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Revista Adiós

Ginés García Agüera


Periodista especializado en cine. Colaborador de "Adiós Cultural" desde el número 1.

Cine | Vértigo de Alfred Hitchcock

29 de noviembre de 2018

Recrear una mujer viva a partir de un cadáver, a partir del cuerpo sin vida de Made­leine. Es eso lo que hace John 'Scotie' Ferguson, personaje al que da vida con su elegan­cia habitual James Stewart en 'Vértigo'.

Vértigo de Alfred Hitchcock

 Recrear una mujer viva a partir de la imagen de una muerta. Esa premisa se con­virtió en el primordial interés de Alfred Hitchcock cuando, en 1957, decidió adaptar al cine la novela “Entre los muertos”, es­crita a cuatro manos por Pierre Boileau y Thomas Narcejac, que terminaría convirtiéndose en el filme “Vértigo”, protagonizado por James Stewart, incorporan­do a un expolicía que padece acrofobia (miedo a las alturas), y una adorable Kim Novak pres­tando su aliento a Madeleine, uno de los personajes más in­quietantes y “hitchcockianos” de la filmografía del inglés.

La película se estrenó hace ahora sesenta años en el marco de la sexta edición del Festival  de Cine de San Sebastián, que en aquella ocasión se celebró entre el 19 y el 29 de julio de 1958. Al­fred Hitchcock acudió a Donos­tia a presentar su última obra, acompañado de su inseparable Alma Reville, y allí pasó cuatro días. Se alojó en la suite 405 del Hotel María Cristina, presentó a concurso “Vértigo” en el Teatro Victoria Eugenia, rehusó darse un baño en la playa de la Con­cha, pero sí visitó restaurantes, museos, pueblos cercanos a bor­do de un impresionante Cadillac -cortesía de la organización del festival-, se enamoró de la per­la cantábrica, y prometió volver siempre que pudiera. Y así lo hizo: el año siguiente presentó en el mismo marco donostiarra una de sus obras maestras, “Con  la muerte en los talones”, con el protagonismo de Cary Grant, Eva Marie Saint y James Mason.

Recrear una mujer viva a partir de un cadáver, a partir del cuerpo sin vida de Made­leine. Es eso lo que hace John “Scotie” Ferguson, personaje al que da vida con su elegan­cia habitual James Stewart en “Vértigo”. Y es que, como muy bien apunta el crítico cinemato­gráfico Javier Ocaña a propósi­to de esta película, “la atracción por la muerte es el más oscuro de los amores”.
Ferguson es también un cadáver andante y sin rumbo por las calles de San Francisco tras la trágica muerte de Madeleine, a la que no pudo salvar de su suicidio cuando se lanzó al vacío desde un campa­nario. Y no pudo hacerlo debi­do al vértigo que experimenta a causa de su acrofobia. Meses después, y tras un intenso tra­tamiento psiquiátrico, Scotie, desolado, abstraído, rememora los espacios de la ciudad cali­forniana de San Francisco que le recuerdan su relación, su breve historia de pasión. El Pa­lacio de la Legión de Honor, el Hotel McKittrick, el cementerio de la Misión de Dolores, el res­taurante Ernie’s, la bahía junto al Golden Gate, la Iglesia fran­ciscana de San Juan Bautista… hasta que un día, por azar, se cruza por la calle con Judy, una peluquera morena, algo vulgar, con voz chillona, que le recuer­da vagamente a la rubia y sofis­ticada Madeleine.

Es a partir de la aparición de Judy; es a partir de la fijación con la muerta Madeleine; es a partir de que Scotie se agarra a una quimera ardiente que lo con­vierte  en una especie de doctor Frankenstein por cuanto fabrica a un ser vivo desde el recuerdo de un cadáver… es ahí cuando el maestro Hitchcock despliega, aún más, sus inmensas dotes de narrador cinematográfico. La reconversión de Judy en Madeleine, su transformación gradual, vestido gris, pelo ru­bio, peinado, zapatos, mirada… ¿acaso su alma? Estalla el ge­nio en “Vértigo”. Estalla el cine. La recreación de la muerte se adueña de la pantalla.

La película “Vértigo”, roda­da y estrenada en 1958, hace ahora sesenta años, está consi­derada por muchos estudiosos como una de las mejores obras cinematográficas de todos los tiempos, desbancando a títulos como “Ciudadano Kane”, de We­lles; “La regla del juego”, de Re­noir; o “Tiempos modernos”, de Chaplin.
En su paso por el Festival de Cine de San Sebastián sólo con­siguió la Concha de Plata, com­partida “ex aequo” con “Rufufú”, de Mario Monicelli, y el pre­mio al mejor actor para James Stewart, compartido también “ex aequo” con Kirk Douglas por “Los vikingos”, de Richard Fleis­cher. En el Jurado de aquel cer­tamen se encontraban el direc­tor Anthony Mann, el productor Charles Delac y los directores españoles Ana Mariscal y Luis García Berlanga. Le dieron la Concha de Oro a una olvidada película polaca titulada “Eva quiere dormir”, dirigida por un tal Tadeusz Chmieleweski. En los Oscar, “Vértigo” consiguió dos nominaciones (mejor direc­ción artística y mejor sonido). No consiguió ningún galardón, ni siquiera una nominación para Alfred Hitchcock, James Stewart o Kim Novak. Así es la vida. Pero ahí queda esta obra inmortal.