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Revista Adiós

Eva González


Eva González es jefa de Estudios de Formaocupación
www.formaocupación.es
 

| Lo natural es morirse

06 de febrero de 2018

José Mauro fue un bebé que falleció en una aldea gallega a principios de los años 40. Solo vivió 8 meses y murió de lo mismo que muchos niños de la época; infecciones que no se detectan, médicos que no llegan a tiempo, enfermedades simples mal curadas…

Lo natural es morirse

Con este artículo nos gustaría acercaros a un tema muy interesante para los futuros Tanatopractores, pero quizás también para el público en general: la muerte.
En más de una ocasión, en las clases del Curso de Tanatopraxia ha surgido el tema de las tradiciones funerarias. Los alumnos han comentado como son ahora y como eran antes, incluso los alumnos extranjeros aportan información de las costumbres de enterramientos en sus países. Hemos opinado y debatido, acerca de cómo se velan a los difuntos y cómo ha cambiado con los tiempos.
¿Se ha dejado de aceptar la muerte como un hecho natural? ¿Existe en la sociedad actual un rechazo a la muerte?
El sector funerario se ha adaptado a la perfección a las exigencias vigentes, es decir la funeraria le da al usuario lo que quiere y necesita, con la máxima eficacia y calidad. Hoy en día cuando alguien fallece se lleva directamente al tanatorio. Apenas se vela al finado en casa, y mucho menos es acondicionado por la familia, para eso está el servicio de Tanatopraxia y Tanatoestética. En la actualidad nos despedimos del ser querido en las salas de velatorio, en condiciones higiénicas, con un ambiente lo más cálido y agradable posible. No tenemos que ocuparnos de nada, la funeraria se encarga de todo, papeleos, traslados, servicio religioso, hasta en algunos casos el catering.
En definitiva, todo comodidad y facilidades para la familia. Sin embargo, esto implica que hemos dejado de convivir con la muerte, “subcontratamos” todo el trámite, lo alejamos de nuestras vidas. Parece que morirse ya no es tan natural.
La forma de acompañar al difunto no siempre fue como es ahora. Para ilustrar mejor esta cuestión, os vamos a contar una historia real.
José Mauro fue un bebé que falleció en una aldea gallega a principios de los años 40. Solo vivió 8 meses y murió de lo mismo que muchos niños de la época; infecciones que no se detectan, médicos que no llegan a tiempo, enfermedades simples mal curadas….
Las abuelas y las vecinas del bebé lo amortajaron con su vestidito de cristianar y con corona de flores enceradas. Así, con sus mejores galas dejaba este mundo y para que quedase constancia, se retrató al cadáver siguiendo la moda del momento.
Amortajar formó parte de aquel duelo, que tradicionalmente era tarea de las mujeres, ellas con manos amorosas y delicadeza infinita dejaron a José Mauro primoroso; como un querubín rubio de ojos verdes. Parecía un ángel caído del cielo, al que regresó tras 8 meses en la tierra.
En aquel momento no se hablaba de Tanatopraxia, la tarea simple que las mujeres hacían era el taponamiento de orificios, vestirlo, peinarlo y si era necesario maquillarlo, para disimular los estragos de la muerte, cual proceso de Tanatopraxia casero. Y aquello era lo natural entre las vecinas de aquella aldea o de cualquier lugar de España.
El bebé José Mauro se veló en la salita de su casa, rodeado por todos sus vecinos y familiares, no faltaban ni los niños. 24 horas de velatorio ininterrumpido acompañado por dulces, cafés y licores. Era el momento de recordar las virtudes del difunto “lo buenín que era”, “lo guapo que estaba” y siempre omitiendo las cosas malas.
Los hombres se ocupaban del funeral. Siempre había en el pueblo alguien con habilidad para hacer ataúdes, en este caso fue Pepo “o das caixas” que hizo una cajita de madera blanca con 4 asas doradas.
Al entierro solían acudir solo hombres. En el de José Mauro, los niños de entre 10 y 15 años, portaron el ataúd y los niños más pequeños de 4 o 5 años, sujetaron las cintas. A nadie le pareció extraño, esa era la costumbre.
Tras el entierro en el cementerio de la aldea se hizo una comida para todos, en plan boda, sin reparar en gastos. Las vecinas acompañaron con su llanto la pérdida del bebé, llorando la muerte ajena y también las tristezas propias.
El luto en las defunciones de aquella época duraba 3 años de negro riguroso, con la sola excepción de los bebés en cuyo caso no era necesario, ya que se decía que iban directamente al cielo.
Con nuestra mentalidad actual, ¿aceptaríamos tener al difunto en nuestro salón? ¿permitiríamos a los niños vivir tan de cerca un funeral? ¿estaríamos preparados para asumir el esfuerzo de organizar todo?
Es evidente que hemos cambiado o como algunos podrían pensar, hemos evolucionado.
¡Qué importante la tarea las funerarias! ¡Qué importante la tarea del tanatopractor! Los Funerarios y los Técnicos en Tanatopraxia sustituyen lo que antiguamente hacían los vecinos, padres, madres, hermanas, primos o abuelas del fallecido, pero con técnicas modernas de conservación e higienización, y siempre con respeto y cariño.
Lo que no ha cambiado, lo que sigue intacto, es el dolor por la pérdida del ser querido. Da igual como lo despidamos, el sentimiento es el mismo.
 
Eva González es jefa de Estudios de Formaocupación
www.formaocupación.es