jueves, 25 de abril de 2024
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Revista Adiós

Ana Valtierra


Doctora en Historia del Arte. Universidad Camilo José Cela.

| Goya y el canibalismo

12 de mayo de 2016

Artículo publicado en la revista Adiós Cultural número 117

Goya y el canibalismo

Nadie puede discutir de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) es uno de nuestros pintores más geniales, y sobre todo con más personalidad de toda la historia del arte. Dentro de su producción, hay algunas obras que podemos incluir como representaciones de temática caníbal, las cuales se encuadran dentro del pensamiento de la época, así como de las propias vivencias y angustias del pintor. Le tocó vivir tiempos de cambios, con los horrores de la Guerra de la Independencia que tanto le impactaron y los avances científicos de la Ilustración, movimiento del cual era un abanderado. Pero supo cabalgar a lomos de su tiempo, y convertirse en uno de los precursores de las vanguardias históricas.
Hay dos pinturas especialmente llamativas de Goya al respecto, y no demasiado conocidas. Están en el Musée de Beaux-Arts et Archéologie de Besançon (Francia), y fueron realizadas entre 1798-1800 aproximadamente.  La primera es “Caníbales preparando a sus víctimas”, representa a tres caníbales que están preparando los cuerpos de las víctimas para comérselas. Uno va a desollar a una víctima que está colgada, mientras otro introduce la mano en las entrañas de un cadáver. La otra es “Caníbales contemplando restos humanos”,  donde un caníbal  sentado en una roca con las piernas abiertas que dejan ver su anatomía más íntima, enseña como si de un trofeo se tratase una mano y cabeza humanas. En el suelo hay restos de otros humanos, marcados por Goya por medio de pinceladas rojas. A su vez, grupos de otros caníbales, delante y detrás de la figura central, observan la escena, que se desarrolla al aire libre. Las caras de los personajes están hechas con rasgos simiescos, como si su intención hubiera sido la de subrayar la barbarie de determinadas actitudes humanas como la antropofagia.
La explicación tradicional a este tipo de pinturas habla de cómo, tras quedarse sordo en 1792, Goya se va a convertir en un hombre triste e introvertido obsesionado por la desgracia y la muerte. Así los temas dramáticos llenan su producción personal, los "cuadros de capricho e invención " que llamaba él. Estas pinturas son producto de una imaginación exaltada que expresa sus propias angustias. Las obras de esta época por tanto incluyen escenas de prisiones, la locura, la crueldad y la brujería, la violación, el asesinato a sangre fría, y el canibalismo. Siempre se ha dicho que es muy probable que Goya hubiese conocido la historia de los dos los misioneros jesuitas, Jean de Brebeuf y Gabriel Lalemant, víctimas de canibalismo de los indios iroqueses en Canadá en 1649. La relación vendría por las ropas esparcidas por la pintura, y  el sombrero casi de copa que observamos.  Este hecho podría haber inspirado esta obra,  en que Goya recreó una escena de antropofagia construida con su portentosa imaginación.
La evangelización del Canadá comienza en los primeros años del siglo XVII. En 1649 los iroqueses, que eran enemigos acérrimos de los Hurones, atacaron la aldea donde Brebeuf y su compañero Gabriel Lalemant estaban predicando. Los dos jesuitas fueron capturados, sus cuerpos mutilados, torturados, quemados, y comidos el 16 de marzo de 1649. Se dice que los iroqueses se comieron el corazón de los dos sacerdotes con el fin de tener una parte de su extraordinaria valentía al enfrentarse a la muerte.
Sin embargo, podemos seguir preguntándonos por qué a Goya, un hombre de su tiempo preocupado por los problemas contemporáneos, le inquietan estos sucesos tan lejanos. La explicación está en el pensamiento de la época. Los llamados “hombres salvajes” fueron un reto para la Ilustración y la racionalización, de la que Goya como hemos dicho, formaba parte. En realidad poca cosa salvo detalles indumentarios, permite asociar la pintura con este hecho en concreto, pero sí que guarda una gran relación con los hallazgos que se estaban llevando a cabo. El descubrimiento de “el otro” se produce con las primeras descripciones de Cristóbal Colón. Ahí tomamos conciencia de que existen formas diversas de vida y civilización. Según va pasando el tiempo y se van conociendo costumbres diferentes, se empiezan a formar acalorados debates sobre la naturaleza del hombre: ¿el hombre es bueno por naturaleza, como pretendió Jean-Jacques Rousseau? ¿O por el contrario es malo por naturaleza, idea que defendió Thomas Hobbes? A la extensión de estas ideas contribuyó el hallazgo de “niños salvajes”, personas que habían vivido durante largo tiempo en su infancia fuera de la civilización. Un ejemplo es Victor de Aveyron, encontrado en los últimos años del siglo XVIII; y Kaspar Hauser, el cual se especula que fuera hijo ilegítimo de Napoleón Bonaparte con Estefanía de Beauharnais, la esposa de Carlos II de Badenque. Todos estos  “salvajes” saltaron de la realidad a la gran pantalla y los libros, convirtiéndose en iconos de nuestra cultura que perviven a día de hoy en obras inmortales como “El Libro de la Selva” (1894) y “Tarzán” (1912). De esta manera, se convirtieron en un espectáculo para la sociedad.
  Estos “salvajes” que pinta Goya no son nobles, ni buenos. Son producto de sus propias angustias. Goya está explorando los lugares más tenebrosos de la mente humana, los más irracionales y deplorables. Es una reflexión que va a ocupar toda su vida, y que va a ir evolucionando con su propio devenir biográfico. Los horrores del ser humano van a estar presentes de una manera u otra siempre en su producción. Quizá podemos marcar un significativo comienzo con la serie de estampas sobre los “Desastres de la Guerra”. La número 39 titulada “Grande hazaña! Con muertos!”, donde cadáveres y cuerpos desmembrados cuelgan de la rama de un árbol. Es una imagen brutal de la Guerra de la Independencia contra los franceses, donde a pesar de la evidente denuncia de las atrocidades cometidas durante el conflicto bélico, pinta con delicadeza y respeto a esos cuerpos.
También en sus últimos años seguirá tratando el tema, como en “Saturno devorando a su hijo” que realizó en la Quinta del Sordo, una casa de campo a las afueras de Madrid. Forma parte de las conocidas como “pinturas negras” por el uso de colores oscuros.  Aparece sobre fondo negro el dios Saturno de frente, sosteniendo a uno de sus hijos con las dos manos, del que ya se ha comido la cabeza. El mito griego cuenta cómo al dios Saturno le predijeron que un hijo suyo le destronaría, por lo que decidió evitarlo comiéndose a todos sus hijos según iban naciendo. Un padre devorando a sus propios hijos, es sin lugar a dudas elevar el canibalismo a sus cotas más extremas. Curiosamente, su matrimonio con Josefa Bayeu dio como fruto trece abortos, y seis hijos que no llegaron a la edad adulta. El médico Miguel Gómez Penas, del Hospital Universitario de Getafe defiende que el motivo de esta alta mortalidad fue el la intoxicación por plomo a la que estaba sometida la familia, por habitar en la vivienda-taller de su marido. Este envenenamiento por plomo se conoce con el nombre de “saturnismo”, porque en la antigüedad se llamaba “saturno” al plomo, un material que formaba parte de un gran número de colores de pintura. Esta obra del Museo del Prado se convierte por tanto, en una metáfora de su propia vida.
El canibalismo que narra Goya en estas obras, tiene una base muy real en tanto en cuanto ha existido en nuestra sociedad desde época muy antigua. Es cierto que no sabemos a ciencia cierta cuándo los humanos “descubrieron” que se podían comer a sus congéneres. Uno de los casos más antiguos documentados lo tenemos en Atapuerca hace 8000 años, en la cueva de la Gran Dolina. Allí se han encontrado los huesos de seis fósiles humanos: dos niños, dos adolescentes y do adultos muy jóvenes. Estaban troceados y con golpes de descarnado, es decir de haber usado materiales cortantes para quitar la carne. Por los datos que conservamos, sabemos que fueron cazados y luego devorados, lo cual nos indica que se practicó en canibalismo por motivos de necesidad o de gusto. En América también se practicó el canibalismo, esta vez por razones rituales, con bastante asiduidad. La idea era ofrendar a los dioses la vida humana, u obtener la energía del guerrero enemigo caído. Los guaraníes creían que era una manera de adquirir aptitudes de la persona comida. Los aztecas incluso llevaban sal a las batallas, para poder conservar a sus víctimas durante más tiempo y compartir el festín con sus familiares. O casos más curiosos todavía, como cuando el bioarqueólogo Turner descubrió en la década de los 90 que los anasazi pintaban con sangre su cerámica. El canibalismo por hambre, cuando la supervivencia propia está en juego, también ha sido practicado por el hombre con cierta frecuencia. Su causa es la desesperación, y la necesidad de comer para seguir viviendo. Un caso muy conocido es el de los jugadores de rugby uruguayos sobrevivientes al accidente de 1972 en los Andes. Lograron mantenerse con vida en condiciones extremas gracias a que se alimentaron de sus compañeros muertos.
Goya por tanto, de una manera u otra elige el tema del canibalismo como metáfora de la condición humana, pero también como hilo conductor de sus propias inquietudes y angustias vitales. Lo plasmó de manera genial en la pintura, que lejos de morir con él sigue vive transmitiendo sus inquietudes y valores.

Artículo publicado en la revista Adiós Cultural número 117