viernes, 19 de abril de 2024
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Revista Adiós

Pedro Cabezuelo


Psicólogo clínico. pedrocg2001@yahoo.es

Firmas | Cuerpo y Mente

11 de enero de 2019

“Acudamos de vez en cuando a los muertos, ya que estos son los mejores consejeros de la vida. Si tuviesen un diccio- nario tacharían todas las palabras y dejarían una sola: un verbo en función de imperativo, marcando su consejo: ¡Vivid! Tennessee Williams

Cuerpo y Mente

“Acudamos de vez en cuando a los muertos, ya que estos son los mejores consejeros de la vida. Si tuviesen un diccio- nario tacharían todas las palabras y dejarían una sola: un verbo en función de imperativo, marcando su consejo: ¡Vivid! Tennessee Williams

Todo se reduce a una simple  elección: “empeñarse en vivir  o empeñarse en morir”.
Esta frase de la película “Cadena perpetua”  podría condensar las ideas básicas del  artículo anterior.
En él comentamos los casos de dos personas que, de algún modo, se empeñaron en vivir. Y los de otras dos  que, en cierta medida, se dejaron morir.  Cuatro vidas distintas, cuatro historias que nos permitieron reflexionar sobre la relación entre el cuerpo y la mente. Estas se encuentran entrelazadas, formando un todo: la mente influye en la materia y la materia en la mente sin que exista una conexión física entre ambas.
Ahondaremos un poco más en la relación entre la salud, el cuerpo y la mente.
 
“Mens sana in corpore sano”
 
La salud y la enfermedad se relacionan inevitablemente con nuestro pensamiento, con nuestros procesos psicológicos, con nuestra mente. Se trata de una compleja relación que tratan de comprender mejor desde hace mucho tiempo filósofos, antropólogos, médicos, neurólogos, psicólogos, neuropsicólogos, inmunólogos, psiconeuroinmunólogos e investigadores de otros campos como la ingeniería y la inteligencia artificial.
Cómo se relacionan no es cuestión menor, pues esas investigaciones abren puertas hacia una vida mejor. No solo en el tratamiento de síntomas y cuadros clínicos, sino también en aplicaciones prácticas para la vida cotidiana, como el control de todo tipo de  dispositivos con la mente. Según opinan los expertos en prótesis biomecánicas, los avances en este campo serán espectaculares en menos de diez años gracias a la rapidísima evolución de la técnica, y mejorarán significativamente la vida de muchas personas con limitaciones anatómicas y/o funcionales.

Somatizaciones

La influencia de la mente sobre el cuerpo ha sido y es objeto de estudio y debates intensos. Hasta dónde puede llegar esa influencia y cómo se produce en última instancia la conversión de un proceso mental en un cambio físico sigue sin estar claro del todo. Pero sabemos que nuestro cuerpo puede reaccionar somatizando problemas emocionales, afectivos, laborales. Desde el punto de vista psicológico, una somatización sería la “salida” para todos los contenidos mentales importantes para el sujeto que no hallan la vía de expresión necesaria. Si algo no puede ser hablado, elaborado adecuadamente, nuestro cuerpo se encargará de recogerlo y presentarlo ante nuestra conciencia del único modo que puede: corporalmente, mediante signos y síntomas físicos. Los síntomas y los signos serían pues, secundarios, siendo la causa principal –y no la sintomatología– lo que habría que trabajar para que desaparezcan.
 
Sensaciones y percepciones

Un ejemplo de cómo la mente puede producir cambios en nuestro cuerpo lo encontramos en el biofeedback (biorretroalimentación en castellano). Se trata de una serie de técnicas muy utilizadas en psicología deportiva y en terapias específicas como, por ejemplo, el tratamiento de la ansiedad. A base de entrenamiento, presentando al sujeto información fisiológica que normalmente no percibe, de la que no es consciente, (presión sanguínea,
frecuencia cardíaca, temperatura, ondas cerebrales, actividad muscular...), se logra mejorar la salud y el rendimiento de modo consciente. Mediante el pensamiento, visua-lizando y concentrándose en la información que se presenta al sujeto en tiempo real, se pueden alterar de forma intencionada parámetros fi siológicos. Es posible, por ejemplo, controlar la temperatura corporal de forma consciente y hacer que baje o suba a voluntad. Incluso que sea distinta en distintas partes del cuerpo. Pensar sobre algo cambia ese algo.
Además de influir en la materia, la mente también puede modular hasta cierto punto las sensaciones y percepciones que el cuerpo nos proporciona. Los estudios sobre la psicología del dolor ponen de manifiesto la distinta tolerancia y percepción del dolor que tiene cada persona. Existen personas que pueden soportar padecimientos objetivamente muy dolorosos sin apenas quejarse, mientras que otras no toleran el más mínimo sufrimiento corporal y reclaman potentes analgésicos ante cualquier dolor físico, por pequeño que sea. Teniendo en cuenta que el 80% de consultas médicas tienen que ver con algún dolor, las investigaciones sobre su vertiente psicológica son una valiosa ayuda, un complemento, una alternativa no farmacológica a la hora de ayudar a tratar el dolor, sobre todo el crónico.

La mente puede llevarnos a enfermar, ayudarnos a soportar mejor el dolor y también, mediante técnicas y entrenamiento adecuado, a cambiar y mejorar nuestro estado de salud. La importancia de todo esto radica en que si comprendemos cómo funcionan los mecanismos psicológicos que llevan a enfermar sin que haya causa física, ello puede permitirnos invertir la ecuación y hacer que el organismo mejore si se trabajan adecuadamente los mecanismos psicológicos que la llevaron a enfermar. O los que conducen hacia la salud.

Patogénesis vs. Salutogénesis

A la hora de estudiar el origen y desarrollo de las enfermedades –la patogénesis– tiene cierta lógica que el interés se haya centrado en la patología, en la búsqueda de las condiciones que hacen que se produzca y se mantenga la enfermedad: en por qué y cómo enfermamos. La búsqueda se ha centrado normalmente en los aspectos patológicos físico-químicos, moleculares, genéticos, ambientales, cognitivos y afectivos que llevan a
nuestro cuerpo y nuestra mente a enfermar.
Pero a finales del siglo XX, Aaron Antonovsky –médico y sociólogo estadounidense– abordó el problema de una forma distinta.
En lugar de centrarse en lo patológico y la enfermedad, orientó la búsqueda hacia la salud. Investigó cuáles eran las condiciones necesarias para mantenernos sanos, qué factores se daban entre las personas “sanas” y su relación con las emociones. De sus investigaciones surgió un nuevo paradigma:
la Salutogénesis. Su planteamiento es sencillo: ¿qué factores son los que aparecen en las personas que gozan de una buena salud física y mental?
Antonovsky afirmaba que la salud dependía de dos condiciones:
los recursos de resistencia del sujeto y su sentido de coherencia. Entre los primeros  se encontrarían los recursos materiales de subsistencia y los vínculos afectivos. Por sentido de coherencia entendía la capacidad para para dar un sentido, un significado a su propia existencia. Recursos materiales, vínculos suficientes –y de “calidad”– y sentido de la existencia serían pues para Antonovsky los pilares básicos para mantenernos sanos.
Por el contrario, la ausencia de recursos, escasez o “mala calidad” de los vínculos yno haber logrado encontrar ese sentido de coherencia nos llevaría a lo que Laín Entralgo llamó diselpidia: un trastorno de la esperanza, una incapacidad para mirar hacia el futuro, plantearse proyectos y confi ar en su consecución. Un concepto del que últimamente se habla mucho, la resiliencia, estaría entre los recursos de que hablaba Antonovsky. La capacidad para sobreponerse a la adversidad e incluso para salir robustecidos de ella aparece casi siempre en las personas que se encuentran bien física y psicológicamente.

La psicología positiva

En la misma línea que Antonovsky, Martin Seligman sentó las bases de la corriente conocida como psicología positiva. Sus primeros estudios y experimentos giraron en torno a la indefensión aprendida. Un comportamiento pasivo (o una inhibición de la conducta) que se da cuando los sujetos aprenden que, hagan lo que hagan, no cambiará la situación en que se encuentran. Un cuadro parecido a la depresión (con la que Seligman la relacionaba) y con síntomas parecidos, aunque es estructuralmente distinto. Pero en sus investigaciones encontró también personas que se encontraban motivadas y satisfechas con su vida. Y en ellas encontró cinco elementos (PERMA, por sus iniciales en inglés) que le llevaron a desarrollar su teoría de la felicidad y el bienestar: Positive emotions, Engagement, Relationships, Meaning, Achievement. Emociones positivas, Compromiso, Relaciones, Significado, Sentido de Logro.
Cinco aspectos que abundan entre las personas “sanas” y cuya ausencia nos condu-ce de nuevo a la parte “oscura”: tendencia a enfermar, tristeza, apatía, desmotivación, depresión... La teoría de Seligman es de recomendada lectura y merece, sin duda, un tratamiento más extenso que el que podemos darle en unas pocas líneas.
Tanto Antonovsky como Seligman elaboraron sus teorías a partir de los aspectos saludables de la naturaleza humana, en lugar de centrarse en los patológicos, y ambos llegaron a conclusiones similares. Antonovsky hablaba de “vínculos” y “sentido de coherencia”. Seligman de “relaciones” y “significado”.
Los dos transmiten en el fondo las mismas ideas: el hombre necesita un soporte vincular y emocional básico para estar bien en el mundo. Pero además necesita encontrar un sentido y una dirección: lo que en física se llamaría un vector. El ser humano, en efecto, no puede considerarse como una magnitud escalar (aquella que carece de dirección, como por ejemplo la temperatura) sino que más bien sería “vectorial”, intencional, que tiende hacia una meta, algo en línea con el pensamiento filosófico de la fenomenología trascendental y el existencialismo.

Así pues, viendo todo en conjunto, no parece descabellado que para vivir una vida feliz y plena sea necesario encontrar una dirección y un “sentido” ya que, sin estos, según parece, “no somos nadie”.

Fotografía de Jesús Pozo