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Revista Adiós

Ginés García Agüera


Periodista especializado en cine. Colaborador de "Adiós Cultural" desde el número 1.

CINE | Un poste telefónico en las afueras de Santa Mónica y el suicidio más largo de la historia del cine

01 de marzo de 2019

Un poste telefónico en las afueras de Santa Mónica y el suicidio más largo de la historia del cine

Hace sesenta años, el hombre más bello sobre la faz de la tierra se estrelló con su coche contra un poste telefónico en las afueras de Santa Mónica, California, cuando salía de una fiesta en la casa de la actriz Liz Taylor.

Montgomery Clift, que en aquel momento tenía treinta y cinco años de edad, perdió cuatro dientes, su mejilla izquierda quedó desgarrada, sufrió numerosos cortes bajo los ojos, el labio superior se le partió en dos, la nariz rota con el seno nasal completamente aplastado, y su mandíbula se quebró por cuatro sitios. El actor conducía completamente borracho. En su auxilio, acudieron todos los asistentes a la fiesta, pero el amasijo de chatarra en que se había convertido el vehículo de Montgomery Clift, les impedía llegar hasta la parte del coche en la que se encontraba el intérprete, cuyo rostro estaba totalmente cubierto de sangre. Liz Taylor, por entonces joven y muy delgada, reptó a través del portaequipaje y consiguió salvar la vida del actor al extraerle sus propios dientes de la garganta, que amenazaban con asfixiarle. Al lugar acudieron ambulancias, policías, bomberos y reporteros de la prensa amarilla, que no pudieron fotografiar al actor gracias a un muro humano formado por Rock Hudson, Kevin McCarthy y la propia Taylor, que evitaron que el mundo viera el rostro destrozado de una de las estrella más resplandecientes de Hollywood.

Durante aquellos días, Montgomery Clift estaba trabajando como protagonista de la película “El árbol de la vida”, junto a Liz Taylor, cinta que dirigió el gran Edward Dmytryk. Volvió al rodaje cuatro o cinco semanas después (obligaciones impresas en los contratos de trabajo), tras numerosas intervenciones de cirugía plástica que intentaron reconstruir sus facciones. De hecho y tras el estreno de “El árbol de la vida”, los espectadores jugaban a averiguar qué secuencias se habían rodado antes y después del trágico suceso, mientras visionaban la película y haciendo que la cinta se convirtiera en un auténtico éxito de taquilla. Antes del choque contra el poste telefónico, el actor abusaba de los fármacos y el alcohol. Después del accidente, las adicciones se intensificaron. Dio comienzo la cuesta abajo. Nuestro hombre se sumergió en una auténtica espiral física y anímica de la que ya no pudo salir. Fue en ese momento cuando empezó a gestarse lo que se dio en llamar “el suicidio más largo de la historia del cine”.





Diez años después del accidente, en un apartamento de la calle 61 del Upper, un barrio en el lado este de Nueva York, Montgomery Clift fue hallado muerto, en su dormitorio, completamente desnudo, boca abajo, con las gafas de sol puestas. Su secretario personal, la noche anterior, llamó a su habitación para apuntarle que en un canal de televisión emitían “Vidas rebeldes”, de John Huston, una de las últimas interpretaciones del actor, al lado de Clark Gable, Marilyn Monroe y Eli Wallach, por si le apetecía volver a visionarla. “¡No, en absoluto!”, le gritó Clift a su asistente, las que al parecer fueron sus últimas palabras antes de sobrevenirle un infarto de miocardio, supuestamente causado por sus adicciones a la bebida y los tranquilizantes. Tenía cuarenta y cinco años. Está enterrado en Quaker, en Prospect Park, cementerio ubicado en el corazón del barrio neoyorquino de Brooklyn. Su estrella en el Paseo de la Fama se encuentra a la altura del número 6104 de Sunset Boulevard. Curioso: “Sunset Boulevard” (en España “El crepúsculo de los dioses”), de Billy Wilder, fue uno de los proyectos que rechazó Clift en su momento, probablemente mal aconsejado, y que terminaría interpretando William Holden.
 
Creador “suicidio”

Si algunos consideran que el supuesto “suicidio más largo de la historia del cine” fue negativo, autodestructivo, sórdido, terrible si quieren, está claro que no carecen de razón en lo que respecta al estado y deterioro físico del actor. Pero existe otro dato, en esta ocasión referido a resultados de creación cinematográfica, que nos recrea un periodo absolutamente feliz, si analizamos los trabajos que Montgomery Clift llevó a cabo tras ese encuentro con el poste telefónico hasta su prematura muerte en aquella habitación de su apartamento, “triste, solitario y final”.

Porque, si bien antes del accidente, Clift se había fabricado una esplendorosa carrera cinematográfica en la que trabajó a las órdenes de gente como Howard Hawks, Fred Zinnemann, William Wyler, George Seaton, George Stevens, Vittorio de Sica o el mismísimo Alfred Hitchcock, en películas y títulos ya imperecederos como “Río Rojo”, “Los ángeles perdidos”, “La heredera”, “Un lugar en el sol”, “Yo confieso”, “Estación Términi” o “De aquí a la eternidad”, después del accidente, a pesar del dolor físico y moral; a pesar los cambios producidos en su rostro y su alma, y llevando a cuesta una persistente adicción a los calmantes, el alcohol y los incumplimientos laborales; a pesar de lagunas que le hacían olvidar los guiones con los que trabajaba... a pesar de todo ello... Montgomery Clift siguió deslumbrando al mundo en “Vidas rebeldes”, de John Huston; “El baile de los malditos”, de Ed-ward Dmytryc; “De repente el último verano”, de Joseph L. Mankiewicz; “Freud, pasión secreta”, de John Huston, y sobre todo y sobre todas las cosas, en su intervención singular, unos cuantos minutos en la pantalla, su creación portentosa de ese judío castrado, acabado, casi terminal, en la obra maestra de Stanley Kramer “¿Vencedores o vencidos?”, que le valió una nueva nominación a los Oscar de Hollywood y en la que compartió pantalla con otros grandes de la pantalla norteamericana como Spencer Tracy, Richard Widmark, Burt Lancaster, Marlene Dietrich, Maximiliam Schell y Judy Garland. En esa película, Montgomery Clift llevó a cabo una pirueta interpretativa que ya ha quedado en los anales de la historia del cine.

Le bastaron apenas siete minutos para alcanzar una cumbre de actor creador que pocos, muy pocos, se han atrevido a intentar igualar.