viernes, 29 de marzo de 2024
Enalta
Revista Adiós

Guillermo Arróniz


Escritor

| El panteón de la duquesa de Sevillano

04 de mayo de 2016

Este artículo firmado por Guillermo Arróniz fue publicado en el número 70 de Adiós Cultural en mayo de 2008.

El panteón de la duquesa de Sevillano

 Este artículo firmado por Guillermo Arróniz fue publicado en el número 70 de Adiós Cultural en mayo de 2008. María Diega Desmaissiéres y Sevillano encargó a finales del siglo XIX al mejor arquitecto español del momento, Ricardo Velázquez Bosco, que levantara en Guadalajara un colosal conjunto de edificios presididos por el gran Panteón que la sirviera de enterramiento a ella y a su familia. Hoy constituye este edificio (foto de Eduardo Pérez) el principal atractivo turístico de Guadalajara.
 
A lo lejos, en la explanada mal custodiada por la verja cubierta de un óxido viejo, casi histórico, se levanta la elegante “torre”, el panteón de la duquesa de Sevillano. Su cúpula de escamas rosadas se incendia con los rayos del sol y parece un faro llamando con clara voz ígnea al caminante que se acerca desde la ciudad de Guadalajara, dibujando sus pasos sobre el llamado Paseo de San Roque.
Tres son los “responsables” del bello conjunto arquitectónico: La duquesa de Sevillano (Madrid 1852, Burdeos 1916), condesa de la Vega del Pozo, provenía de familia noble y al mismo tiempo de gran capacidad económica. Fue María Diega, que permaneció siempre célibe, quien concebiría el proyecto y lo ampliaría en varias ocasiones, para alegría de los trabajadores alcarreños. Contaba, para ello, con una imponente finca de cincuenta hectáreas. Las primeras ideas sobre esta tumba y sus alrededores se fraguaron en la mente de la piadosa duquesa hacia 1875, cuando contaba con sólo veintitrés años.
El proceso de construcción llevaría desde 1885 (aunque ya en 1882 lo pondría en manos del arquitecto) hasta la fecha de su muerte en 1916. Uno de los elementos de este armonioso, aunque asimétrico, conjunto es la iglesia dedicada a su tía, Soledad Micaela, también dotada de títulos y riqueza quien se alejó voluntariamente de la vida mundana para fundar la “Comunidad religiosa de Señoras Adoratrices y Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad”; siendo declarada Santa en 1934, setenta y cinco años después de su muerte
Decidida a favorecer a los pobres de la región, la labor de la duquesa de Sevillano fue reconocida por el Ayuntamiento de Guadalajara al nombrarla Hija Adoptiva de la ciudad.
Su palacio en Guadalajara (posteriormente Colegio de Hermanos Maristas) estaba siendo remodelado también por Ricardo Velázquez Bosco. En él se disponía, según parece, a pasar los últimos años de su vida. Pero no llegaría siquiera a habitarlo.
En sus posesiones de Navarra también contó con el arquitecto para remodelar su gran palacio y pensaba realizar lo mismo en Burdeos cuando falleció, precisamente en esta ciudad, sin haber realizado testamento y de forma inesperada. Su fortuna se desgajó, según Antonio Herrera Casado, Cronista Provincial de Guadalajara, entre el Estado francés, el español, remotos parientes y la Congregación de Religiosas Adoratrices, que, a día de hoy gozan tan sólo del usufructo del edificio educativo.
El otro gran artífice de la obra fue Ricardo Velázquez Bosco. Él puso su especial modo de entender la arquitectura, teniendo siempre en cuenta el gran legado clásico, la delicada influencia oriental y el profundo estilo gótico; luciendo gala, sin descanso, de una equilibrada inspiración ecléctica que sabía aprovechar lo mejor de todos los elementos tanto estructurales (desde el hierro o el cristal, al ladrillo o la piedra), como de los ornamentales (cerámicas de Zuloaga, el tío del pintor, por ejemplo) al servicio de los edificios donde trabajó.
Son obras suyas: el Ministerio de Fomento (actualmente de Agricultura y Pesca) frente a la estación ferroviaria de Atocha; el Palacio de Cristal y el Palacio Velázquez, ambos en el Parque del Retiro; la Escuela de Minas (cuya magnífica biblioteca compite en belleza con la del Senado), en Ríos Rosas; el Colegio de Sordomudos (hoy CESEDEN) en el Paseo de la Castellana. También realizó importantes restauraciones. Quizá esta actividad marcó, en cierto sentido, su forma de entender la arquitectura. (Sin olvidar que el eclecticismo fue una corriente que gozó por sí misma de notable fuerza durante el último tercio del siglo XIX, y aún a comienzos del XX). En esta línea trabajó en la Catedral de León, en el Monasterio de la Rábida, en la fachada y el entorno del Palacio del Infantado.
Por último Ángel García fue el escultor favorito de doña María Diega Desmaisieres. Le encargó varias obras, entre ellas las tallas de San Diego de Alcalá y Nuestra Señora de las Nieves para el panteón. Este escultor, hoy desconocido para el pueblo en general (como lo es también Agustín Querol, quizá porque el arte que practicaron nunca gozó del predicamento que la pintura), se definió por el modernismo, el simbolismo, el parnasianismo, el prerrafaelismo. Y se dejaría notar en todas sus obras, incluyendo la famosa “Virgen de la Roca” en los bosques cercanos a Bayona.
 
El enterramiento
 
En el enterramiento de su mecenas empezaría a trabajar por encargo del arquitecto ya en 1901, pero prácticamente no salió del plan en papel hasta el fallecimiento de la duquesa pues ésta había expresado el deseo de no ser retratada sino después de su deceso, quizá por aquellas aprensiones suyas que le hacían temer que moriría al ser terminado su panteón. El resultado: un delicado e impresionante conjunto de mármol blanco sobre oscuro pedestal de basalto. Está formado por dos grupos; en el primero tres ángeles muy femeninos parecen lamentarse por la muerte de la duquesa, bondadosa criatura; en el segundo, que da la sensación seguir a éste, el ataúd cubierto por pétreas telas es transportado a hombros por otros tres ángeles y una mujer. La impresión del conjunto permanentemente encerrado, permanentemente en marcha, es la de un cortejo fúnebre que está a punto de seguir su camino directamente hacia el cielo, con su blancura, sus líneas vaporosas y su belleza triste.
Todos ellos: la titular de la tumba, el valioso arquitecto, el olvidado escultor, darían cuerpo, personalidad y vida a esta construcción insólita en su diseño y en su equilibrio preciosista.
 
El panteón
 
El panteón, que acoge los restos de la duquesa, su padre, su madre, su tío abuelo paterno, su sabuelos paternos y maternos, sus tías María Nicolasa y Engracia María, así como su hermana María de las Nieves, fallecida a los tres años, es un templo de planta de cruz griega estructurado en dos niveles. El superior, al que se accede después de ascender una escalera de piedra, es alto, luminoso, decorado con obras decimonónicas sobresalientes. Valga como el más claro ejemplo el lienzo de Alejandro Ferrant que representa el Calvario sobre un fondo dorado, como si fuera un icono bizantino de acusado realismo y virtuosismo técnico. La falsa cripta (pues no está bajo tierra, sino a su altura) es, por el contrario, de techo mucho más bajo, de claridad suave, tenue, casi lóbrega, de paz, de calma, de frío mármol que destaca contra las coronas de hojas negras, a tan sólo nueve años de cumplir un siglo.
El semanario arriacense La Palanca cita (en publicación de 19/03/1916) las monumentales coronas procedentes del Ayuntamiento de Guadalajara, la Cámara Oficial de Comercio y la Agrupación Mercantil e Industrial, el Ayuntamiento de Vicálvaro, los obreros de Vicálvaro, los obreros de Guadalajara, los pobres de la capital arriacense, las dependencias de la Administración también de Guadalajara, los arquitectos de la casa, los jardineros, D. Felipe Sevillano, la Diputación Provincial, las de pendencias de la Administración General y la señorita Teresa Ovejero. Nuestros ojos pueden ver, todavía hoy, muchas de ellas, con las letras doradas de sus negros crespones a medio borrar y encontramos también la de Ángela Dómine, su prima, la de su Apoderado General D. Luis Bahía, y la del Marqués de la Motilla y hermanos.
El encontrarse el enterramiento al nivel del suelo se debe a la única petición que la fundadora impondría al arquitecto: no quería yacer bajo tierra. Para cumplir con tal solicitud sin restar la impresión de recogimiento subterráneo ingenió Velázquez Bosco que el acceso se encontrase un piso por encima de la explanada, y una vez dentro, tuviese que descenderse al lugar del descanso de la duquesa, su fastuosa tumba de aire simbolista.
 
Entierro multitudinario
 
Aunque falleció en Burdeos el nueve de marzo de 1916, la noticia llegó a Madrid tres días después. Su cuerpo viajaría en tren hasta la estación del Mediodía, en la capital, adonde llegaría en el tren de la mañana. El furgón se uniría a un coche especial en el que marcharían doscientas personas a las ocho y media camino de Guadalajara. A las nueve y media el andén de la estación de esta ciudad no admitía más personas. Habían llegado de todos los alrededores.  A su entierro acudieron miles de ciudadanos, entre ellos el diputado a Cortes, Sr. Brocas, que ostentaba la representación del Conde de Romanones, presidente del Consejo de Ministros; el director del Museo de Ciencias Naturales Sr. Bolívar, los señores De Orozco, De la Mora, Fernández de la Hoz, Lamparero e incluso el ex-presidente Maura.
Así lo relata la famosa publicación de la provincia Flores y abejas (19/03/1916), entrando en los detalles de su cortejo fúnebre. El ataúd (de cedro con herrajes dorados según unos periódicos, de caoba y ébano con herrajes de plata según otros) salió del tren a hombros de ocho servidores de la casa, siendo depositado en un coche estufa negro, tirado por ocho caballos empenachados y servido por cuatro palafreneros a la federica. Lo seguían dos coches con las coronas y una muchedumbre de más de cinco mil personas. “Para dar una idea aproximada del gentío bastará decir que cuando la primera manga parroquial entraba en la población, todavía estaban pasando acompañantes por el Molino del puente”.
Frente a la iglesia de San Sebastián, en el palacio ya citado que la duquesa poseía en la ciudad, la capilla Isidoriana cantó un Responso. Después el coche continuó hasta el panteón, a cuya entrada la Guardia Civil hacía grandes esfuerzos por contener al público congregado. Pero contadas personas presenciaron después el descenso del féretro a la cripta. Los días 17 y 18 se mantuvieron cerrados todos los comercios de la ciudad.
 
La leyenda
 
Por supuesto, no ha de faltar la leyenda. En Duendes Fantasmas y Casas Encantadas de Madrid nos cuenta Ángel del Río (cronista de la ciudad) que el palacio que la duquesa tenía en Madrid, en la calle del Caballero de Gracia, tuvo que ser derribado para abrir la Gran Vía. Los rumores cuentan que la duquesa se enfrenta, sin éxito, a la Junta de Expropiación. Dicen que parte entonces María Diega al extranjero, pues no quería ver las ruinas de su casa matritense. Nunca más volvería; habría de morir con la pena honda de haber perdido el palacio. (Aunque estos datos mal se avienen con el hecho de que el palacio se derriba en 1912 y ella fallece en 1916, encontrándose en Burdeos, según los periódicos consultados, sólo desde otoño de 1915). En cualquier caso afirma la leyenda que aparece poco después, cada noche, entre las ruinas de su casa el fantasma de una mujer envuelta en lágrimas que pueden escucharse en el silencio de la noche...
Lo que no ha sido derribado es su Panteón, al que puede acudirse hoy, para observar la magnífica obra y rendir homenaje a esta dama de grandes virtudes, tremendamente caritativa, que consagró su vida a practicar el bien con toda la sorprendente medida que su inmensa fortuna le permitía.