viernes, 19 de abril de 2024
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Revista Adiós

Paula Rodríguez Ordóñez


Periodista
 

Firmas | NUMNAIN, El cementerio budista con fecha de caducidad para las cenizas

20 de diciembre de 2018

Está en Hsipaw, Myanmar (Birmania), una ciudad de 35.000 habitantes en la que conviven cristianos, chinos, budistas, hinduistas y musulmanes

NUMNAIN, El cementerio budista con fecha de caducidad para las cenizas

Hsipaw es un pueblo de unos 35.000 habitantes situado en el estado de Shan, al norte de Myanmar, donde conviven cristianos, chinos, budistas, hinduistas y musulmanes. Esta pluralidad religiosa se advierte en sus diferentes costumbres, tradiciones y templos, y así es también en lo que respecta a sus ritos funerarios y cementerios.
Cada grupo religioso tiene su cementerio, naturalmente. No obstante, el budista, el chino y el musulmán comparten un enclave situado en la falda de una pequeña colina, separados solamente por un muro de un escaso metro de altura. Bajo el intenso sol birmano llegamos a Numnain, el cementerio budista de la ciudad y también el de mayor extensión ya que el budismo es la religión mayoritaria de la región.
Nos acompaña Mr. Bike, guía local así apodado en honor a su motocicleta destartalada con la que pasea por la localidad. Mr. Bike no es solamente un guía profesional, sino además un experto en el tema que nos ocupa ya que, de forma altruista, decora coloridos y pomposos ataúdes para los difuntos Palaung, grupo étnico predominante en Hsipaw y al que él pertenece. En un primer momento, nos fijamos en las hileras de humo que se elevan al otro lado del cementerio, donde se encuentra el vertedero local. Al bajar la vista distinguimos a pocos metros a un hombre talludo extendiendo cemento y disponiendo azulejos sobre una de las lápidas, acompañado por tres chicas jóvenes. Este abuelo y sus tres nietas, que nos observan curiosos y sonrientes, forman la familia encargada de cuidar el cementerio.
 




























El abuelo y su nieta construyendo una nueva lápida
(foto de Alfredo Vidal Portuondo)

Nos explican que esa tarde se celebraría una cremación y seguidamente enterrarían la urna en una fosa, cuyo precio medio es de 75 dólares al cambio.
Mr. Bike hace hincapié en que, según sus creencias, el fallecimiento es el fin definitivo de la vida porque cuando una persona muere es -citando sus palabras textualmente- “game over”. Tras depositar sus cenizas en la fosa dos monjes budistas son los encargados de oficiar la ceremonia de despedida e informar de su muerte al difunto en cuestión quien, hasta ese momento, según ellos creen es ajeno a su nueva condición y ha seguido a su familia y amigos hasta el cementerio ignorando que él mismo es el móvil de tan multitudinaria reunión. Los monjes animarán al difunto a no tener miedo, a no mirar atrás y a olvidar todo lo que ha vivido. A continuación ahuyentarán a los malos espíritus del fallecido y marcarán con una línea en el suelo en la entrada del cementerio a modo de frontera el espacio donde debe permanecer.


Mr. Bike se refugia del sol entre las lápidas del cementerio de Hsipaw
(foto de Alfredo Vidal Portuondo)

Los ritos funerarios realizados en el cementerio budista de Hsipaw se ven a menudo influenciados y sufren variaciones según el grupo étnico que lleve a cabo dicho ritual.

En Myanmar pueden distinguirse hasta 135 etnias, siendo las mayoritarias en el estado de Shan los Palaung y los Lisú, dos grupos con notables peculiaridades en cuanto al fallecimiento de mujeres embarazadas. Para ambos su muerte supone una gran desgracia y desventura para su familia, especialmente para el marido. En el caso de los Palaung, si fallece una mujer embarazada su marido deberá situarse de pie sobre su fosa, con una pierna a cada lado, y rechazar públicamente a su mujer antes de que se dispare un arma al aire. A continuación, deberá desprenderse de sus ropas y sin mirar atrás dejará en dicho lugar y en ese mismo momento su pasado para comenzar una vida nueva y próspera.
Para la etnia Lisú, la muerte de una mujer embarazada también conlleva un gran infortunio para su marido, quien deberá negar en voz alta ser su cónyuge nunca más. Asimismo, se enterrará a la mujer y al bebé en fosas separadas.
“El último encuentro”

Sin embargo, esa tarde no será la despedida definitiva del difunto, sino que tendrá lugar exactamente una semana más tarde, día en el que el muerto, habiendo ya asumido su nuevo estado, hará una última visita a su familia tras ser llamado con tres golpes en el suelo de su domicilio. Volverá para reencontrarse con sus seres queridos, que habrán preparado ofrendas en forma de fl ores e incienso así como platos con su comida favorita. Tras la jornada, llamada “el último encuentro”, abandonará la vida terrenal definitivamente para reencarnarse en un nuevo cuerpo humano o animal, según lo merezca. Consecuentemente, sus allegados no le rendirán culto alguno en el cementerio a partir de entonces.


(foto de Alfredo Vidal Portuondo)

Las tumbas del cementerio de Hsipaw tienen una fecha de uso limitada, ya que cada 30 años el cementerio es vaciado y las cenizas reemplazadas con las de nuevos difuntos. Así lo ordena desde hace cinco años la legislación local, que se adaptó entonces para repartir el espacio reducido del cementerio y mantenerlo a su vez en mejores condiciones. Anteriormente, no se realizaban cremaciones y era habitual distinguir huesos aflorando entre la vegetación que crecía descontrolada en el cementerio.
La situación se volvió insostenible y Hsipaw decidió tomar medidas al respecto, gracias en parte a las generosas donaciones de los habitantes con mayores recursos económicos. El espacio se limpió y desde entonces se renueva cada tres décadas. Se mantiene a su vez más limpio gracias a la labor de la familia que trabaja en él.


La naturaleza cubre las tumbas más antiguas del cementerio
(foto de Alfredo Vidal Portuondo)

Para terminar, Mr. Bike nos comenta que al llegar a su casa se lavará las manos con judías para purificarse tras haber hablado de los muertos con nosotros. De esta forma alejará a los malos espíritus que hayan podido seguirnos desde el cementerio.
Abandonamos el recinto caminando entre lápidas de diferentes colores y materiales fabricadas por el abuelo, quien todavía nos observa y despide con la sonrisa que caracteriza al pueblo birmano, no sin antes recibir una última enseñanza de nuestro guía motorista, que señala el letrero que cuelga del cuarto crematorio y reza así: “Haz el bien mientras estés vivo. Una vez mueras ya no hay marcha atrás".