martes, 19 de marzo de 2024
Enalta
Revista Adiós

Esteban Martín Cabezas


Es profesor de la rama de Humanidades en un instituto de secundaria en la isla de Fuerteventura.
 

| Tomás Moro y la utilidad del pensar en la muerte

09 de noviembre de 2017

Tomás Moro y la utilidad del pensar en la muerte

Qué duda cabe que la vida y obra de Tomás Moro hacen de él el hombre renacentista por excelencia, junto con Erasmo y Vives. Sin embargo, hay un aspecto en su vida y obra que quizá no ha sido suficientemente estudiado, ya que la mayoría de los estudios sobre Moro se centran en el aspecto político (conocido es ya el asunto del divorcio de Enrique VIII con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos). Dicho aspecto no es sino la referencia a las realidades últimas, a saber, muerte, juicio, cielo, infierno y purgatorio. En efecto, a los novísimos dedicó una obrita, Piensa la muerte, que escribió en 1522, que, aunque tenía visos de ser de mayor envergadura, se quedó reducida a una serie de ensayos donde se apreciaba únicamente la confluencia de cada uno de los pecados capitales con la muerte. Esta obra, aunque bien podríamos clasificar en una biblioteca de obras piadosas, sin embargo, su contenido nos inclina a catalogarlo más bien en el corpus del ars moriendi.
La perspectiva de la muerte fue una constante en la vida de Moro, sobre todo en el ámbito familiar. En el hogar de Chelsea, Moro alentaba a su familia con las alegrías del cielo, les hablaba de que “no podemos ir al cielo en colchón de plumas”, pues el discípulo no puede pretender ser más que su maestro. Con estas palabras se refería a las palabras de Jesús en el Evangelio (Mateo 10, 24).
Por otra parte, en el ámbito público, Moro, al estar en continuo contacto con asuntos de Estado que requerían de sus servicios como speaker y abogado, conocía los entresijos de la maquinaria capitalista. Fue durante el transcurso de un viaje a Amberes (1516) con una compañía londinense cuando escribió Utopía, obra tan cercana a Piensa la muerte, por su índole moral. Años más tarde, en 1529, cuando es nombrado Canciller por Enrique VIII, sería testigo de los turbios asuntos en los pasillos de palacio: sobornos, chantajes, amenazas, conspiraciones, etc. A su vez, Moro es también testigo de los desmanes que cometía la Iglesia en el continente, corrupción que llevó a Lutero, como ya se sabe, a publicar las 95 tesis en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg. La crítica que Lutero lanzó con sus tesis se centraba en la autoridad que el Papa concedía al tarifario penitencial, las taxa camarae (tasas publicadas por León X donde se aplicaba una tarifa monetaria para el perdón de determinados pecados, en función de la gravedad de los mismos), así como en la vida licenciosa y lujosa del clero.
A todo esto hay que añadir la polémica que llevó al rey a proclamar el Acta de Supremacía. El deseo de tener el poder sobre la autoridad religiosa en el territorio de Inglaterra se debía al hecho de no querer depender de Roma para asuntos religiosos. Que Moro se opusiera a este Acta fue lo que le costó la vida. Como ya ha dicho Chesterton en alguna ocasión con palabras similares, “el rey lo mandó decapitar ya que su cabeza era lo único que no pudo conquistar”.
La situación en el fuero civil y en el fuero religioso lleva a Moro a reflexionar sobre las postrimerías. ¿Cuál es la reflexión a la que invita Moro? Moro piensa que si el hombre pensara más a menudo en su propia muerte, medicina efectiva y barata, no tendría deseos de cometer ningún pecado. La premisa de la que parte y que desarrolla a lo largo de su tratado tiene su fundamento en el libro del Eclesiástico del Antiguo Testamento (7, 40), que reza: “Recuerda los novísimos y nunca pecarás”. Esta reflexión, según Moro, no es exclusiva de la filosofía cristiana, sino también de la pagana. De hecho, Platón, en el diálogo Fedón, hace reflexionar a Sócrates sobre “qué tipo de estudio era la filosofía y cómo ésta era la meditación o el ejercicio de la muerte.”. Para Platón, los que practican la verdadera filosofía se ejercitan en morir, y estar muerto es, para tales hombres, mínimamente temible.”
Por tanto, habría que corregir una expresión anteriormente citada, ars moriendi. ¿Por qué? Porque, según la reflexión moreana, pensar en la muerte lo que nos conduce es más bien a un ars vivendi. Si consideramos con más asiduidad la muerte y sus propiedades, esto nos llevará a reflexionar que no necesitamos afanarnos en las cosas de este mundo, las cuales, al fin y al cabo, todas se quedan en este mundo. Por tanto, si apreciamos los puntos que a continuación consideraré veremos cómo el pensar en la muerte nos conduce a un bien vivir y, por ende, a un buen morir, a un morir con la conciencia tranquila.
¿Cuáles son esos puntos mencionados? El primero de ellos y más importante se resumiría en la expresión latina memento mori. A veces olvidamos que hemos de morir y vivimos como si nunca nos fuera a llegar la hora última. De tal guisa andamos que nos dedicamos a acumular bienes de todo tipo y no los disfrutamos en esta vida. Contra el pecado de avaricia, el pecado que lleva al hombre a acumular riquezas para el mañana, Moro nos alienta a ser desprendidos, pues no sabemos el día en que se nos pedirá cuentas de nuestras obras. Éstas serán el único equipaje que llevemos de esta vida. Moro se hace eco de las palabras del apóstol San Pablo, “al atardecer de la vida me examinarán del amor que he tenido”.
Otro aspecto a considerar sobre la muerte es la caducidad de la carne o el “transi”, según señala Philippe Ariès. Esta propiedad la voy a ilustrar con un claro ejemplo. Éste lo tenemos en Francisco de Borja, uno de los iniciadores de la Compañía de Jesús, junto con San Ignacio de Loyola. Francisco de Borja, que acompañó en una comitiva el cadáver de la Emperatriz Isabel hasta Granada, al llegar a su destino y abrirse el ataúd para corroborar que el cuerpo que sería sepultado era el de la Emperatriz, observó el cuerpo en estado de descomposición. Francisco de Borja se propuso desde entonces: “¡Nunca más!¡Nunca más servir a Señor que se me pueda morir!”. Desde que nacemos nos encaminamos hacia la muerte. En este trayecto nos encontramos con numerosos peligros que nos aceleran el momento último como son la enfermedad, los accidentes, el deficiente cuidado del cuerpo, los agentes externos (clima, agentes patógenos, etc.).
Se ha de dar mucho valor al tiempo. Moro nos invita a hacer el bien mientras tengamos tiempo en este mundo. Hay quienes viéndose en todo su vigor juvenil ven a la muerte aún lejana, pero como señala Moro bástenos pensar “¡cuántos otros tan jóvenes como nosotros se han muerto en los mismos caminos en los que ahora cabalgamos!”. Moro, T. Piensa la muerte. Madrid: Cristiandad. P. 83.
La postura contraria, la de Epicuro nos invita a que, si queremos evitar la muerte, basta con no pensar en ella. Sin embargo, hay que responder a Epicuro que independientemente de que pensemos o no en ella, la muerte llegará a cada uno ciertamente. La postura de Epicuro es la esencia del tópico renacentista carpe diem, el tópico que enseña: “no pienses, ¡vive!, aprovecha el momento”.
El objetivo que pretende Moro al invitarnos a pensar en la muerte es evitar que el hombre ponga sus esperanzas en las cosas de este mundo y, al considerar que moriremos algún día (mors certa, hora incerta) hace que ponga la vista en metas más elevadas, en valores humanos y cristianos, y no en bienes terrenales que permanecen en este mundo tras la muerte. Como ya nos enseña San Agustín en sus Confesiones: “Nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”. El hombre tiene una vocación más elevada que la simple acumulación de posesiones materiales. Compuesto de materia, tiende a lo material; pero al estar formado por un alma inmortal, espiritual, sus aspiraciones deben elevarse por encima de lo corruptible, pues en las cosas de este mundo nunca encontrará la felicidad, si las pone como fines.
 
Esteban Martín Cabezas, oriundo de Córdoba (1979), estudia teología en el Seminario Mayor Conciliar "San Pelagio" en la misma ciudad en la que nació. Prosigue su formación humanista en la UNED con los estudios de Grado en Filosofía y de Máster en Filosofía Teórica y Práctica. Actualmente, es profesor de la rama de Humanidades en un instituto de secundaria en la isla de Fuerteventura. Compagina su labor educativa con la investigación y la escritura, siendo sus principales centros de interés la filosofía estética, la filosofía moral y la filosofía de la muerte, siendo ésta última tratada desde el diálogo con otras disciplinas (historia, antropología, cultura y arte).