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Revista Adiós

Ginés García Agüera


Periodista especializado en cine. Colaborador de "Adiós Cultural" desde el número 1.

Cine | GINÉS GARCÍA AGÜERA Falsos Epitafios del cine

10 de diciembre de 2018

¿Tenemos permiso para afirmar que sobre tal o cual lápida existe realmente una leyenda aunque realmente no sea así?

GINÉS GARCÍA AGÜERA Falsos Epitafios del cine

Puedo leer en el Diccionario de la Lengua Española que epitafio es, y transcribo literalmente, una “inscripción que se pone, o se supone puesta, sobre un sepulcro o en la lápida o lámina colocada junto al enterramiento”. Y reflexiono: ¿Se supone puesta? ¿Entiendo por tanto que un epitafio supuestamente puesto aunque realmente no exista lo tengo que dar por real, por verdadero? ¿La Real Academia de la Lengua nos abre un camino para instalar en eso tan inasible e inconcreto como es el conocimiento general, que un epitafio, aunque sea falso o imaginado, aunque no exista, es un epitafio?

Sigo indagando: ¿Los epitafios manifiestamente falsos (puesto que no existen) de algún ser finado, siguen siendo epitafios “supuestamente puestos” aunque no lo están al lado del nicho, tumba, enterramiento? ¿Tenemos permiso para afirmar que sobre tal o cual lápida existe realmente una leyenda aunque realmente no sea así?

El epitafio inscrito sobre la tumba de Groucho Marx reza: “Perdone, señora, que no me levante”, o “Perdonen que no me levante”, según distintas versiones. Un epitafio muy gracioso y chocante, muy en la línea de las ocurrencias de su protagonista, pero totalmente falso o “su-puestamente puesto”: una visita rápida por el Eden Memorial Park de San Fernando, en Los Ángeles, nos acerca a los restos del cómico y apreciamos que sobre los mismos hay una sencilla placa en la que se lee el nombre del actor, las fechas de su nacimiento y desaparición (1890-1977) y una estrella de David. Qué más da. La leyenda y el anecdotario suelen tener más peso que la pura realidad. Y ahí quedarán esas disculpas de por vida, aunque sean inexistentes. Y hablando de Groucho, también es incierto que sobre el cadáver enterrado de su suegra, se pueda leer la expresión “Rip, Rip, ¡Hurra!”. Es posible que el fulano pensara en ella, pero por supuesto que nadie se atrevió a concretar semejante gamberrada.

“No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores”. Dos frasecitas ampulosas, facilotas, tan simples como el cerebro de un tertuliano de Intereconomía, que se le atribuyen al grandísimo Orson Welles. Falso. Algunos llegan más lejos, y apuntan que pueden leerse cerca de su sepultura.
Nada más lejos de la verdad. En realidad, las cenizas de Orson Welles reposan desde mayo de 1987 en la finca “Recreo de San Cayetano”, propiedad que fue del torero Antonio Ordóñez, situada entre las poblaciones de Ronda y Campillos, en la provincia de Málaga. El cineasta había muerto dos años antes, pero sus restos estuvieron esperando a que su hija Beatriz pudiera trasladarlos a España, como era el deseo del director de “Ciudadano Kane”. En un jardín de esa finca malagueña plagada de resonancias taurinas, puede leerse en una placa: “Ronda, al maestro de maestros”, palabras que bien podríamos aplicar a Welles y al diestro Ordóñez. Que cada cual saque sus propias conclusiones.

El Memorial Park Cemetery de Glendale, en el estado norteamericano de California, legendario cementerio cercano a Hollywood, cobija los restos de un buen número de personajes ilustres del mundo cinematográfi co. En ese camposanto ajardinado y brillante de sol, existe un bello panteón labrado en mármol rosáceo, propiedad de la familia Selznick, apellido que corona la entrada al mismo en grandes letras doradas. Dentro, en el frontal de uno de los nichos, puede leerse en una placa sencilla: “David O. Selznick. 1902-1965”. Sin más. Sólo un nombre, y las fechas del nacimiento y muerte del mítico productor de cine. Se ha dicho, y escrito, que existe un epitafio que reza “El hombre que hizo ‘Lo que el viento se llevó’”, pero no es cierto. Selznick quiso huir de esa aparente simplificación de su vida, porque su poderoso ego le dictaba que su contribución al cine no se podía limitar a una sola película, por muy famosa que esta fuera.

Tampoco reza en la tumba de Alfred Hitchcock la leyenda “Esto es lo que le pasa a los chicos malos”. Hubiera sido una bobada, aunque se ha afirmado que el director de “La ventana indiscreta” lo había sugerido en alguna ocasión. Esa frase, en realidad, se ajusta más bien a un episodio de la infancia del nuestro cineasta. Hablo de un miedo que tenía agarrotado al director británico desde el día en el que su padre, tras una pequeña travesura, lo obligó a pasar una noche en un calabozo de una comisaría, con la connivencia de un policía amigo, para que aprendiera a convertirse un ser recto y cumplidor de la ley y las buenas normas. Ahí sí sería aplicable la frasecita.

No en el sepulcro de un ser que no era capaz de romper un plato, por un temor instalado en su niñez, y que luego supo transmitir al público en muchas de sus películas.

El supuesto epitafio en la última morada de Humphrey Bogart, dice: “Ya sabía yo que no tenía que haberme pasado al martini”. Bien traído. El actor era de los que consumía bourbon como si de ello dependiera su vida. O su muerte. Y en el lugar donde yace James Dean, tras su un aparatoso accidente de tráfico, se dice, se comenta, se ha publicado, que se puede leer: “Ser un buen actor no es fácil, pero ser un buen hombre lo es más aún. Antes de terminar, espero ser ambas cosas”. En los dos casos, lo que en realidad aparece, respectivamente, es: “Humphrey Bogart. 1899-1957”, y “James B. Dean. 1931-1955”.Pero es igual.

En la foto, el verdadero epitafio de Groucho Marx en el columbario en el que están sus cenizas..