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Revista Adiós

ANA VALTIERRA / Santa Teresa en éxtasis, de Bernini

29 de marzo de 2019

¿Epilesia? ¿gozo? Bernini, Genio Barroco del XVII, realizó su controvertida obra para una capilla funeraria

ANA VALTIERRA / Santa Teresa en éxtasis, de Bernini

Ana Valtierra es colaboradora de Adiós Cultural, responsable de las páginas de Arte.

Uno de mis escultores favori­tos de todos los tiempos es Gian Lorenzo Bernini, artista barro­co que trabajó fundamentalmente en Roma. Era un auténtico genio que abarcó todas las facetas del arte: ar­quitectura, escultura, pintura... Es el mismo que hace la plaza que hay de­lante de San Pedro del Vaticano, en forma de elipse llena de columnas, y a donde se asoma el papa en sus apariciones. Pero si en arquitectura era bueno, en escultura era sublime. Conseguía que el mármol pareciera carne. Es decir, con él la piedra de­jaba de ser piedra y se convertía en sentimiento, en movimiento. Fue admirado por varios papas y carde­nales, que le contrataban sin dudar para sus grandes proyectos. Incluso alguno le llegó a llamar “el arquitecto de Dios”.
 
Una de sus obras escultóricas más renombradas la hizo para una capilla funeraria. Está ubicada en Santa María de la Victoria, la iglesia de los carmelitas descalzos en Ro­ma; Concretamente a la izquierda del altar mayor, un lugar sin duda  privilegiado para enterrarse. Se la encargó el cardenal Cornaro con idea de que albergara los restos de su familia. Se trata de “El éxtasis de santa Teresa”, considerada una de las obras cumbres del arte barroco europeo, y realizada entre 1647 y 1651.





Es una escultura funeraria de las mejores que se han hecho nunca. El tema seguramente fue encargado por el propio cardenal, quien quiso para presidir su capilla a la monja fundadora de la Orden de Carmeli­tas Descalzos. Sin embargo, a pesar de la importancia que tiene en la historia del arte y la fama que ha al­canzado con el devenir de los siglos, pocos saben que esta obra se hizo para decorar una capilla funeraria. Es decir, que tendría una finalidad fúnebre muy marcada.
 
 
 La capilla funeraria Cornaro
 
La capilla se concibe como una obra de arte total, una escenografía tea­tral donde todos los asistentes, vivos y muertos, son testigos de una de las visiones más famosas de la santa: el éxtasis o transverberación.
Este pa­saje lo cuenta ella misma en su auto­biografía “Libro de la vida”. Según la versión de la mística, en el año 1559 un ángel se le apareció. Era pequeño y muy guapo. En las manos llevaba un dardo o flecha de oro. Lo que cuenta santa Teresa es que sintió como si el ángel le clavara el dardo hasta las entrañas, y luego lo sacara. Eso le provocó un dolor tan grande que no pudo evitar quejarse. Pero era un dolor espiritual, no corporal, como si se sintiera abrasada por el amor de Dios. Eso precisamente es la transverberación. Una experien­cia mística en la que la persona cree unirse a Dios. Lo que siente esa per­sona es como si su corazón hubiera sido traspasado por fuego.
Esta representación del éxtasis es lo que Bernini sitúa en el centro de la capilla, dentro de un templete de inspiración clásica. A los lados hay dos huecos donde se esculpen unos palcos en los que está repre­sentada la familia del cardenal Cor­naro. Están mirando qué es lo que está pasado, este éxtasis o trans­verberación de santa Teresa. La bóveda, pintada por Abbatini según un esbozo de Bernini, representa la paloma del Espíritu Santo descen­diendo. Unos ángeles sostienen una cartela en latín que, traducida, dice:
“Si no te hubiese creado el cielo, lo crearía ahora solo por ti”.
 
La escultura del éxtasis
 
La escultura “El éxtasis de santa Teresa” está hecha en mármol de Carrara, una piedra sacada de una cantera de la Toscana italiana que se hizo muy popular en el Renaci­miento y el Barroco.
Santa Teresa va vestida con el hábito y aparece recostada sobre una nube. Al lado hay un ángel que sujeta una flecha o dardo. De fondo, Bernini pone unos rayos hechos de bronce. Esto pro­duce un contraste peculiar, entre el blanco del mármol y el dorado de los rayos. La escultura mide tres metros y medio de alto, y está sobre un altar en el centro de la capilla. La santa, por tanto, aparece como sus­pendida en el aire, lo que hace hin­capié en la idea de que algo místico está pasando.
Además, está iluminada por la luz que entra a través de un trans­parente, que es una apertura en el muro. Como hemos mencionado ya, representa uno de los pasajes de la vida de la santa, el éxtasis, una experiencia mística muy intensa que ella describió al detalle en su autobiografía.
El problema era que plasmar en piedra ese sentimiento de sentirse abrasada por el amor de Dios era muy complicado. ¿Cómo representar algo que nunca había experimentado el artista… algo pro­pio de santos?
Sin embargo, Bernini supo llevarlo a la piedra de manera magistral. Santa Teresa se retuerce, mientras entreabre los labios. Se enrosca con una expresión que se mueve entre el dolor y el placer. In­cluso se ha llegado a hablar de que lo que está representando Bernini es un orgasmo, que es a lo que pu­do equipararlo en un nivel terrenal. Esto es así porque la escultura está concebida de manera muy teatral, muy dramática. Santa Teresa está esculpida como una muchacha jo­ven retorciéndose. Su cuerpo está electrificado, recibiendo una des­carga. Los labios se entreabren y los ojos están en blanco mientras recibe ese dardo de fuego. Es una represen­tación entre lo carnal y lo espiritual. Santa Teresa se está uniendo a su es­poso místico en todos los sentidos.



 
 Desde hace siglos son muchos los que han dicho que esta escultura rezuma erotismo, lo que ha genera­do una gran polémica. Por ejemplo, el escritor francés Charles de Bros­ses escribió en 1739 que “más pare­ce que la santa está experimentan­do un puro orgasmo sexual que una expresión de dolor y placer produci­do por el sentimiento de amor divi­no”. O incluso el historiador del arte Burckhardt habló en el siglo XIX del “lascivo ángel”, por las analogías que se han hecho con el dardo que suje­ta y va a clavar a la santa, y la sonrisa que tiene mezcla de complicidad y picardía. Además, su represen­tación recuerda a Eros o Cupido, el dios greco-romano del amor. Siem­pre se le representa como un niño con sonrisa feliz que lleva el arco y las flechas.

 En el fondo es la misma idea: en el caso de Cupido es el amor sexual, y en el caso de este ángel, el amor de Dios, ambos transmitidos por el dardo.
 
También han corrido ríos de tinta sobre cuál podría ser el origen de estas visiones de santa Teresa de Ávila. Varios neurólogos han hablado de que la descripción de los episodios coincide con ataques epilépticos. Es decir, estos éxtasis o transverberaciones podrían expli­carse porque padeciera epilepsia extática, caracterizada por producir una sensación de goce y bienestar.

La realidad es que es tremenda­mente complicado representar en piedra un éxtasis como experiencia mística de unión con Dios. Y era un tema que estaba de la más rabiosa actualidad.

 Pensemos que a santa Teresa se la canoniza en el año 1622, y empieza a haber una demanda de su imagen. En estos años en los que Bernini vivió de cerca la Contrarre­forma, la Iglesia deseaba por encima de todo reparar el daño hecho por Lutero, y nadie mejor que santa Te­resa, que había sido canonizada 25 años antes de que el artista acome­tiera la obra, para poder plasmarlo.

 De esta manera, Bernini fue capaz de crear una efigie sobre uno de los episodios más importantes de la vi­da de la santa, y que muchos copia­rían después.
 
Bernini es un genio. Da igual que esculpa a una santa que a una dio­sa griega. Es capaz de transmitirnos lo que su personaje está sintiendo: si es una diosa clásica a la que es­tán raptando, la angustia de inten­tar escapar mientras los dedos del secuestrador se hincan sobre sus nalgas (caso de su escultura sobre Perséfone); si la persiguen para vio­larla, el terror en su rostro de caer en manos de su agresor (como en su obra Dafne); y en el caso de san­ta de Teresa, un éxtasis.

 Pero ¿cómo plasmar un éxtasis místico? Es una pérdida de conciencia por medio de la comunión con Dios. Pues quizá la respuesta sea esa. Un sentimiento que hace perder la conciencia, que hace que pongamos los ojos en blan­co y entreabramos los labios. Que nos transporte a una dimensión su­perior.

Quizá por analogía, Bernini se inspiró en lo más parecido que había sentido nunca: un orgasmo. O quizá quienes lo miran y así lo inter­pretan, es a la experiencia terrenal que más les recuerda. La realidad es que esta controvertida escultura se ha convertido en una de las obras más importantes de todo el arte oc­cidental, y que pocos saben que su función era funeraria. Una vez más la muerte está unida a las  mejores manifestaciones artísticas.