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Revista Adiós

La Dama de Baza, armas de mujer íbera

11 de enero de 2019

La Dama de Baza, armas de mujer íbera

La Dama de Baza es una de las esculturas más impresionantes que conservamos en la Península Ibérica.

Está labrada en piedra caliza y policromada; es decir, pintada de arriba a abajo. Si nos fijamos en sus detalles, podemos distinguir cómo el borde de su manto termina en una cuadrícula de color rojo, cómo algunas de las telas que la cubren son de color azul intenso, cómo por debajo de la toca de la cabeza se le escapa algún pelo travieso de color negro azabache... o incluso cómo el pintor tuvo el detalle de pintarle el rubor en las mejillas. Es menos famosa que su compañera la Dama de Elche, pero no menos hermosa; y, desde luego, está mucho mejor conservada.
 
Una joya de nuestro patrimonio que se expone en el Museo Arqueológico Nacional.

El hallazgo Vicente Lorente decidió plantar unos almendros en sus terrenos a fi n de dotar de algo de sombra a esa zona tan yerma. Corría la primavera de 1968 cuando las máquinas comenzaron a horadar el terreno al noreste de la provincia de Granada. Empezaron a aparecer trozos de cerámica y una urna que conservaba en su interior los restos de un difunto. Con esta pieza se dirigió el granadino al Museo Arqueológico Nacional, donde debió causar cierto impacto, puesto que en ese mismo año fue enviado a Baza un equipo capitaneado por el arqueólogo Presedo Velo. Durante esa campaña y las venideras, fueron apareciendo restos de la necrópolis de la antigua Basti (actual Baza), una de las principales ciudades fortificadas ibéricas de la época. Vasos, tabas, amuletos, cuentas de collar... Pero muchas de las tumbas habían sido ya profanadas y estaban destruidas. Hasta que el 20 de julio de 1971, en la sepultura número 155, vio la luz de nuevo un enterramiento intacto con una urna funeraria con forma de mujer sentada en el trono: la Dama de Baza. La tumba estaba sellada y su descubrimiento marcó un antes y un después en el conocimiento del mundo íbero.

La tumba número 155

Se encuentra en la necrópolis del Cerro Santuario, también conocido como Cerro de los Tres Pagos. Se trata de una de las dos necrópolis que tuvo la antigua Basti, un enclave tan importante que le dio nombre a una extensa zona: la Bastetania. Esta región abarcaba las actuales provincias de Murcia y Almería, y parte de Granada, Jaén y Albacete. Fue fundada en torno al siglo VIII a. C., llegando a ser ocupada por visigodos y bizantinos.

La tumba 155 era un pozo pseudocuadrado, excavado bajo el suelo. Su construcción no debió de ser fácil, porque estaba en el terreno rocoso del cerro. Tenía una profundidad de 1,80 metros y cada lado medía casi tres. Sobre él no se conservó ninguna superestructura. Seguramente en origen habría encima algún túmulo o elemento perecedero para marcar el lugar.
La estatua de la Dama, que mide 1,30 metros de alto, estaba colocada pegada a la pared norte, más o menos centrada en el muro. Apareció fragmentada, pero se conservaba unida gracias a la tierra que llenaba la tumba y que mantenía cada trozo en su sitio. Preocupado Presedo por la conservación de la pintura, usó laca de peluquería para que los pigmentos no se desprendiesen. Acompañando a la Dama en su viaje al más allá, había varias armas y objetos cerámicos.



La escultura de la Dama
 
La Dama de Baza es una representación femenina labrada en un único bloque de caliza microcristalina. Está sentada en un trono cuyo respaldo tiene forma alada, y las patas son garras. Con la mirada fi ja al frente, apoya sus manos sobre las rodillas, sujetando con su mano izquierda un pichón. Lleva dos sayas y una túnica decorada con cuadrados de colores, igual que en el manto que le cubre la cabeza. Sus zapatos color rojo hacen juego con el resto de vestimenta y reposan sobre un cojín. Su cuello está adornado por cuatro gargantillas de cuentas, un collar de lengüetas y otro de anforillas.
De sus orejas caen unos pendientes gigantes, casi imposibles de llevar. Tienen forma troncopiramidal de la que cuelgan unos fl ecos. Sobre la cabeza lleva una tiara rodeada con cuentas, sobre la que se coloca el manto. En su lateral izquierdo, a la altura del trono, hay un agujero donde iban depositadas las cenizas del difunto. En total unos 800 kilos tallados y pintados de genialidad.

El ajuar
 
El descubrimiento de la tumba 155 permitió poder estudiar cómo eran los ajuares funerarios de época ibérica. Fundamentalmente, tenemos que distinguir entre cerámica y armas. En cuanto a la cerámica, aparecieron cuatro vasos con cuerpo en forma de globo. Estaban pintados con motivos geométricos y vegetales. También tres piezas que fueron identificadas como tapaderas,  porque estaban al lado de las piezas cerámicas anteriores. Por último, se enterraron otras cuatro
piezas con forma de pseudoanfora con asas. Estaba cada una en una esquina de la tumba. En
su conjunto, se trataba de un ajuar funerario tipo usado por la aristocracia ibérica de manera más
o menos habitual.
En cuanto al estudio de las armas, es bastante más complicado. Fernando Quesada defiende que en la tumba 155 se depositaron cuatro falcatas, y que al menos una de ellas tenía vaina. La falcata es una de las armas más emblemáticas de la Península, asociada a las poblaciones íberas. Se caracteriza por tener un sólo filo curvado. También había cuatro espadas, un posible puñal, tres puntas de lanza, uno o dos soliferrea o lanzas arrojadizas pesadas, quizá un puñal y un bocado de caballo (muy dudosos) y tres o cuatro escudos. En resumen, es uno de los conjuntos más completos de armamento en una sepultura íbera de esta época.
 
La cremación
 
En uno de los laterales del trono existe un hueco donde se depositaron los restos del cadáver.
Fue cremado; o sea, quemado hasta hacer desaparecer las partes blandas, pero conservando parcialmente los huesos fragmentados.
Por el análisis de los despojos encontrados sabemos que el rito funerario se produjo poco después de la muerte, y antes de llegar al estado de putrefacción. También que, seguramente, el acto se realizó al aire libre, porque los trozos de hueso tienen diferentes colores, señal de que el calor no se aplicó de manera uniforme y controlada. Lo curioso es que no hay cenizas. Es decir, después de la cremación y con sumo cuidado, se cogieron los huesos que no se habían convertido en pavesas y se depositaron en el interior de la Dama de Baza.
Las cenizas, correspondientes en su mayoría a músculos, piel y órganos, se dejaron fuera o se desecharon para esta parte del ritual. De esta manera, sólo han llegado hasta nosotros los restos que resistieron la acción del fuego.
 
La difunta: armas para una mujer
 
De manera inicial, al ver que entre el ajuar se encontraba un número elevado de armas, se pensó que el difunto tenía que ser un varón. Algún miembro de la aristocracia íbera que hacía gala de su estatus enterrándose con toda la panoplia guerrera. Sin embargo, al conservar restos óseos del mismo, se pudo hacer un estudio detallado que desmontó esta idea preconcebida. Según el análisis de Trancho y Robledo, los restos pertenecen a una mujer mayor de veinte años, y que seguramente no superó los treinta. No sabemos de qué murió, pues, aunque se han buscado enfermedades en los huesos, por el momento no se ha encontrado ninguna patología. Este descubrimiento en sus inicios hizo que se rompiera el cliché y se abandonara la idea de que armas en una tumba quería decir enterramiento de varón.
Las mujeres íberas también se enterraban con armas, y no es un caso aislado.

Significado del conjunto
 
Más complejo resulta intentar explicar qué significa todo el conjunto. No sabemos si la escultura de la Dama representa a una diosa o mortal, si es una sacerdotisa o una aristócrata. Tampoco parece que las mujeres íberas fueran grandes guerreras, lo que explicaría en sí misma la imagen y las armas en una tumba femenina. Por eso se busca un significado más anclado en lo simbólico que en lo físico.
De esta manera se ha dicho que quizá la escultura represente a una divinidad guerrera, tipo Atenea, y que las armas sean una ofrenda a la diosa. También se ha hablado de que las armas fueran símbolo de una estirpe, del cual la difunta sea representante. De esta manera, las cuatro panoplias de armamento aparecidas en la tumba se relacionarían con los vasos de las cuatro esquinas. Cada vaso y su panoplia pertenecerían a un linaje diferente, que honraron mediante estas ofrendas a la difunta.
Una mujer que, por su estatus, estaba a la cabeza de estas castas y que a su muerte le rindieron el mejor homenaje: una tumba para su reposo y el respeto en forma de ofrenda de sus conocidos.

Sea como fuere, y si bien es cierto que todavía nos quedan algunas incógnitas por desentrañar, es fundamental reivindicar el papel de la Dama de Baza y la tumba 155 como claves para entender el mundo ibérico. Por su conservación, por su relativo buen estado de conservación, y por la belleza que entrañan, ocupan un lugar clave en la historia del arte.
 
 Escrito por Ana Valtierra