba seductora la idea del suicido, debido principalmente a su trilogía más lóbrega y depresiva: “Seventeen seconds”, “Faith” y “Pornography”. Esos tres álbumes, publicados entre 1980 y 1982, marcaron el rumbo y la imagen del grupo a partir de entonces. De hecho, para muchos, su disco “Faith” fue el verdadero punto de partida de lo que después se llamó rock gótico o siniestro (inicio que otros atribuyen a los también ingleses Bauhaus).
De los tres elepés, este, convenientemente titulado “Fe”, es el que trata de manera más evidente la ausencia y la necesidad de creer en algo. Y es que mientras el grupo preparaba las composiciones, perecieron la abuela de Smith y la madre de Lol Tolhurst (por entonces batería de la banda, después teclista). La sensación de pérdida y el contacto tan cercano con la muerte hizo que compusieran un disco triste, de atmósfera angustiosa y en el que quedaba patente la desesperación por querer creer en algo que hiciera menos dolorosa la partida de los seres queridos. En él aparecían temas como “Funeral Party” y “All cats are grey”, inspirados directamente en la muerte de sus familiares.
Del primero, Smith comentó poco después de grabarlo: “Cuando fallece alguien que conoces, de pronto te das cuenta de lo que es la muerte. Deja de ser una entidad abstracta e indefinida, se te abren los ojos y toma forma en tu cerebro”.
Según sus declaraciones, en esa época pensaba mucho en el final de la vida, y cuando se dio cuenta de que no creía en nada, se aterrorizó. De ahí surgió el corte que da título al álbum, “Faith”.
Casi una década después seguía diciendo de él: “No creo que nunca vuelva a escribir una canción que me conmueva tanto como ‘Faith’, que cambie tanto mi vida como lo hizo ese tema o encapsule un periodo de mi existencia de manera tan certera.” Otro de los cortes que aborda la muerte en este elepé de bajo omnipresente es “The Drowning Man”, inspirado en los libros de Gormenghast de Mervyn Peake y en la defunción, ahogada en las aguas del foso de un castillo, de su personaje Fuchsia.
Esos años fueron una época autodestructiva para Smith, repleta de drogas y alcohol, en la que además vivió como Ian Curtis, cantante de la banda de Manchester Joy Division, se suicidaba. Se obsesionó con que él iba a ser el siguiente. Finalmente, en vez de emular a su colega, plasmó toda esa sensación de desesperanza en “Faith” y, sobre todo, en “Pornography”, el siguiente trabajo del grupo. Es un disco más violento e intenso que los anteriores y está lleno de menciones a la sangre, las enfermedades mentales y la muerte. Abre con la canción “One hundred years” y lo primero que dice es “It doesn’t matter if we all die” (“no importa si todos morimos”). Y con ese mismo tono recorre las ocho pistas que lo componen.
A pesar de que no fue una época emocionalmente reposada y positiva para los miembros de la banda, los trabajos que publicaron esos años negros se convirtieron en su seña de identidad y dejaron una huella profunda en muchos artistas posteriores. La gira de presentación de ese “Pornography” fue un desastre para la estabilidad del grupo, que tras una pelea entre Smith y el bajista Simon Gallup, prácticamente se separó. Finalmente se quedaron Smith y Tolhurst como dúo y viraron hacia sonidos más tecnopop que, aunque descolocaron a sus fans de siempre, les consiguieron una presencia permanente en las listas de ventas. Experimentaron con canciones más movidas y alegres (aunque sus álbumes siempre han conservado pinceladas de esa congoja compositiva) y se sucedieron varios discos bastante eclécticos, especialmente “Kiss me, Kiss me, Kiss me”, que les convirtieron en una de las bandas más populares del momento.
Pero, cada cierto tiempo, Robert Smith regresa plenamente a esa angustia vital para hacer un álbum completo de sensaciones asfixiantes y temáticas nebulosas. Pasó en 1989 con “Disintegration”, probablemente su obra maestra, vertebrada por la nostalgia, la decepción y el miedo a que se le acabe a uno el tiempo. Y aunque la bruma que envuelve las composiciones de este elepé es permanente, sus letras no se recrean en las menciones explícitas sobre la muerte como en otros tiempos, quizás por ese miedo a influir de manera fatal en los fans de la banda. Y volvió a pasar en el 2000 con “Bloodflowers”, cuidadísimo disco que Smith pensaba que sería la despedida de la banda y que, según él, cierra su trilogía siniestra.
Diecinueve años después de ese “Bloodflowers”, lejos de separarse, siguen en activo, celebrando sus cuatro décadas de vida, salpicando sus discos de letras oscuras y atmósferas densas y recordando que han sido unos maestros a la hora de convertir los temores existenciales en canciones conmovedoras.