Recrear una mujer viva a partir de la imagen de una muerta. Esa premisa se convirtió en el primordial interés de Alfred Hitchcock cuando, en 1957, decidió adaptar al cine la novela “Entre los muertos”, escrita a cuatro manos por Pierre Boileau y Thomas Narcejac, que terminaría convirtiéndose en el filme “Vértigo”, protagonizado por James Stewart, incorporando a un expolicía que padece acrofobia (miedo a las alturas), y una adorable Kim Novak prestando su aliento a Madeleine, uno de los personajes más inquietantes y “hitchcockianos” de la filmografía del inglés.
La película se estrenó hace ahora sesenta años en el marco de la sexta edición del Festival de Cine de San Sebastián, que en aquella ocasión se celebró entre el 19 y el 29 de julio de 1958. Alfred Hitchcock acudió a Donostia a presentar su última obra, acompañado de su inseparable Alma Reville, y allí pasó cuatro días. Se alojó en la suite 405 del Hotel María Cristina, presentó a concurso “Vértigo” en el Teatro Victoria Eugenia, rehusó darse un baño en la playa de la Concha, pero sí visitó restaurantes, museos, pueblos cercanos a bordo de un impresionante Cadillac -cortesía de la organización del festival-, se enamoró de la perla cantábrica, y prometió volver siempre que pudiera. Y así lo hizo: el año siguiente presentó en el mismo marco donostiarra una de sus obras maestras, “Con la muerte en los talones”, con el protagonismo de Cary Grant, Eva Marie Saint y James Mason.
Recrear una mujer viva a partir de un cadáver, a partir del cuerpo sin vida de Madeleine. Es eso lo que hace John “Scotie” Ferguson, personaje al que da vida con su elegancia habitual James Stewart en “Vértigo”. Y es que, como muy bien apunta el crítico cinematográfico Javier Ocaña a propósito de esta película, “la atracción por la muerte es el más oscuro de los amores”.
Ferguson es también un cadáver andante y sin rumbo por las calles de San Francisco tras la trágica muerte de Madeleine, a la que no pudo salvar de su suicidio cuando se lanzó al vacío desde un campanario. Y no pudo hacerlo debido al vértigo que experimenta a causa de su acrofobia. Meses después, y tras un intenso tratamiento psiquiátrico, Scotie, desolado, abstraído, rememora los espacios de la ciudad californiana de San Francisco que le recuerdan su relación, su breve historia de pasión. El Palacio de la Legión de Honor, el Hotel McKittrick, el cementerio de la Misión de Dolores, el restaurante Ernie’s, la bahía junto al Golden Gate, la Iglesia franciscana de San Juan Bautista… hasta que un día, por azar, se cruza por la calle con Judy, una peluquera morena, algo vulgar, con voz chillona, que le recuerda vagamente a la rubia y sofisticada Madeleine.
Es a partir de la aparición de Judy; es a partir de la fijación con la muerta Madeleine; es a partir de que Scotie se agarra a una quimera ardiente que lo convierte en una especie de doctor Frankenstein por cuanto fabrica a un ser vivo desde el recuerdo de un cadáver… es ahí cuando el maestro Hitchcock despliega, aún más, sus inmensas dotes de narrador cinematográfico. La reconversión de Judy en Madeleine, su transformación gradual, vestido gris, pelo rubio, peinado, zapatos, mirada… ¿acaso su alma? Estalla el genio en “Vértigo”. Estalla el cine. La recreación de la muerte se adueña de la pantalla.
La película “Vértigo”, rodada y estrenada en 1958, hace ahora sesenta años, está considerada por muchos estudiosos como una de las mejores obras cinematográficas de todos los tiempos, desbancando a títulos como “Ciudadano Kane”, de Welles; “La regla del juego”, de Renoir; o “Tiempos modernos”, de Chaplin.
En su paso por el Festival de Cine de San Sebastián sólo consiguió la Concha de Plata, compartida “ex aequo” con “Rufufú”, de Mario Monicelli, y el premio al mejor actor para James Stewart, compartido también “ex aequo” con Kirk Douglas por “Los vikingos”, de Richard Fleischer. En el Jurado de aquel certamen se encontraban el director Anthony Mann, el productor Charles Delac y los directores españoles Ana Mariscal y Luis García Berlanga. Le dieron la Concha de Oro a una olvidada película polaca titulada “Eva quiere dormir”, dirigida por un tal Tadeusz Chmieleweski. En los Oscar, “Vértigo” consiguió dos nominaciones (mejor dirección artística y mejor sonido). No consiguió ningún galardón, ni siquiera una nominación para Alfred Hitchcock, James Stewart o Kim Novak. Así es la vida. Pero ahí queda esta obra inmortal.