martes, 30 de abril de 2024
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Revista Adiós

Pedro Cabezuelo


Psicólogo clínico. pedrocg2001@yahoo.es

Firmas | No puedo llorar

01 de febrero de 2019

“Las penas que no son aliviadas por las lágrimas pronto harán que lloren otros órganos” (Henry Maudsley)

No puedo llorar


Llora el bebé al nacer. Llora cuando tiene hambre, sed, cuando está sucio, cuando le duele algo. Llora el adulto cuando nace el bebé. Llora ante la muerte de otros, y también ante la propia muerte. Lloramos en una obra de teatro, viendo una película, leyendo un libro. Las lágrimas pueden brotar escuchando música, admirando un cuadro, contemplando una escultura. Las hay de pena, de tristeza, de desconsuelo. Pero también de risa, de alegría, de felicidad. Surgen las lágrimas ante la belleza, ante lo sublime. Aparecen lágrimas de rabia e impotencia ante la injusticia, la maldad, ante una desgracia. Hay lágrimas que parecen no tener fin, otras en cambio son efímeras. También las hay impostadas, como las lágrimas de cocodrilo, o las de las plañideras. Muchos tipos de lágrimas pero, ¿qué son? ¿Por qué brotan? ¿Por qué lloramos y cuándo paramos de llorar? ¿Y por qué a veces no es posible llorar?
 
La biología de las lágrimas
 
La más evidente de las funciones biológicas es la de lubricar y proteger el ojo de las agresiones del medio ambiente. Recogen las impurezas que pueden dañarlo y lo mantienen húmedo y limpio.

Biológicamente, las lágrimas se clasifican en tres tipos: basales (las que mantienen el ojo húmedo y limpio), reflejas (surgen ante partículas externas, como la cebolla o el polvo) y emocionales (aso-ciadas a un estado emocional concreto). Y aunque a primera vista pueden parecernos iguales, la verdad es que no lo son. No sólo por el origen, por lo que las hace brotar, sino que también su composición química es distinta. Las lágrimas se componen de agua, proteínas, hormonas, grasa, minerales. Pero su proporción varía en función del origen, dependiendo de lo que las hace brotar y de la emoción subyacente. Así, los investigadores han comprobado que las lágrimas emocionales contienen una mayor proporción de proteínas y hormonas relacionadas con el estrés que las basales. Éstas en cambio contienen más mucosidad para lubricar el ojo y apenas contienen hormonas.

 Las lágrimas emocionales son distintas a las basales. Y además son diferentes unas de otras, dependiendo de la emoción ante la que surjan.
Una fotógrafa, Rose-Lynn Fisher, se interesó en ellas en una época concreta de su vida marcada por las lágrimas. Sus fotos, un estudio entre lo científico y lo artístico, revelaron lo mismo: que no eran iguales. Las microfotografías que hizo a los distintos tipos de lágrimas, cada una correspondiente a un estado emocional distinto, mostraron también lo distintas que son unas de otras.

Parece mentira que esos “liquidillos”, que brotan del mismo sitio y que en principio parecen exactamente iguales, escondan distintas composiciones y proporciones dependiendo de su función y de la emoción que las desencadene.
 
El llanto como señal

Con las lágrimas y el llanto (que casi siempre van juntos) el bebé va aprendiendo a relacionarse con los demás. Enseguida aprende que si llora alguien le atiende y alivia su hambre, le limpia y le proporciona los cuidados que precisa. De este modo, este primer llanto es una señal, una llamada a la que alguien acudirá cuando necesite algún tipo de atención, ya sea por alguna necesidad física (hambre, sed, malestar, dolor) o por alguna variable psicológica (miedo, necesidad de contacto, frustración...)
Una vez aprendido, es normal entonces que el bebé utilice este recurso casi en cualquier situación en la que quiera o necesite ser atendido. Y además, normalmente la intensidaddel llanto hará que la atención sea más o menos rápida. La velocidad con la que los adultos cuidadores (los padres normalmente) reaccionen a la llamada hará que el bebé vaya aprendiendo poco a poco a manejarse con sus percepciones y sensaciones durante un periodo de tiempo variable hasta ser atendido. Las constancias y las repeticiones en esa relación harán que, conforme crece, el niño vaya aprendiendo todo un repertorio de conductas relacionadas con el llanto y las lágrimas. Profesores, familiares y cercanos colaborarán en ese aprendizaje.

Hay quien opina que no es bueno atenderles enseguida, que hay que dejar llorar a los niños cierto tiempo para que aprendan a manejarse con sus emociones y sus frustraciones. ¿Es así, o como opinan otros hay que atenderles inmediatamente para evitarles un sufrimiento innecesario? La respuesta, como casi siempre, se encuentra a medio camino entre ambos extremos. Un llanto puede significar que le duele algo, en cuyo caso sería cruel no atenderle. Si el motivo es otro, y hasta que aprenda a hablar, utilizará el recurso que le funciona para llamar, para reclamar atención. Identificar su origen es importante, sobre todo para descartar algún problema físico, pero también para poder proporcionar una respuesta adecuada a la demanda. Todos los padres aprenden a identificar los distintos tipos de llanto tarde o temprano.

Existen incluso dispositivos electrónicos que lo analizan, identificando con bastante fiabilidad lo que le pasa: que le duele algo, que tiene hambre/sed, que se encuentra sucio o que necesita contacto. Una parte de la personalidad se irá configurando en función de cómo transcurra esa relación con el niño, de lo rápido que se satisfagan las demandas y de la atención que se preste a su instrumento: el llanto. El llanto y las lágrimas nos sirven, cuando todavía no hay palabras, para decir lo que no se puede decir.

Aprendizaje social
 
Una vez que se adquiere el lenguaje la cosa cambia y se complica. Poco a poco iremos modificando ese modo de comunicarnos a través del llanto y tendremos más en cuenta las situaciones -y a los demás- antes de “permitirnos” llorar (aunque nos apetezca). Se aprenderá a identificar y controlar las emociones, dejando de usar las lágrimas y el llanto cuando nos sintamos solos, tengamos miedo o hambre. Se aprenderán nuevos significados asociados a las lágrimas.
Nos irán enseñando que llorar puede no estar bien visto en determinadas situaciones, mientras que en otras sí. Si los padres no encuentran un modo más afortunado de comprender y acompañar el llanto de un hijo varón, puede que incluso le digan que “los chicos no lloran si quieren ser hombres de verdad” o que “llorar es de niñas”. Fórmulas bastante arcaicas e ineficaces que no permiten comprender y aliviar la emoción que hace surgir el llanto ni brindar un aprendizaje emocional adecuado.
Con mejores o peores argumentos, y con distinto resultado, se “domestica” el lloro y el llanto y seguimos aprendiendo a comunicarnos a través de las lágrimas.

Lágrimas emocionales

Las lágrimas y el llanto van dejando de usarse, poco a poco, con esa primera función de llamada, de señal de que algo no va bien, aunque conservarán esa función de llamada. Así, ante alguien –niño o adulto– que llore desconsoladamente surgirá en nosotros esa necesidad de atenderle, deconsolarle.
Las lágrimas van quedando asociadas casi exclusivamente a las emociones y dependerá del aprendizaje cultural y emocional recibido que broten ante algunas o se repriman ante otras. Habrá quien llore en los entierros o leyendo un poema pero no en la ópera, y quien lo haga ante la grandiosidad y belleza de un paisaje, pero no en un entierro.
En cualquier caso, surgirán cuando la intensidad de una emoción (distinta en cada caso, para cada uno) alcance determinado umbral, cuando –una vez más– no haya palabras para expresar lo que sentimos. Es como si las lágrimas condensaran, recogieran y ayudaran a salir todo lo que no podemos decir, todo el sentimiento acumulado, produciendo un efecto liberador al brotar. De modo que llorar, alivia. Es conocido el alivio que se produce después de llorar a moco tendido. Pero, ¿qué ocurre entonces cuando no surgen las lágrimas ante algo que, según nos enseñaron, debería hacernos llorar? pues que si la emoción se bloquea, lo hagan también las lágrimas.

En el caso de la muerte, ese bloqueo tiene que ver normalmente con conocidos mecanismos: la negación y la represión. Mecanismos inconscientes que tratan de protegernos –no olvidemos que se trata de mecanismos de defensa– de una pena intensa, de un dolor intolerable. Llorar implicaría aceptar la pérdida y tener que enfrentarse a ese dolor y esa pena. Si éstos son muy intensos, nuestra mente se defenderá como pueda.
El llanto y las lágrimas son necesarios para poder comenzar a elaborar un duelo. Y no se puede comenzar a hacerlo si no se ha acepta-do completamente la realidad de la pérdida. El tiempo que tarden en aparecer es indeterminado. La negación puede postergar el momento del enfrentamiento, pero tarde o temprano, merced al tiempo, el apoyo que reciba y la elaboración interna que haga el sujeto, la defensa sucumbirá en favor de lo real. Las emociones aflorarán, se vivirán con toda su intensidad y las lágrimas brotarán, permitiendo que el duelo siga su proceso.

Se dice que el hombre es el único animal que llora. Las lágrimas nos permiten aprender de nuestras emociones. Y ese aprendizaje es necesario en ocasiones para finalizar una etapa y poder seguir adelante. En ese sentido, alguien dijo en cierta ocasión –aunque no recuerdo quien fue– que “lo más importante de la vida no se entiende mediante el gozo, sino que es lo que se ve a través de las lágrimas”.

Foto de Jesús Pozo