viernes, 26 de abril de 2024
Enalta
Revista Adiós

Ana Valtierra


Doctora en Historia del Arte. Universidad Camilo José Cela.

Firmas | El último deseo de Carlos V

10 de julio de 2019

El último deseo de Carlos V

José de Sigüenza, un monje de la Orden de San Jerónimo, dejó por escrito en 1605 cómo murió Carlos V en Yuste (Cáceres). Según el clérigo, el rey mandó llamar al guardajoyas y le dijo que trajese el re-trato de su mujer, el cual estuvo un rato mirando. Después mandó coger el lienzo de “El Juicio Final”.

Se quedó tanto tiempo meditando ante él, que su médico se preocupó. Es decir, que antes de morir, Carlos V pidió ver dos obras de arte en concreto, las dos realizadas por el mismo pintor: Tiziano. Y la última obra que contempló fue “El Juicio Final”, también conocido como “La Gloria”.

 
Esta pintura parece que la encargó el propio Carlos V a Tiziano durante su encuentro en Augsburgo (Alemania), en 1551, para que lo acompañara durante su descanso eterno. Ha tenido varios nombres, pero representa el Juicio particular de Carlos V tras su muerte.
Se cree incluso que su composición se hizo siguiendo instrucciones precisas del emperador, que dijo qué quería representar y cómo.
Se terminó en 1554, y a día de hoy se conserva en el Museo Nacional del Prado.
 
Repleta de personajes bíblicos
 El lienzo tiene un tamaño considerable. Mide 3,46 metros de alto y 2,40 de ancho.
Visualmente, se divide en tres partes.

 Arriba está la Trinidad: Dios y Cristo sentados en las nubes, con una paloma en medio que alude al Espíritu Santo. De ellos emana una gran luz que ilumina todo el cielo, repleto de ángeles. En el centro hay un gran grupo de dignatarios que miran al cielo implorando. A la derecha de la Trinidad reconocemos a los dos intercesores más importantes entre Dios y los hombres: la Virgen y San Juan Bautista. La Virgen está a la cabeza de todo este conjunto, el más grande de la pintura. Aunque pertenezca al complejo central, Tiziano ha establecido una clara diferencia con los demás personajes. Su túnica es del mismo azul intenso que la de Dios y Cristo, y gira su cabeza hacia atrás. No mira absorta, como el resto de personalidades, hacia la luz que emana del cielo. Con este juego cromático y simbólico, el veneciano hace predominar el carácter divino de María. Detrás de ella caminan varias fi guras bíblicas como Moisés, al que reconocemos por llevar las tablas con los Diez Mandamientos; el rey David, que toca el arpa; o Noé, que alza en sus manos el Arca, sobre el que se ha posado una paloma.



En el centro hay una figura femenina de espaldas, a la que se han dado varias interpretaciones, como que sea una personificación de la Iglesia Católica o la Sibila Eritrea. Esta mujer fue una profetisa que predijo la destrucción de Troya. A partir del siglo XIII aparece en el “Dies irae”, atribuido a Tomás de Celano, un poema que describe el día del Juicio Final. La Sibila sería testigo de cómo la última trompeta llama a los muertos ante Dios, para ser juzgados. En el grupo de la derecha, aparece la mismísima familia imperial, incluido el propio Carlos V, con una peculiar iconografía. Están descalzos, envueltos en sudarios y de rodillas. Les arropan ángeles que llevan palmas, símbolos antiguos de victoria sobre la muerte. Por debajo hay un autorretrato del propio Tiziano y una imagen de Pietro Aretino, un escritor italiano que publicó mucho sobre el artista, lo que acrecentó el prestigio internacional del pintor. Se completa con el embajador de Venecia, Francisco de Vargas, que pidió se incluyera su retrato. Lo sabemos porque hay una carta suya en la que dice que ha rogado a Tiziano que le incluya en el óleo.

 En la parte inferior hay un paisaje en el que destaca una pequeña ermita. Es la Tierra. La franja que ocupa es muy, muy pequeña en el lienzo, apenas una línea en comparación con el cielo. Hay diminutas figuritas, que son peregrinos. No son ajenos a lo que está pasando, reaccionan con sorpresa al mirar hacia arriba y ver lo que sucede. Así, se narran dos tiempos en la pintura: el terrenal, que se puede medir y que ocupa un espacio mínimo; y el ahistórico, que es el del cielo. A pesar del tamaño mínimo de esta franja, es una parte fundamental para entender la pintura. Dan fe de lo que pasa en el cielo, son testigos que trasmiten los sucesos divinos. La diferencia entre estas tres zonas no se hace sólo por los personajes, sino por cómo se hace la pintura. Cada espacio tiene un tratamiento pictórico diferente. Si vamos de abajo a arriba, la representación más acabada, con la pincelada más nítida, es la de la tierra. En el cielo, en cambio, las formas se diluyen y están inundadas por la luz.

Significado e interpretaciones

A esta pintura se le han dado distintos nombres y significados a lo largo de su Historia.
Cuando se encargó aparecía en los inventarios como “Trinidad”, que es el dogma católico que defiende que Dios es uno y tres a la vez. Esto es: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es lo que aparece arriba. Se entiende bien dentro de todas las polémicas entre católicos y protestantes en las que Carlos V se había implicado tanto. También parece que desde el comienzo el emperador quería que fuera una pintura con contenido religioso y dinástico. Centrándonos en lo religioso, parece que Tiziano lo que hace es interpretar de manera bastante literal un pasaje del último libro de “De Civitate Dei”, de San Agustín, donde narra la visión celeste de los bienaventurados.

El Padre de la Iglesia había hablado de que cuando un cristiano moría tenía dos resurrecciones: la primera nada más morir era la del alma. En ella se decidía si iría al cielo o al infierno. La segunda llegaba con el Juicio Final, con el fin del mundo. Esta pintura no representa el Juicio Final, porque no está Cristo como juez, ni aparecen los condenados. Es el Juicio particular de Carlos V, el que acontece nada más morir él. El retrato suyo que vemos se trata en realidad de una representación de su alma. La familia real está envuelta en sudarios, telas blancas con las que se envuelven los cuerpos de los fallecidos, aunque un sudario también se refiere al paño que se ponía sobre el rostro de los difuntos. Por eso se habla de que esta obra representaría el juicio particular del emperador y la esperanza de su salvación.

En definitiva, Carlos V y su familia aparecen representados muertos en esta pintura. Algunos estudiosos señalan que en realidad, más que San Agustín, es la reinterpretación de fray Luis de Granada en su “Guía de Pecadores”. El motivo es porque incluye una serie de detalles que menciona el dominico español, como que lleven sudarios y que sean ángeles quienes les presenten. La luz merece, en este caso, una mención especial. El lugar de la divinidad es la propia luz. Fray Luis de Granada decía que era una luz que no venía de candelas, sino que la luz es Dios mismo. Así aparece representado.
 
Contenido dinástico

El emperador aparece representado con su familia, pero no está al completo. La cuestión aquí es fijarnos tanto en las presencias como en las ausencias. Vemos a Carlos V, que se ha quitado la corona para dejarla a su lado, y a su esposa Isabel, ya fallecida, justo detrás. Un poco por debajo de ellos están sus hijos, el fu-turo Felipe II y Juana. También aparecen sus hermanas María de Hungría, que era su favorita, y Leonor. Es una pintura familiar bastante completa, pero falta alguien muy significativo: Fernando, el otro hermano de Carlos.

Se explica porque en estos años le estaba disputando a su hijo Felipe la sucesión imperial. Estas discusiones culminarían a la muerte del emperador con una división de sus reinos: su hermano Fernando heredaría los territorios del imperio, y Felipe los de la monarquía hispánica.

Curiosamente, quien ideó las obras de arte para que transmitieran este mensaje político, el de que Felipe era quien debía heredar todo, fue María de Hungría, la hermana favorita. Fue una ferviente defensora de la candidatura de su sobrino. No fue la única obra donde lo plasmó. En el grupo escultórico que hace Leone Leoni de la familia tampoco aparece Fernando, y en la escultura de Felipe II que se expone en el Mu-seo del Prado aparece con armadura romana. Pretendía que todo el mundo lo viera como el mejor candidato al título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
 
El destino de la pintura

Carlos V había dejado en manos de su hijo la de-cisión de dónde enterrarle. Eso sí, ponía alguna condición en caso de que le sepultase en Yuste. Era, decía el emperador literalmente, “que mandase hacer un retablo conforme a las figuras de una pintura mía del Juicio Final de Tiziano”.
Esta frase nos da una idea de la importancia tan grande o el gran valor que tenía para el rey este lienzo. Su hijo lo sabía, y decidió trasladarla al Monasterio de El Escorial donde finalmente sería enterrado el emperador.
En El Escorial instala la pintura en el Aula de Moral, un espacio en el que se reunían los monjes para estudiar y discutir asuntos teológicos. Aquí se le termina de dar un sentido dinástico, no solo porque aparecen los monarcas en la pintura, sino porque
El Escorial se construye como lugar de enterramiento de la Casa de Austria. Vuelve así a cambiar la pintura de nombre, apareciendo en la documentación como “Carlos V que esté en Gloria”. Lo más curioso de todo es que Felipe II se lleva la pintura original, pero encarga una copia de la obra de Tiziano a Antonio Segura. Esta copia está rodeada de un magnífico marco que diseñó el propio arquitecto de El Escorial, Juan de Herrera.
De esta manera a día de hoy podemos ver la copia en Yuste y el original en el Museo del Prado.