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Revista Adiós

Nieves Concostrina


Redactora jefa de Adiós Cultural.

NIEVES CONCOSTRINA | El corazón ebrio de Chopin

04 de diciembre de 2018

Era tapefóbico. Sufría un terror muy extendido en aquel siglo XIX: ser enterrado vivo. Por eso pidió que cuando muriera le extrajeran el corazón

El corazón ebrio de Chopin

Sólo vivió 39 años. A las dos en punto de la madrugada del 17 de octubre de 1849, el corazón del compositor polaco Frederic Chopin dejó de latir... y empezó a beber. Lleva 167 años mace-rándose en buen coñac y, a día de hoy, protegido en el interior de una columna de la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia. Mientras, los huesos del músico reposan a cientos de kilómetros, en una tumba del ilustrísimo cementerio Père Lachaise de París.
La vida y la muerte de Chopin están salpicadas de detalles románticos: su tuberculosis, sus amores atormentados, su temprano fallecimiento y tan lejos de su tierra, la petición de que le arrancaran el corazón para devolverlo a su país... Conviene añadir, sin embargo, que Chopin era tapefóbico. Sufría un terror muy extendido en aquel siglo XIX: ser enterrado vivo.

Por eso pidió que cuando muriera le extrajeran el corazón, una forma de asegurarse de que lo enterraran muerto y bien muerto, y, ya puestos, aprovechando la circunstancia de la autopsia que realizó el doctor Jean Cruveilhier, que llevaran el corazón a su amada tierra polaca. Es probable que aprovechara para matar dos pájaros de un tiro y que su tapefobia quedara disfrazada de sentimentalismo patrio.

Esa es la razón por la que Chopin está en los huesos en París y su corazón tan fresco en Varsovia, a donde lo llevó su hermana Ludwika clandestinamente y oculto debajo de sus faldas. El corazón llegó en inmejorables condiciones y perfectamente contento, porque salió de París sumergido en coñac y el mismo licor lo ha mantenido en buena forma durante más de siglo y medio.

El corazón lo conservó la familia durante varios años, hasta que fue enterrado dentro de la citada columna de la iglesia de la Santa Cruz, refugio del que fue arrancado por los nazis cuan-do invadieron Polonia en 1939, hecho que dejó formalmente inaugurada la Segunda Guerra Mundial.

Lo confiscaron, dijeron ellos, para custodiarlo; porque consideraban que el sitio natural del corazón de Chopin era Alemania puesto que su grandiosa música era producto directo de la in-fluencia de compositores alemanes. El argumento más estúpido jamás empleado. Pero llegó el día en que la guerra terminó y el corazón pudo volver a Varsovia en 1951 sin perder una pizca de alegría, sumergido en su mismo tarro y con su mismo coñac solera de 1849. Desde entonces, desde mediados del siglo XX, nadie había vuelto a ver el corazón de Chopin. Hasta el 14 de abril de 2014.

Hacía años que un equipo pluridisciplinar de investigadores venía rogando a la descendiente de Chopin (una tataranieta de una hermana del músico) y a las autoridades civiles y eclesiásticas polacas que les permitieran estudiar el corazón de Chopin. El principal argumento para solicitar la exhumación cardiaca era que la causa oficial de la muerte, la tuberculosis, podría ser un error histórico. Creían que la fibrosis quística se ajustaba más a los síntomas que impidieron que Chopin siguiera componiendo polonesas.

El propietario del corazón es el gobierno polaco; la iglesia, su custodia, y la sobrina tataranieta de Chopin la que tenía la última palabra para autorizar o no el estudio del órgano borracho. Durante muchos años estuvo negándose en redondo a autorizar la investigación, hasta que en 2014 decidió permitirla. Los científicos no cejaron en su empeño y supieron cómo poner nerviosos a la pariente, a la Iglesia y al Gobierno: ¿Y si se había evaporado el coñac? ¿Y si el co-razón se había garrapiñado sin su conservante? ¿Y si lo único que tienen de Chopin se les había muerto del todo? Y al final se salieron con la suya y consiguieron todos los permisos.

Trece personas se citaron a medianoche en la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia, pero el co-razón no llegó a salir del recinto. Lo único que ha trascendido de aquella noche es que allí mismo un par de científicos (el forense Tadeusz Dobosz fue uno de ellos) pudieron hacer una inspección superficial, vigilados de cerca por el arzobispo de Varsovia, el ministro de Cultura polaco y varios funcionarios. Es decir, once personas vigilando a dos. Se sabe que captaron más de mil fotografías del corazón, que lo miraron del derecho y del revés y que tomaron notas sin que les quitaran la vista de encima.

También se sabe que reforzaron el sellado del frasco con cera para evitar la evaporación, pero el simple análisis visual del corazón de Chopin no ha modificado la versión oficial de la causa de la muerte. Porque a simple ojo de buen cubero no se puede concluir si fue la fibrosis quística, y no la tuberculosis, la que mató a Chopin.

Lo que sí ha advertido el gobierno polaco es que hasta el año 2064 no volverán a sacar el corazón de su nicho. La otra certidumbre es que el corazón presenta una elevada tasa de alcoholemia.